En los dos artículos anteriores hemos mencionado el concepto de que la narración es un arte, porque como toda manifestación del mismo, esta involucra
EL PROFUNDO IMPACTO DE UNA HISTORIA BÍBLICA BIEN CONTADA
En los dos artículos anteriores hemos
mencionado el concepto de que la
narración es un arte, porque como
toda manifestación del mismo, esta involucra al espíritu del ser humano, su alma,
su creatividad, sus sentimientos. Asimismo, siempre va dirigida a un destinatario
a quien impactar, sobre quien influir, a
quien conmover y, por ende, ¡en quien generar un cambio!
Y a propósito de esto, me parece pertinente traer a estas páginas la historia de
Scherezade, la valiente protagonista de
uno de los clásicos más relevantes de la Literatura Universal: Las Mil y Una Noches.
La historia que vertebra a este libro y que
une a sus cuatrocientos cuentos es en verdad extensa y compleja; pero podemos
resumirla contando que el sultán del reino donde ella vivía, resentido por la infidelidad de su esposa la sultana, no solo
mandó a ejecutarla, sino que decretó casarse cada tarde con una mujer de su harén, y a la mañana siguiente terminar del
mismo modo con la vida de cada una de
ellas.
Allí apareció en escena Scherezade, la
hija de un visir del sultán. Ella no formaba
parte del harén pero se ofreció voluntariamente a casarse con él, arriesgando así
su vida, solo porque confiaba en su gran
talento: el de narrar historias. El libro nos
cuenta que la protagonista, pasada la tarde en la que se había casado con el sultán,
le pidió un último deseo: «poder contarle
una historia». Scherezade, confiando en
su don de la narración, fue envolviendo
cada noche con relatos maravillosos a su esposo; de tal manera que él olvidó su decreto de muerte y siguió pidiéndole a su
dulce esposa que continuara con esas historias. Así, transcurrieron «mil y una noches» en las que ella puso su corazón para
recrear personajes, lugares, acontecimientos y hechos asombrosos. Al final del libro,
esta heroína, con el poder y los recursos de
una historia bien contada, no solo logró
cambiar el duro corazón del sultán, sino
que salvó su propia vida y la de todas las
mujeres del reino…
Me pareció pertinente referirme al argumento central de este libro porque «revaloriza el poder de las historias que se
narran con el corazón», y porque a su vez
nos lleva a pensar que cuánto más nosotros, como maestros cristianos, tenemos
este mismo recurso para generar cambios
en la vida de un niño; con la gran diferencia de que nuestras historias llevan el contenido de la Palabra de Dios, que es viva y
eficaz (Heb. 4:12).
John Milton Gregory, un educador estadounidense del siglo XIX, escribió:
«¿Cómo puede la presentación del maestro no ser sincera e inspiradora, cuando su tema es tan rico en radiante realidad?».
«Estamos hechos de historias»
En el primer artículo que compartimos,
hemos mencionado que «constantemente hacemos uso de la narración; que pasamos parte de nuestra vida narrándonos a
nosotros mismos y contando a otros lo
que nos pasa». Quisiera ampliar aún más
esta idea, al sostener que la narración convive entre nosotros de diversas formas:
desde que somos pequeños alguien nos
cuenta cómo éramos en nuestros primeros años, nos relata alguna anécdota graciosa o nos narra la historia de nuestra familia. Otras veces, ya más grandes, nos
cuentan relatos de historias increíbles, de acontecimientos importantes y hechos
ocurridos en el pasado. En fin, escuchamos, decimos y leemos narraciones casi
todo el tiempo porque forman parte de lo
que somos, de nuestra identidad. El relato
es parte constitutiva de la naturaleza humana. Como dice el escritor uruguayo
Eduardo Galeano: «Estamos hechos de
historias».
No olvidemos que Dios ha hablado y
nos habla en su Palabra a través de hechos
y vocablos humanos, para que los comprendamos. En este sentido, la mayor parte de los relatos bíblicos son narraciones
de experiencias vividas por el pueblo, de
hechos concretos, que fueron vividos por
unos o narrados por otros. Y ahora, como
maestros cristianos, nos toca a nosotros
seguir contándolas.
El maestro narrador
Cuando un maestro narra una historia bíblica a sus alumnos, está compartiendo
no solo un relato del pasado, sino una revelación viva que continúa hablando a
quienes hoy las escuchan.
Solo un maestro que ha conocido al
Dios de la historia y ha logrado una verdadera comunión y diálogo con Él, puede
narrar con autoridad espiritual, con convicción, con esa fuerza que viene no del
talento, sino justamente de su experiencia
de fe.
Un punto importante, que no podemos dejar de mencionar, es que aún hay
maestros que narran historias bíblicas que
están «sueltas» en su cabeza, sin sus contextos que las enriquecen. Maestros que tienen las historias bíblicas «prendidas
con alfileres», sin ocuparse en investigar
el contexto histórico, los usos y costumbres de ese tiempo, la geografía del lugar,
las características de los personajes. Existen también los «narradores de manual»,
es decir, aquellos que preparan las historias solo habiendo leído una lección ya
elaborada por otro.
Si un maestro desea ser un buen narrador, debe ser un lector constante y conocedor de la Palabra de Dios. Todo buen
maestro debe haber leído «por lo menos
una vez» toda la Biblia de manera completa; debe tener en claro ese mensaje integral de cómo Dios se ha revelado al ser
humano a través del tiempo. Debe no
solo leerla en una sola versión: tenemos a
mano múltiples traducciones a las que es
necesario acudir para potenciar esos relatos. Es imprescindible acercarse a los niños con palabras y conceptos comprensibles, con simbolismos bien explicados.
Conclusión
Finalmente podemos decir que la narración bíblica debe fundamentalmente
evocar, ayudar a imaginar, «vivir» lo que
se está relatando; y con todas sus posibilidades permitir que un mundo que los niños desconocían se les haga conocido y se
sientan inmersos en él.
Que los personajes que eran lejanos,
se transformen en amigos. Que los héroes
de la fe sean admirados por ellos y quieran
imitarlos. Que sepan que el Dios que mostró su poder en esos relatos, es el mismo
Dios que tiene poder hoy para intervenir
en la vida de ellos y acompañarlos cada
día. Que reconozcan que ese Jesús tierno,
compasivo, a quien le gustaba andar entre
la gente; que sanó, perdonó y salvó de pecados, es el mismo Jesús que puede transformarse en su mejor Amigo y Salvador.
Sí, ese mismo Jesús, el Maestro más grande, quien dijo en Lucas 8.11: «La semilla es
la palabra de Dios».
Por eso, la noble tarea de todo aquel
que quiera ser un buen maestro narrador
será, entonces, remover con amor y cuidado la tierra, y con delicadeza… ¡sembrar la semilla!
Por Andrea Alves (prof.alvesandrea@gmail.com)
Andrea Alves es de la Ciudad de Córdoba, Argentina. Es Profesora de Literatura y Lengua y también se desempeña
como Correctora Editorial. Está casada, tiene dos hijas jóvenes y es miembro de la Iglesia Cristiana Evangélica de Villa
Centenario, donde ha desarrollado su ministerio en la Escuela Bíblica de niños y adolescentes. También forma parte
del ministerio de Alabanza. Durante más de 30 años se ha
desempeñado como Instructora de maestros cristianos en
LAPEN (Liga Argentina Pro Evangelización del Niño), y
como autora de materiales para campamentos organizados
en dicha entidad. Forma parte del equipo de trabajo de
“Ediciones Crecimiento Cristiano”, editorial de la ciudad de
Villa Nueva, Córdoba.