El Señor no hace nada por arrogancia, envidia, rencor o con malas intenciones. Todo su carácter divino y su esencia están constituidos de amor y benig
3 EJEMPLOS BÍBLICOS DE LA BENIGNIDAD COMO FRUTO ESPIRITUAL
Estamos explorando el concepto de la
benignidad. Primeramente, mencionamos la lista que nos ofrece Pablo en
Gálatas 5:22-23. El apóstol viene hablando
de la salvación por la fe, la cual ha de mostrarse sin legalismos, una salvación que se
expresa con un espíritu de servicio. El creyente usa su libertad en Cristo para servir
en amor a los demás, su carácter emana
esta salvación y se refleja al mundo en términos de amor, gozo, paz, paciencia, bondad, humildad, dominio propio, etc.
Hemos de saber, como señalábamos
en el artículo anterior, que la lista de estos
frutos no es exhaustiva y que en algunos
casos Pablo está usando sinónimos en el griego. Así, lo que en algunas versiones
leemos como «bondad» y «benignidad»,
son términos sinónimos; como si leyéramos los adjetivos «bonito» y «lindo».
Esta lista tan hermosa de frutos, o de
expresiones del carácter, no son otra cosa
más que la esencia misma de nuestro
Dios. Ya sabemos desde el Génesis que
fuimos creados a su imagen y semejanza.
Es decir, desde el jardín se nos encomendó la dulce tarea de representarle y de gobernar en su nombre. Llevamos su nombre en todo lo que hacemos, en nuestras
acciones y decisiones y debemos tratar de
glorificar su nombre. Esto es lo que Jesús
nos enseña a orar:
«Santificado sea tu nombre. Venga tu reino. Hágase tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra» (Mt. 6:9-10 RVR60).
El Señor no hace nada por arrogancia,
envidia, rencor o con malas intenciones.
Todo su carácter divino y su esencia están
constituidos de amor y benignidad. Todo
lo que hace por nosotros viene de su benignidad, aun la más fuerte disciplina:
cuando hemos pecado y quiere corregirnos, desborda gracia y misericordia. Si
queremos llevar este fruto de benignidad
en nuestras vidas, una pregunta válida
para nosotros es: ¿Cómo podemos hacerlo?
Una viuda benigna
En la historia de Rut, en la Biblia, tenemos
un ejemplo de gran benignidad (o bondad). Ella decide dejar su tierra, su familia
y sus dioses, por acompañar y cuidar de
Noemí, una viuda de mayor edad. Rut
misma era viuda, y podemos afirmar que
ella necesitaba también ayuda. Pero decide hacer a un lado su propia condición, y
le expresa a Noemí la más grata de las promesas, que la acompañaría y que no estaría sola, sino que la cuidaría hasta el día
que muriera:
«Dondequiera que vivieres, viviré. Tu pueblo será mi pueblo, y tu Dios mi Dios. Donde tú murieres, moriré yo, y allí seré sepultada; así me haga Jehová, y aun me añada, que sólo la muerte hará separación entre nosotras dos» (Rut 1:16-17 RVR60).
Los últimos versículos del capítulo
uno de Rut son conmovedores. El dolor,
las lágrimas y las promesas nos presentan
a una Noemí fracturada por la adversidad. En medio de su circunstancia, ella no
es egoísta para pensar solo en sí misma,
sino que quiere lo mejor para sus nueras.
Pero Rut tampoco es egoísta, y escoge
pensar en la pobre anciana.
Al llegar Rut a Belén, en su condición
de viuda, no la vemos deprimida, esperando que la vida le mande pan del cielo,
o que los vecinos hagan algo por ella. Más
bien, se pone a trabajar, asume cuidar de
su suegra y traer el alimento a casa. No
quiero decir que no estuviese triste, pero
el texto no nos presenta a una mujer doblegada por la autoconmiseración.
Dios le dio gracia para con Booz,
quien reconoce en ella que ha sido benigna con su suegra y con el difunto:
«Bendita seas tú de Jehová, hija mía; has hecho mejor tu postrera bondad que la primera. […] Toda la gente de mi pueblo sabe que eres mujer virtuosa» (Rut 3:11 RV60).
Sepa el lector que, en la Biblia hebrea,
en la lectura que se hace en las sinagogas
en voz alta, el libro de Rut se lee después
del libro de Proverbios. De esta manera,
tenemos el poema de Proverbios 31 y luego la historia de esta mujer, efectivamente
virtuosa, trabajadora y compasiva. Es
como si la yuxtaposición del poema de
sabiduría y la narrativa dijese: «Una mujer virtuosa, ¿quién la hallará? Ella es valiosa,
cuida de los demás, de sus hijos, de sus
siervos, de su esposo, y un buen ejemplo
es Rut, quien cuidó también de su suegra».
