Desde tiempos inmemoriales, las historias han sido el vehículo por excelencia para transmitir conocimientos, despertar la imaginación y tocar el coraz
EL PODER DE LA NARRACIÓN PARA UNA ENSEÑANZA IMPACTANTE Y SIGNIFICATIVA
Desde tiempos inmemoriales, las historias han sido el vehículo por excelencia para transmitir conocimientos, despertar la imaginación y tocar
el corazón. ¿No es esto lo que anhelamos
lograr al compartir las historias bíblicas
con los niños? Más que simples relatos, las
narraciones de la Biblia tienen el poder de
formar, inspirar y guiar a las nuevas generaciones. Como maestros, tenemos en
nuestras manos un recurso invaluable: la
palabra. Nuestra misión es hacer que esas
historias cobren vida, permitiendo que
cada niño se sienta parte de ellas y descubra en ellas la voz de Dios.
Mi madre era una persona silenciosa, capaz de disimularse entre los muebles, de perderse en el dibujo de la alfombra, de no hacer el menor alboroto, como si no existiera; sin embargo, en la intimidad de la habitación que compartíamos se transformaba. Comenzaba a hablar del pasado o a narrar sus cuentos y el cuarto se llenaba de luz, desaparecían los muros para dar paso a increíbles paisajes, palacios abarrotados de objetos nunca vistos, países lejanos inventados por ella o sacados de la biblioteca del patrón; colocaba a mis pies todos los tesoros de Oriente, la luna y más allá, me reducía al tamaño de una hormiga para sentir el universo desde la pequeñez, me ponía alas para verlo desde el firmamento, me daba una cola de pez para conocer el fondo del mar. Cuando ella contaba, el mundo se poblaba de personajes, algunos de los cuales llegaron a ser tan familiares, que todavía hoy, tantos años después, puedo describir sus ropas y el tono de sus voces. Preservó intactas sus memorias de infancia, retenía las anécdotas oídas al pasar y lo aprendido en sus lecturas, elaboraba la sustancia de sus propios sueños y con esos materiales fabricó un mundo para mí. «Las palabras son gratis» —decía— y se las apropiaba, todas eran suyas. Ella sembró en mi cabeza la idea de que la realidad no es sólo como se percibe en la superficie, también tiene una dimensión mágica y, si a uno se le antoja, es legítimo exagerarla y ponerle color para que el tránsito por esta vida no resulte tan aburrido. Los personajes convocados por ella en el encantamiento de sus cuentos, son los únicos recuerdos nítidos que conservo de mis primeros años…— Isabel Allende, Eva Luna
Este párrafo describe a una maravillosa narradora y su capacidad para lograr
un clima a través de detalles, sonidos, voces, colores, texturas, espacios, estimulando la imaginación. ¿Se podrá lograr una
experiencia como esta en nuestras narraciones de la Biblia con los niños? No solo
eso, diría yo, sino que también podemos
crear para ellos el ambiente propicio para
favorecer la enseñanza o para tomar una
decisión importante. ¡Los maestros contamos con «el poder de la palabra»! El ser
humano es el único capacitado por Dios
para «contar», para «narrar», para crear a través de las palabras. Es una de las características de ser hechos a imagen y semejanza de Él.
La narración, ayer y hoy
La palabra «contar» viene del latín computare, que significaba contar, en el sentido numérico. Luego la palabra pasó de la
enumeración de objetos al relato de hechos y empezaron las narraciones. La narración ha sido utilizada a través del tiempo en todas las culturas para la transmisión de conocimientos, tradiciones y valores. Con el correr de los siglos se plasmaron en forma escrita narraciones creadas
para responder a los grandes interrogantes del hombre. El pueblo hebreo dio mucha importancia a la oralidad, y la Biblia
misma es un ejemplo de ello; la mayoría
de sus historias primero fueron vividas,
luego narradas, para finalmente ser escritas.
