En el presente artículo mencionaré la relevancia de participar activamente en los cultos y en la adoración comunitaria. Nos enfocaremos en varios salm
EL CULTO PÚBLICO Y SU LUGAR ESENCIAL EN LA VIDA CRISTIANA
Recientemente, el mundo sufrió los
embates de la pandemia de la COVID-19, que afectó a las naciones en
la salud, la dinámica laboral, la economía,
entre otras. Asimismo, desajustó la dinámica de las iglesias locales, interrumpiendo los cultos presenciales e incentivando
a los pastores a utilizar los medios virtuales disponibles para atender las responsabilidades pastorales, tales como la predicación, la enseñanza bíblica y las reuniones de oración. Lamentablemente, cuando concluyó la pandemia y se reiniciaron
los cultos, cientos de cristianos desistieron de reunirse en el recinto de la iglesia
prefiriendo seguir participando de los cultos virtuales. Este comportamiento se
justifica en aquellos que por motivos de
salud o de edad se les dificulta asistir a la
iglesia, pero es injustificable para quienes
pueden asistir a la iglesia y no lo hacen.
En el presente artículo mencionaré la
relevancia de participar activamente en
los cultos y en la adoración comunitaria.
Nos enfocaremos en varios salmos y en las
directrices del culto público que impartió
el apóstol Pablo.
1. El culto público es para edificar a la iglesia (1 Cor. 14)
El apóstol Pablo en su primera carta a los
corintios dedica un capítulo para disertar sobre el culto público y la dinámica que
había en dichas reuniones. Algunos aspectos que menciona son: revelación, conocimiento a través de la profecía o predicación, la enseñanza de las Sagradas Escrituras, los cantos, las alabanzas e himnos
espirituales (vv. 6, 15-16, 26). Estas acciones deben ser expresadas en «palabras
comprensivas» (v. 9) y su finalidad es edificar, instruir a los congregantes para que
reciban «aliento» o ánimo para cumplir
con la misión de Dios y ayudarles a crecer
«en la gracia y en el conocimiento de
nuestro Señor y Salvador Jesucristo» (2
Pe. 3:18).
En esta dinámica cultual y comunitaria, el apóstol advierte sobre el riesgo que
causa el desbordamiento de las emociones y el desenfreno de las expresiones del
don de lenguas. Estas acciones en sí mismas no son dañinas, sin embargo, cuando
están fuera de control, causan la crítica de
los incrédulos, de tal manera que, según el
apóstol Pablo, «¿no dirán que ustedes están locos?” (v. 23). Dichosamente, cuando
las actividades cultuales son entendibles y
el mensaje comprensible, el incrédulo
«adorará» (v. 25) junto con los integrantes de la congregación. ¡Dichosas las iglesias que comprenden y planifican sus cultos para honrar a Dios, edificar la iglesia y
comunicar un mensaje bíblico comprensible a los incrédulos!
2. El culto público es una invitación alegre (Sal. 122)
Este salmo es un elogio a «la casa del Señor» (v. 1) que estaba ubicado en Jerusalén. Anualmente, «las tribus del Señor»
visitaban el Templo «para alabar su nombre» (v. 4). La vida cultual de los israelitas
era personal y comunitaria, simultáneamente. Dios había escogido la ciudad de
Jerusalén como la capital de Israel y el centro de su vida política y religiosa. Asimismo, Jerusalén le transmitía al israelita el
sentimiento de pertenencia que lo identificaba como pueblo de Dios. ¡La iglesia local nos ofrece pertenencia e identidad a la
familia de Dios!
Anualmente, los israelitas viajaban
desde diferentes ciudades del país a Jerusalén para celebrar las diferentes fiestas
ordenadas en la Ley del Señor. Estas fiestas
los identificaban con el pasado, para recordar las hazañas que Dios había realizado en la historia del pueblo, con el presente, para celebrar la presencia de Dios, y
con el futuro, para animarlos a cumplir
con la misión divina de ser un pueblo de
bendición a las naciones. Estas fiestas eran
comunitarias y cada israelita participaba activamente para estrechar su comunión
con Dios y enriquecer su vida espiritual en
relación con sus conciudadanos.
