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De la mayordomía personal al impacto comunitario

La mayordomía de la iglesia impulsa el evangelio y el servicio: Hemos recorrido un camino que yente. En el primer artículo, establecimos que la mayord

CÓMO LA MAYORDOMÍA DE LA IGLESIA IMPULSA EL EVANGELIO Y EL SERVICIO

La mayordomía de la iglesia impulsa el evangelio
Hemos recorrido un camino que yente. En el primer artículo, establecimos que la mayordomía es, ante todo, una convicción de fe que reconoce la soberanía de Dios sobre todo lo que poseemos. En el segundo, vimos cómo esta convicción se traduce en la vida diaria a través de la generosidad intencional y la elaboración de un presupuesto consciente.

Ahora, llevamos el concepto de mayordomía a su expresión más amplia: la esfera eclesiástica. La generosidad personal de los creyentes no tiene como fin último el bienestar individual, sino el avance de la misión de la iglesia en el mundo. El fruto más glorioso de la mayordomía es que el Cuerpo de Cristo pueda administrar eficazmente los recursos para el avance del evangelio, la adoración y el servicio compasivo a los más necesitados.

La iglesia, administradora de los recursos de Dios

La iglesia, como institución y como comunidad de fe, no es la dueña de sus bienes, sino una administradora fiduciaria de los recursos que Dios le confía a través de la generosidad de sus miembros. La congregación es el «almacén» al que se dirigen las bendiciones y provisiones de Dios para ser redistribuidas con un propósito divino. Este rol de administración, por lo tanto, exige un nivel de integridad, transparencia y sabiduría que debe ser ejemplar.

La mayordomía eclesiástica implica más que simplemente pagar cuentas; se trata de honrar al Dador supremo. Cada decisión financiera, desde el mantenimiento del lugar de reunión hasta el apoyo a un misionero, debe ser guiada por la oración y el discernimiento. El apóstol Pablo insistió en que la recaudación fuera «según lo que haya decidido en su corazón, no de mala gana ni por obligación, porque Dios ama al que da con alegría» (2 Cor. 9:7). Esta misma alegría y propósito deben caracterizar la administración eclesiástica. La congregación tiene el deber sagrado de asegurar que los fondos se manejen de manera «que nadie nos desacredite» (2 Cor. 8:20-21 NBLA), generando confianza y reflejando la pureza del evangelio.

La mayordomía de Jesús, un modelo de generosidad

El mejor modelo de mayordomía y generosidad se encuentra en el ministerio terrenal del Señor Jesús. Es un hecho bíblico que Jesús y sus doce discípulos no eran hombres ricos, y su ministerio dependía enteramente del apoyo económico de creyentes generosos, incluyendo mujeres destacadas que les servían «de sus bienes» (Lc. 8:2-3). Esto ya establece un principio de interdependencia y confianza.

Lo más notable, sin embargo, es el ordenamiento financiero dentro de este ministerio móvil. El grupo tenía un fondo o una bolsa común administrada por Judas Iscariote (Jn. 12:6). Es sumamente significativo que este fondo no solo se usaba para cubrir los gastos de la misión, sino que también se destinaba a socorrer a los pobres o a quienes tenían necesidad.

La evidencia más clara de esta práctica habitual se encuentra en Juan 13:29. Cuando Jesús le dice a Judas: «Lo que vas a hacer, hazlo pronto» (v. 27) y este sale, los demás discípulos asumieron dos posibilidades inmediatas: que lo había enviado a comprar lo necesario para la fiesta de la Pascua, o que le había mandado dar algo a los pobres. Esta inferencia demuestra que el uso de ese fondo para la caridad era una práctica conocida, habitual y esperada dentro del ministerio de Jesús. La generosidad y el socorro a los vulnerables no eran un apéndice de la misión, sino un componente integral de su operación financiera. Como iglesia hoy estamos llamados a seguir este modelo de generosidad presupuestada.

Generosidad eclesiástica y solidaridad misionera

La mayordomía de la iglesia también está íntimamente ligada a la misión global. La generosidad de una congregación no debe detenerse en las paredes del edificio, sino extenderse para impactar el trabajo misionero y fortalecer a otras comunidades de fe.

