Practicando la paciencia mutua en la familia de la fe
El ser pacientes con las debilidades y flaquezas de nuestros hermanos en la fe puede representar un gran desafío. Pero, cuando lo somos, podemos llegar a ver frutos perdurables y de impacto insospechado, no solo en los demás sino también en nosotros mismos.
Hay poder en la paciencia.
- Hace algunas décadas, cuando ser cristiano evangélico aún podía considerarse cool en buena parte del mundo occidental, se popularizó una frase que fue aplicada a camisetas, calcomanías, adornos para automóviles y más. Decía algo así como: «Por favor, sea paciente; Dios no ha terminado conmigo todavía».
- Aunque en lo superficial es una frase ingeniosa y vendedora, encierra una gran verdad de validez permanente. Todos necesitamos que los demás cristianos sean pacientes con nosotros en la misma medida que debemos ser pacientes con ellos, precisamente porque todos los seguidores de Cristo, sin excepción, hemos sido tratados por Dios de esa manera y estamos siendo perfeccionados por Él día a día.
Mi hermano en la fe —que aún es inmaduro e imperfecto, que tiene debilidades y flaquezas, que lucha consigo mismo, con este mundo y con el diablo— necesita de mi paciencia mientras crece y madura, se fortalece y vence el pecado, por la gracia de Dios. Lo necesita exactamente en la misma medida que yo, que me enfrento a iguales retos. Todos estamos en el mismo camino.
FUIMOS PERDONADOS Y SE NOS TRATÓ CON PACIENCIA
La base de nuestro llamado a ser pacientes unos con otros, se encuentra en el trato que Dios nos ha demostrado en Cristo.
- «Dado que Dios los eligió para que sean su pueblo santo y amado por él, ustedes tienen que vestirse de tierna compasión, bondad, humildad, gentileza y paciencia. Sean comprensivos con las faltas de los demás y perdonen a todo el que los ofenda. Recuerden que el Señor los perdonó a ustedes, así que ustedes deben perdonar a otros». (Col. 3:12-13 NTV)
Recordar que el Señor me ha elegido para ser parte de su pueblo, que ha sido paciente y perdonador conmigo, que me ha tratado con dignidad y respeto más allá de todo merecimiento personal, me compromete a comportarme de igual forma con los demás. Y aunque pareciera que es lo menos que puedo hacer, en realidad estoy honrando su nombre, dando testimonio de su presencia en mi vida y de su señorío en la iglesia.
CUANDO HAY DESACUERDOS Y DIFERENCIAS
Los desacuerdos, diferencias y posiciones antagónicas sobre un sinfín de asuntos, son una realidad indiscutible entre los cristianos. Tenemos que aprender a convivir con ello, pero de acuerdo a lo que la Biblia nos indica.
En cuanto a esto, no hay muchas opciones entre las cuales elegir. El apóstol Pablo nos instruye claramente:
«Que Dios, quien da esa paciencia y ese ánimo, los ayude a vivir otros, como corresponde a los seguidores de Cristo Jesús». (Rom. 15:5 NTV)
- Para conseguirlo, aun en medio de los naturales conflictos que surgen entre unos y otros, debemos hacer espacio en nuestras vidas para que se manifieste el fruto del Espíritu en sus variadas facetas, derrotando a los impulsos de la naturaleza pecaminosa.
- Si amamos, si somos pacíficos y pacientes, gentiles, bondadosos, fieles, humildes y ejercemos dominio propio, ningún conflicto va a escalar, a lo menos en cuanto a lo que corresponde a nosotros.
Conviene recordar aquí que lo verdaderamente importante no es tener la razón en discusiones o confrontaciones personales. Lo que sí importa es que Cristo sea una realidad en cada uno de nosotros, Aquel de quien podemos aprender a ser mansos y humildes de corazón.
Vivir en armonía, incluso en el disenso, puede ser una realidad magnífica: ¡Dios lo hace posible!
CONSTRUIMOS COMUNIDAD, PACIENTEMENTE
«Sean siempre humildes y amables. Sean pacientes unos con otros y tolérense las faltas por amor. Hagan todo lo posible por mantenerse unidos en el Espíritu y enlazados mediante la paz. Pues hay un solo cuerpo y un solo Espíritu, tal como ustedes fueron llamados a una misma esperanza gloriosa para el futuro». (Ef. 4:2-4 NTV)
- Como familia de fe estamos comprometidos en amor los unos con los otros. Esto va mucho más allá de una resignada aceptación de las cosas que otros no hacen tan bien. Podemos ser proactivos y en humildad y sumisión al Señor, ver si hay alguna forma en que podamos contribuir a que nuestro hermano madure, venza o se perfeccione.
- Y a propósito de esto, ¿habrá algo más potente y eficaz que la oración? Dios quiere que en todos los suyos se forme Cristo y se evidencien sus virtudes, que todos crezcan en su conocimiento, que todos le lleven gloria, por lo cual las oraciones en ese sentido están perfectamente alineadas con sus propósitos y voluntad.
Pero podemos ir más allá, practicando la humildad, la transparencia y la honestidad. De la oración en lo secreto al «¿Cómo puedo ayudarte? Estoy a tu disposición», hay un solo paso. Animémonos a darlo y, sin lugar a dudas, veremos a Dios obrar. Lo veremos obrar, como dijimos al principio, no solo en los demás sino también en nosotros mismos.
Al orar unos por otros y servirnos mutuamente para que el Señor Jesús sea real en nuestras vidas, vamos fortaleciendo la iglesia, el cuerpo de Cristo. Así nos hacemos más fuertes mutuamente, se profundiza nuestro amor y nuestra comunión. Así crecemos juntos. Así construimos comunidad, ahora y para la eternidad.
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POR PABLO SÁNCHEZ
Pastor, comunicador, movilizador. Junto a su esposa Ketty, ha servido por décadas en diferentes organizaciones misioneras, evangelísticas y de servicio, como Juventud con una Misión, Obedira, Asociación Evangelística Billy Graham y Jesús Responde al Mundo de Hoy.