Como sucedió en el Antiguo Testamento, la vida en Cristo Jesús se enriquece
en comunidad. Dios nos diseñó para vivir
en relación con otras personas y para adorar juntos. Un cristiano que se aísla de la
dinámica y de la vida de la iglesia local es
presa fácil del desaliento y de las tentaciones. El aislamiento del cristiano de la comunidad de fe limita su proceso de crecer espiritualmente, transformar su carácter y
renovar su ánimo para servir a Dios.
El salmista comprendió la riqueza de
«alabar su nombre» en compañía de
otras personas y aceptó con beneplácito y
con alegría la invitación para asistir «a la
casa del Señor». Además, consideró que
era una oportunidad para pedir «por la
paz de Jerusalén»; esta actitud intercesora nos anima a orar por la paz de nuestras
naciones y por sus gobernantes (1 Tim.
2:1-4). Así que, ¡qué gran invitación!
¿Cómo reaccionas cuando te invitan a los
cultos de tu congregación? Dedica tu vida
y participa activamente en la adoración a
Dios y en escuchar su Palabra en un ambiente de compañerismo cristiano en la
iglesia local.
¡Dichosos los cristianos que animan a
otros a participar en la dinámica cultual!
¡Dichosos aquellos que con alegría se integran a la iglesia local para adorar en comunidad, edificarse en la fe y renovar su
pasión misionera en el mundo!
3. El culto público convoca a las naciones a alabar a Dios (Sal. 47)
¿Qué dice el autor del salmo sobre Dios?
¿Cómo presenta el salmista a Dios en este himno? Este himno afirma que Dios es «el
gran Rey» o Señor del mundo, que ejerce
su reinado «sobre pueblos y naciones». El
autor describe a Dios en términos de títulos revestidos de gloria, magnificencia,
poder y autoridad soberana sobre «toda
la tierra»; luego afirma que está «sentado
en su trono» para ejercer su autoridad sobre toda su creación; también, asevera
que es el Dueño de «su pueblo» a quien
«ama»; también es Dueño de «todos los
pueblos del mundo». Ante la gloria de
Dios, ¿cómo debemos responder? El salmo nos convoca a alabar «con alegría» (v.
1), «a cantarle himnos» (v. 6), a «adorarlo» (v. 9) en comunidad. ¡La iglesia local es
nuestra comunidad espiritual donde adoramos al «gran Rey»! Podemos afirmar,
que este himno se aplica al Señor Jesús,
quien murió, resucitó y ascendió a la gloria eterna, ahora es el Rey de reyes y Señor
de señores. Así que, adoremos y exaltemos a nuestro Rey y Señor Jesucristo en
comunión con otros cristianos.
Considerando que Dios es «el gran
Rey», los cristianos debemos alabar a Dios
con todo nuestro ser; esto implica utilizar
el cuerpo: nuestra boca para cantar y las
manos para aplaudir; las emociones: para
exaltar a Dios «con alegría»; la mente: se
debe elaborar un «himno hermoso» con
inteligencia, lo cual implica entonar cantos que tengan armonía, que sean musicalmente agradables y el contenido de la
letra sea instructiva y edificante para
quienes participan del culto público. Interesantemente, el uso de la inteligencia en
la alabanza congregacional aporta el balance para evitar los extremos o desbordamientos de las emociones.
Asimismo, este himno ofrece varias
razones para que los cristianos participen
de la alabanza pública, entre ellas: porque
es «el Dios altísimo» que está sobre toda
su creación; es «el Rey de toda la tierra» y
Señor de todo lo creado; por darnos «la
victoria» sobre nuestros problemas y dificultades y, por último, porque «nos
ama» y nos permite disfrutar de su misericordia y sus bendiciones. ¡Dios es Señor
y Amo del mundo y digno de ser alabado!