Un poderoso ejemplo de esto se encuentra en la ofrenda de las iglesias gentiles para la iglesia en Jerusalén (Hch. 11:27-30; 2 Cor. 8-9). Cuando los creyentes judíos en Jerusalén sufrieron una gran necesidad a causa de la hambruna, las iglesias en Macedonia y Acaya, compuestas principalmente por gentiles, levantaron una generosa colecta. Este acto demostró una solidaridad que trascendía las barreras étnicas y geográficas, uniendo a la iglesia primitiva bajo el vínculo del amor de Cristo.

El apóstol Pablo enfatiza que el propósito de esta generosidad era doble (2 Cor. 9:12-13):
  1. Satisfacer la necesidad de los santos, demostrando el amor fraternal en acción.
  2. Llevar a que los beneficiados den gracias y glorifiquen a Dios, provocando así la alabanza.
De esta manera, la mayordomía del dinero se convierte en una herramienta teológica y misional. Nuestra generosidad no solo provee pan; provee un testimonio que lleva a la gratitud y a la alabanza. La iglesia, al gestionar sabiamente los fondos para la misión y la ayuda, se convierte en un reflejo palpable del amor sacrificial de Dios.

La mayordomía de la iglesia y el cuidado de los vulnerables

La responsabilidad de la mayordomía eclesiástica se extiende finalmente (o primordialmente) al servicio y la compasión dentro de la propia comunidad. Como iglesia reflejamos a Cristo no solo en la predicación de la Palabra, sino también en el servicio práctico y el cuidado social de nuestros miembros.

En su carta a Timoteo, Pablo dio instrucciones claras sobre el cuidado de las viudas (1 Tim. 5:3-16). Este pasaje establece una responsabilidad inequívoca: la iglesia debe cuidar a los miembros vulnerables en su propia congregación, yendo más allá del simple mantenimiento institucional para abrazar el mandato de amar al prójimo. La iglesia debe ser la primera línea de apoyo para quienes han quedado desamparados, demostrando que la fe cristiana impacta de manera concreta la vida social.

Para una iglesia cristiana, destinar fondos para la ayuda comunitaria y social es un acto de mayordomía responsable. Al igual que el diezmo del pobre en el Antiguo Testamento aseguraba la provisión para los huérfanos y extranjeros, la generosidad de la iglesia moderna debe tener una partida presupuestaria para la misericordia. Esto puede manifestarse en programas de ayuda alimentaria, apoyo educativo o asistencia a familias en crisis. La generosidad eclesiástica es el brazo ejecutor de la compasión de Cristo en la sociedad.

El fruto de la generosidad

El verdadero fruto de la mayordomía, tanto personal como eclesiástica, es el avance de la misión de Dios y la gloria de Cristo. La mayordomía es un ciclo virtuoso: Dios es el Dueño, el creyente es el mayordomo fiel que da con alegría, y la iglesia es la administradora sabia que utiliza esos recursos para cumplir la voluntad divina. Al gestionar nuestros recursos de esta manera, la mayordomía se convierte en adoración práctica. Demostramos al mundo que nuestros tesoros no están en la tierra, sino en el cielo (Mt. 6:19-21), y que nuestra generosidad es un eco de la generosidad suprema de Dios, quien nos dio a su Hijo unigénito para nuestra salvación. Que la mayordomía de tu corazón te libere para una vida de generosidad que no solo transforme tu economía, sino que también impulse el evangelio y el servicio en todo el mundo.

Fuentes consultadas
  • Randy Alcorn (2001). El principio del tesoro: Descubre el secreto del dador alegre. Editorial Unilit.
  • Dave Ramsey (2014). The Legacy Journey: A Radical View of Biblical Wealth and Generosity. Ramsey Press.
Por Fredi Sosa (redaccion.lafuente@gmail.com)
Licenciado en Teología, diseñador gráfico y pastor, realizó sus estudios en el Instituto Superior de Bellas Artes y la Universidad Evangélica del Paraguay, sede IBA. Forma parte del equipo editorial de la revista La Fuente. Vive actualmente en la ciudad de Loma Plata, Chaco Paraguayo, junto a su esposa Esther y su hijo Giovanni.

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