Constantemente hacemos uso de la
narración. Todo se convierte en motivo y
argumento del relato: los hechos de la
vida cotidiana, los deseos más triviales y
las aspiraciones más profundas. Pasamos
parte de nuestra vida narrándonos a nosotros mismos y a otros lo que nos pasa;
aquello en que pensamos.
El escritor Manuel Cayol sostiene: «En
estos últimos años estamos presenciando
un redescubrimiento de la narración en
los ámbitos teológicos y pastorales. Se habla cada vez más de una ‘teología narrativa’ y se busca que el anuncio recupere su
dimensión originaria, ya que la Biblia y sobre todo los Evangelios, tienen un estilo
preponderantemente narrativo». Es que
este tipo de lenguaje es uno de los más
adecuados, porque los temas bíblicos que
queremos rememorar y hacer presentes
aquí y ahora, son acontecimientos que
deben ser narrados. Y también porque es
notable la atracción que despierta en muchos el género narrativo, por su carácter
evocativo, simbólico y vital.
«Había una vez…»
¡Cómo capta nuestra atención esta
frase! A chicos y a grandes nos hace detenernos a escuchar un relato que comienza. Las historias ejercen una gran atracción; pero también encierran verdades,
certezas, enseñanzas. Siempre dicen
«algo más» de los hechos que nos dan a
conocer.
¿Por qué narrar?
Quisiera detenerme a profundizar las razones que otorgan tanta fuerza a la narración, los motivos que hacen que su atención y escucha se despierten cuando se
dan cuenta de que comienza una historia:
- El relato nos introduce en una historia para ser parte de ella, tomando una posición.
- Recurre a imágenes que no necesitan ser entendidas conceptualmente, sino que se intuyen al hacerse directamente presentes a los que las escuchan.
- Hace revivir una experiencia y esta se transforma en mensaje para el niño.
- Bien narrada, puede estimular a importantes decisiones de vida.
Podríamos afirmar que los textos más
relevantes y significativos de la Biblia son
las narraciones. El mismo Jesús se nos presenta como persona narrada y también
como gran narrador; mientras que los discípulos, por ejemplo, aparecen como
oyentes de sus relatos. Cuando nosotros, como maestros, repetimos esos relatos
nos insertamos en una tradición narrativa.
Escuché decir a un orador que «el
cristianismo es una comunidad de narración». Y en esta comunidad, un buen maestro narrador es aquel que sabe captar la
atención de los oyentes y mantener la
tensión narrativa, despertando curiosidad por la vivencia de los personajes y expectativa por el desencadenamiento de
los hechos. Es el que sabe llevar un relato
tranquilo y progresar lentamente, dando
lugar al contraste en los momentos de
tensión. Es un testigo de lo que cuenta,
porque esa historia que narra ya lo ha tocado a él primeramente, y se ha dejado
compenetrar por ella; no narra un dato,
sino una experiencia. Es simplemente un
canal de la historia que cuenta; narra también para él y con la atención constante
de no ser él el centro, sino la historia y su
mensaje.
No impone ni manipula. La fuerza de
la palabra que narra se compromete con
aquel a quien se dirige y puede invitar a
tomar una decisión. Finalmente, ama la
Palabra, y ama la palabra narrada; ama las
historias que cuenta y a los niños, destinatarios de su narración.
Por Andrea Alves (prof.alvesandrea@gmail.com)
Andrea Alves es de la Ciudad de Córdoba, Argentina. Es Profesora de Literatura y Lengua y también se desempeña
como Correctora Editorial. Está casada, tiene dos hijas jóvenes y es miembro de la Iglesia Cristiana Evangélica de Villa
Centenario, donde ha desarrollado su ministerio en la Escuela Bíblica de niños y adolescentes. También forma parte
del ministerio de Alabanza. Durante más de 30 años se ha
desempeñado como Instructora de maestros cristianos en
LAPEN (Liga Argentina Pro Evangelización del Niño), y
como autora de materiales para campamentos organizados
en dicha entidad. Forma parte del equipo de trabajo de
“Ediciones Crecimiento Cristiano”, editorial de la ciudad de
Villa Nueva, Córdoba.