Por lo expresado en este salmo, la asistencia y la participación de los cristianos en la
dinámica cultual y pública es para alabar,
exaltar, cantar y dar gracias a Dios con
todo su ser.
4. El culto público promueve la unidad y agrada a Dios (Sal. 133)
Este salmo tiene una connotación didáctica o educativa para destacar la importancia «de vivir juntos y en armonía»
como pueblo de Dios. En este poema, el
salmista resalta la bendición del culto comunitario. Implícitamente, el salmista enseña que el pueblo de Dios es una familia
y llama a sus integrantes como «los hermanos». La «armonía» del pueblo «es
tan agradable como la lluvia» que riega
los montes y «corre a Jerusalén» (v. 3). Dichosamente, cuando los integrantes del
pueblo de Dios practican la «armonía»
reciben su bendición y disfrutan de «una
larga vida».
El Nuevo Testamento resalta que, por
medio de nuestro Señor Jesús, aquellos
que reconocen su señorío «forman parte
de su pueblo y tienen todos los derechos;
ahora son de la familia de Dios» (Ef. 2:19).
Por lo tanto, los líderes de una iglesia local
y sus integrantes tienen que abandonar el egoísmo y las divisiones y, con compromiso y responsabilidad, promover la armonía y la unidad en sus miembros. Asimismo, el salmo anima a los cristianos a integrarse y participar la vida cultual de manera presencial, y en armonía con otros
cristianos disfrutar de la bendición de
Dios. La virtualidad no nos permite «vivir
juntos y en armonía».
¡Dichosos los líderes espirituales y los
miembros de una iglesia local que, con su
ejemplo y sus enseñanzas, promueven los
cultos comunitarios, la unidad y la armonía de sus miembros!
El culto público nos desafía a integrarnos a una iglesia local, con compromiso
de edificarnos mutuamente en la fe en
Cristo Jesús, a crecer juntos en el conocimiento de la Palabra de Dios, a elevar
nuestras alabanzas a Dios con inteligencia
y en comunión con otros cristianos, a estrechar los vínculos de amistad con los
miembros de la familia de Dios, a interceder por las naciones y, juntos, cumplir con
la misión de Dios entre las naciones. La
presencialidad a los cultos agrada a Dios y
edifica a la iglesia local.
Por Marvin Leandro (pasmarvin59@gmail.com)
Marvin Leandro Palacios está casado con Yamileth Artavia Murillo y son padres de tres hijos: Alejandro, Johan y Katherine. El pastor Leandro ha ejercido el ministerio pastoral desde el año 1980. Estudió en ESEPA donde obtuvo su Bachillerato en Educación Cristiana, en UNELA adquirió el bachillerato en Misionología y la Maestría en Consejería Pastoral y en Azusa Pacific University alcanzó su Maestría en Trabajo Pastoral. Ha sido profesor en varios institutos y seminarios en Costa Rica, Nicaragua y Estados Unidos. Actualmente, junto con su esposa Yamileth, ejerce el pastorado en la Iglesia Bíblica Nazareth, en la ciudad de San José, Costa Rica.
Marvin Leandro Palacios está casado con Yamileth Artavia Murillo y son padres de tres hijos: Alejandro, Johan y Katherine. El pastor Leandro ha ejercido el ministerio pastoral desde el año 1980. Estudió en ESEPA donde obtuvo su Bachillerato en Educación Cristiana, en UNELA adquirió el bachillerato en Misionología y la Maestría en Consejería Pastoral y en Azusa Pacific University alcanzó su Maestría en Trabajo Pastoral. Ha sido profesor en varios institutos y seminarios en Costa Rica, Nicaragua y Estados Unidos. Actualmente, junto con su esposa Yamileth, ejerce el pastorado en la Iglesia Bíblica Nazareth, en la ciudad de San José, Costa Rica.