Por Nicolás Marulla - La identidad en el ministerio pastoral deberá, necesariamente, ser anterior a la filosofía de ministerio. Es impresc...
Por Nicolás Marulla - La identidad en el ministerio pastoral deberá, necesariamente, ser anterior a la filosofía de ministerio. Es imprescindible saber quiénes somos. Tener seguridad de nuestra salvación y del llamado de Dios, eso permitirá un desenvolvimiento de liderazgo
y servicio consistente. Deberíamos responder mínimamente dos preguntas claves relacionadas con nuestra identidad pastoral.
La primera: ¿Quiénes somos?
La segunda: ¿Cuáles son nuestros dones ministeriales?
Intentaremos en este artículo responder en parte la primera pregunta, pero vinculada a nuestro llamado ministerial. ¿Quiénes somos? Tales de Mileto, nació en Tebas en el año 625 a.C y murió en Atenas en el 547 a.C. Fue un filósofo griego, fundador de la escuela Jónica, considerado uno de los siete grandes sabios de Grecia. En una oportunidad un sofista intentó confundir al sabio con preguntas difíciles que este respondió de manera breve y asombrosa. Le hizo nueve preguntas que por razones de espacio no voy a desarrollar, salvo la novena y última que se relaciona con nuestro tema, cuya respuesta desconcertó al sofista. ¿Cuál es la más difícil de todas las cosas?, el sabio respondió: Conocerse a sí mismo.

“La cosa más difícil es conocernos a nosotros mismos; la más fácil es hablar mal de los demás” - Tales de Mileto
Dios nos escogió y eso nos ha dado una identidad.
Lo que nosotros somos como personas, está íntimamente ligado con el hecho de que fuimos llamados por Dios al ministerio, lo cual está claramente establecido en la Biblia: Salmo 139:14-16; Isaías 49:1,5; Jeremías 1:5; Lucas 1:15. En estos textos sobresale el hecho de que Dios nos conoce desde el vientre de nuestra madre, y estando allí nos escogió. Es esto lo que hace a nuestra verdadera identidad. Aquellos que fuimos llamados al ministerio, es decir, a una vida de entrega y servicio a Dios y al prójimo, teniendo a Cristo en el centro mismo del corazón, participamos de un sentido de trascendencia que comprende la idea de algo que desborda nuestro ser, que va más allá de nosotros mismos, que alcanza plenitud en el servicio al otro y en el anhelo creciente de dejar un legado a las generaciones futuras. Se puede decir que servir a la comunidad y a los motivos trascendentes de la vida, como lo es a una causa justa, responde a una necesidad intrínseca de los seres humanos creados a imagen y semejanza de Aquel que dejando su trono, se hizo hombre y entregó su vida sacrificialmente para salvar a la humanidad.

Nuestra vivencia personal va confirmando nuestra identidad.
He tenido el privilegio de comenzar la tarea pastoral siendo un joven soltero, luego formé una familia, y después de casi treinta años de estar sirviendo, puedo decir que está muy nítido como un cuadro en mi mente, el rostro de los que sufren, de los que perdieron la esperanza, de los que no encuentran alivio a su dolor, de aquellos que navegan en un mar de confusión y de quienes no desean vivir un minuto más abandonados en el destierro de la soledad y la incomprensión. El servicio hace que nuestra identidad sea semejante a la de Cristo. (Marcos 10:45).
Somos personas llamadas por Dios a una vida de compasión y servicio.
Las funciones pastorales, tales como transmitir una visión, guiar en la estrategia y capacitar líderes, son responsabilidades insoslayables e innegociables. Sin embargo, se deberá prestar atención a algo que es anterior a todo esto y tiene que ver con el hecho de que un pastor es, por sobre todo, alguien que tiene carga en su corazón por aquellos que están sin Cristo y por quienes se han alejado del camino y están extraviados, heridos y confundidos en un mundo que los descorazona día a día. Es alguien que tiene el sello de la compasión. (Mateo 9:35, 36). El pastor es el reflejo del Buen Pastor que es Jesús. El Evangelio de Juan capítulo 10:11 nos dice: “Yo soy el buen pastor; el buen pastor su vida da por las ovejas”. Y en el Evangelio de Lucas 15:3-32, encontramos las llamadas tres parábolas de la gracia: la oveja perdida, la moneda perdida y el hijo pródigo, las cuales nos dicen mucho acerca del corazón de los pastores. Un pastor es aquel que está en permanente búsqueda de la voluntad de Dios, tiene un corazón tan apasionado por alcanzar a un mundo herido, que provoca en quienes lo rodean un contagio y un respeto único. Un pastor así, se puede equivocar y de todos modos será comprendido y amado por los suyos, porque reconocerán que no están ante un líder conformista, “un asalariado”, sino uno/a llamado al ministerio y que “da su vida por las ovejas”...
Nicolás Marulla (nmarulla@hotmail.com) está casado con Sonnia Elizabeth Vega, y tienen dos hijos: Leandro y Hernán. Obtuvo su licenciatura en teología en el Seminario Internacional Teológico Bautista de Buenos Aires y ha finalizado su doctorado en ministerio en la Facultad Teológica Sudamericana de Londrina, Brasil. Actualmente se desempeña como director educacional de Iglesia de Dios en Paraguay y director del Seminario Teologico (SETID).
Para continuar equipando su ministerio descargue la aplicación de La Fuente y suscríbase
y servicio consistente. Deberíamos responder mínimamente dos preguntas claves relacionadas con nuestra identidad pastoral.
La primera: ¿Quiénes somos?
La segunda: ¿Cuáles son nuestros dones ministeriales?
Intentaremos en este artículo responder en parte la primera pregunta, pero vinculada a nuestro llamado ministerial. ¿Quiénes somos? Tales de Mileto, nació en Tebas en el año 625 a.C y murió en Atenas en el 547 a.C. Fue un filósofo griego, fundador de la escuela Jónica, considerado uno de los siete grandes sabios de Grecia. En una oportunidad un sofista intentó confundir al sabio con preguntas difíciles que este respondió de manera breve y asombrosa. Le hizo nueve preguntas que por razones de espacio no voy a desarrollar, salvo la novena y última que se relaciona con nuestro tema, cuya respuesta desconcertó al sofista. ¿Cuál es la más difícil de todas las cosas?, el sabio respondió: Conocerse a sí mismo.