Pero la historia no termina aquí. Según las tradiciones antiguas, el nombre de
una persona debía preservarse a través de
sus descendientes; esto significaba legado
y seguir viviendo. Existía entonces la ley
del levirato, que permitía a una viuda contar con la protección de la familia del difunto. Así, un hermano o pariente la tomaba por esposa y levantaba descendencia al difunto. Esto es algo que a nuestros
oídos no suena muy bien, pero que en aquellos tiempos, y en la economía que
imperaba entonces, ciertamente era una
solución honrosa para una viuda. El hijo
que nacía de esta unión preservaba el
nombre del difunto. Debemos pensar,
desde nuestro contexto, que se trataba de
una adopción a póstumo. El pariente redentor cuidaba y alimentaba a un hijo
que, en la cultura, era en realidad descendiente del difunto.
Pues bien, Rut no solo busca el bien
de su suegra, sino que al buscar a Booz
como esposo y proponerle matrimonio,
ella está buscando el bien de su esposo difunto. Pareciera que aún tuviera las fuerzas para procurar el honor de Majlón. Permítame recalcar eso que escribí: ella le
propone matrimonio a Booz. El lenguaje
cultural es lo que leemos textualmente en
la Reina Valera:
«Extiende el borde de tu capa sobre tu sierva, por cuanto eres pariente cercano» (Rut 3:9 RV60).
Esa era una forma de decir: «Soy Rut,
su humilde servidora. Usted es familiar
mío y de mi suegra, y las dos necesitamos
que usted nos proteja. Quiero pedirle que
se case conmigo» (Rut 3:9 TLA).
Ella ha pensado en el honor de su difunto esposo, en su suegra, y a la vez, busca el bien para sí misma. Cuidar de nosotros mismos es un arte que requiere balance y sabiduría. El punto es que podemos aprender de su ejemplo: siendo una
mujer en una condición vulnerable, supo
cuidar de su suegra, de sí misma y procurar el bien de toda la familia. Booz también hace bondad con ella al tomarla por
esposa y cuidar de ambas.
Un rey benigno
El rey David nos da otro ejemplo de cómo
mostrar benignidad, en 2 Samuel 9. Él había hecho un pacto de amistad y protección con Jonatán. Ambos cuidarían del
otro. David pregunta si hay algún descendiente de Jonatán y le hablan de Mefiboset, quien es lisiado de ambos pies. David
le manda llamar y no solo le devuelve las
propiedades de Saúl su abuelo, sino que
también le abre un espacio en su mesa.
La mesa de un rey era un lugar sumamente honroso. En las culturas antiguas,
estaba primero la mesa de los dioses y luego la mesa de los reyes. Mefiboset, quien
necesitaba la ayuda de otros para movilizarse, tiene ahora un espacio de honor
junto a los príncipes del reino.
Tal vez pensemos que un plato más
de comida en la mesa de un rey poderoso
no era gran cosa. Y tal vez pensemos que
el mismo Mefiboset no necesitaba el plato de comida. Pero quizás no se trata a veces de la comida per sé, sino del honor y
dignidad que le damos a una persona con
nuestra generosidad.
Lo que sí podemos afirmar es que dar
de comer al hambriento es dignificarle. Es
darle un lugar como ser humano bajo el
cielo. Reconocer que alguien merece un
lugar de honor es un acto sublime porque
todos llevamos en nosotros la imagen y
semejanza del Creador. Lo que hacemos
por nuestro prójimo, lo hacemos por Jesús (Mt. 25:40). ¿Qué mayor benignidad
que esta podemos expresar?
Discípulas benignas
Otro ejemplo de benignidad lo expresan
las mujeres discípulas de Jesús. En Lucas 8:1-3 leemos que ellas ayudaban con sus
bienes a su maestro. Permítame comentar
que los fariseos tenían la rígida posición
de no enseñar la Torá a las mujeres. Ciertamente Jesús, un rabino reconocido, ha
querido ir contracultura y tiene mujeres
en su movimiento, a las cuales enseña y
permite que se sienten a sus pies. Además,
les permite ser sus ofrendantes. Ah, sí, el
Rey del universo, el todopoderoso, el
Creador y autosuficiente se deja sostener
económicamente por algunas mujeres
que con mucho amor y cariño quieren ser
parte de este ministerio.
Siempre las mujeres de fe son tan trabajadoras. Son las primeras levantando
fondos para la construcción de los templos, para alimentar a los necesitados y
dar abrigo al pobre. Ellas no escatiman en
compartir y expresar benignidad. ¡Qué
dulce es una ofrenda que viene de un corazón agradecido!
Hay ofrendas que a nuestro Dios no le
agradan —le podemos preguntar a Caín
(Gén. 4:3-5)—. El mismo David quiso levantar un templo al Señor y se le dijo que
no (1 Crón. 28:2-3). Esto para decir que es
un privilegio darle al Señor y que Él reciba
de nuestros bienes. ¡Busquemos mostrar
benignidad y que nuestras ofrendas sean
agradables a Jesús! ¡Busquemos ser parte
de la extensión su reino!
Por Sofía Quintanilla (squintanilla@seteca.edu)
Costarricense, casada con Paul Garrett y madre de Sebastián. Junto a su esposo ha servido en el área pastoral por más
de 30 años en Costa Rica y México, incluyendo 14 años en la
Iglesia Cristiana Unión en San José. Doctora en Teología, fue
docente y ocupó cargos administrativos en ESEPA. Desde
2022 reside en Guatemala, donde sirve como profesora de
Hebreo y Antiguo Testamento en SETECA.