“La cosa más difícil es conocernos a nosotros mismos; la más fácil es hablar mal de los demás” - Tales de Mileto
Dios nos escogió y eso nos ha dado una identidad.
Lo que nosotros somos como personas, está íntimamente ligado con el hecho de que fuimos llamados por Dios al ministerio, lo cual está claramente establecido en la Biblia: Salmo 139:14-16; Isaías 49:1,5; Jeremías 1:5; Lucas 1:15. En estos textos sobresale el hecho de que Dios nos conoce desde el vientre de nuestra madre, y estando allí nos escogió. Es esto lo que hace a nuestra verdadera identidad. Aquellos que fuimos llamados al ministerio, es decir, a una vida de entrega y servicio a Dios y al prójimo, teniendo a Cristo en el centro mismo del corazón, participamos de un sentido de trascendencia que comprende la idea de algo que desborda nuestro ser, que va más allá de nosotros mismos, que alcanza plenitud en el servicio al otro y en el anhelo creciente de dejar un legado a las generaciones futuras. Se puede decir que servir a la comunidad y a los motivos trascendentes de la vida, como lo es a una causa justa, responde a una necesidad intrínseca de los seres humanos creados a imagen y semejanza de Aquel que dejando su trono, se hizo hombre y entregó su vida sacrificialmente para salvar a la humanidad.

Nuestra vivencia personal va confirmando nuestra identidad.
He tenido el privilegio de comenzar la tarea pastoral siendo un joven soltero, luego formé una familia, y después de casi treinta años de estar sirviendo, puedo decir que está muy nítido como un cuadro en mi mente, el rostro de los que sufren, de los que perdieron la esperanza, de los que no encuentran alivio a su dolor, de aquellos que navegan en un mar de confusión y de quienes no desean vivir un minuto más abandonados en el destierro de la soledad y la incomprensión. El servicio hace que nuestra identidad sea semejante a la de Cristo. (Marcos 10:45).
Somos personas llamadas por Dios a una vida de compasión y servicio.
Las funciones pastorales, tales como transmitir una visión, guiar en la estrategia y capacitar líderes, son responsabilidades insoslayables e innegociables. Sin embargo, se deberá prestar atención a algo que es anterior a todo esto y tiene que ver con el hecho de que un pastor es, por sobre todo, alguien que tiene carga en su corazón por aquellos que están sin Cristo y por quienes se han alejado del camino y están extraviados, heridos y confundidos en un mundo que los descorazona día a día. Es alguien que tiene el sello de la compasión. (Mateo 9:35, 36). El pastor es el reflejo del Buen Pastor que es Jesús. El Evangelio de Juan capítulo 10:11 nos dice: “Yo soy el buen pastor; el buen pastor su vida da por las ovejas”. Y en el Evangelio de Lucas 15:3-32, encontramos las llamadas tres parábolas de la gracia: la oveja perdida, la moneda perdida y el hijo pródigo, las cuales nos dicen mucho acerca del corazón de los pastores. Un pastor es aquel que está en permanente búsqueda de la voluntad de Dios, tiene un corazón tan apasionado por alcanzar a un mundo herido, que provoca en quienes lo rodean un contagio y un respeto único. Un pastor así, se puede equivocar y de todos modos será comprendido y amado por los suyos, porque reconocerán que no están ante un líder conformista, “un asalariado”, sino uno/a llamado al ministerio y que “da su vida por las ovejas”...
Nicolás Marulla (nmarulla@hotmail.com) está casado con Sonnia Elizabeth Vega, y tienen dos hijos: Leandro y Hernán. Obtuvo su licenciatura en teología en el Seminario Internacional Teológico Bautista de Buenos Aires y ha finalizado su doctorado en ministerio en la Facultad Teológica Sudamericana de Londrina, Brasil. Actualmente se desempeña como director educacional de Iglesia de Dios en Paraguay y director del Seminario Teologico (SETID).
Para continuar equipando su ministerio descargue la aplicación de La Fuente y suscríbase