La bondad es uno de los atributos más destacados y a la vez más complejos en la naturaleza de Dios. Este rasgo fundamental de su carácter se refleja e
EL SIGNIFICADO BÍBLICO DE LA BONDAD Y SU LUGAR EN LA VIDA CRISTIANA
La bondad es uno de los atributos más
destacados y a la vez más complejos
en la naturaleza de Dios. Este rasgo
fundamental de su carácter se refleja en
diversas maneras a lo largo de la Biblia, ya
sea en los textos hebreos del Antiguo Testamento como en los griegos del Nuevo
Testamento.
La bondad en la biblia
De hecho, tanto el hebreo tohv como el
griego agathosune son términos claves
que denotan la bondad. En particular,
agathosune tiene una connotación especial de carácter moral, algo que se evidencia en su aparición en Gálatas 5:22 como
parte del fruto del Espíritu. Encontramos
también otro término griego, kalós, que
tiene un significado muy cercano a agathosune pero con matices adicionales.
Mientras agathosune se enfoca más en el
carácter moral de la bondad, kalós denota algo que es intrínsecamente bueno, bello, adecuado, de excelente calidad, éticamente recto y también honorable. Es un
término que engloba no solo la excelencia
moral, sino también la perfección estética
y ética. Así, cuando hablamos de bondad
en el contexto bíblico, nos referimos a
algo que es tanto «excelente» como
«apropiado» y «honesto».
Otro término griego relevante es kjrestós, del cual deriva el sustantivo kjrestótes, que también puede traducirse como
«bondad» o «benignidad». Ambos términos pueden ser usados indistintamente. En el Antiguo Testamento, el equivalente más cercano sería la palabra hebrea jésedh, que usualmente se refiere a la bondad. El verbo asociado a este término es
jasádh, el cual significa «llevar a cabo actos de bondad», y aparece en pasajes
como el Salmo 18:25:
Con el misericordioso te mostrarás misericordioso, y recto para con el hombre íntegro.
Es crucial notar entonces que la bondad, según las Escrituras, es más que un
mero sentimiento o actitud; es un acto
tangible de compasión y misericordia hacia quienes están en necesidad o sufren.
La bondad bíblica se demuestra en acciones que promueven y cuidan la vida, actos
que reflejan el corazón de Dios hacia la
humanidad.
La bondad y el espíritu santo
En cuanto a la naturaleza de la bondad
como fruto del Espíritu, es importante señalar que esta no puede ser producida
por medios humanos. Al afirmar que la
bondad es fruto del Espíritu, se nos enseña que solo puede surgir de una conexión
íntima y transformadora con Dios mismo,
quien no solamente es bueno sino que es
la fuente misma de la bondad y el mejor
ejemplo de ella. De hecho, en su perfecta
bondad, Dios muestra su misericordia y
gracia a todos y de muchas maneras, incluso a aquellos que son malos e ingratos,
motivándolos al arrepentimiento (Tit.
3:4-5).
Dios es total y absolutamente bueno.
En los Salmos, encontramos múltiples expresiones de la bondad de Dios, como en
el Salmo 25:8: «Bueno y recto es Jehová.
Por tanto, él enseñará a los pecadores el
camino». Esta bondad no es simplemente
un concepto abstracto o una cualidad lejana de Dios, sino algo profundamente
personal y relacional. David, el salmista,
reconocía que la bondad de Dios era tan real y tangible que podía ser experimentada en su vida diaria. Esto lo lleva a clamar en el Salmo 31:19: «¡Oh, cuán grande
es tu bondad!» —una exclamación que
refleja un reconocimiento humilde de la
abundante bondad divina—.
Las Escrituras claramente nos muestran la bondad como atributo esencial de
Dios. El mismo Jesucristo, quien poseía
esta cualidad, no quiso aceptar el título de
«bueno». En Lucas 18:18, cuando un
hombre importante se dirige a Jesús
como «maestro bueno», Jesús responde
diciendo: «¿Por qué me llamas bueno?
Nadie es bueno, sino uno solo, Dios». Jesús no negaba su propia bondad, sino que
señalaba que toda bondad verdadera tiene su origen en Dios y está intrínsecamente conectada con la naturaleza divina.
Otro momento clave que revela la bondad de Dios se encuentra en el libro de
Éxodo, cuando Moisés pide ver la gloria
de Dios. La respuesta de Dios es profundamente reveladora: «Yo mismo haré que
toda mi bondad pase delante de tu rostro» (Éx. 33:19). Cuando Moisés pide ver
la gloria de Dios, lo que se le muestra es su
bondad. Es decir, su bondad no es solo un
atributo entre muchos, sino una manifestación misma de quién es Él.
La bondad es intrínseca a la esencia
misma de Dios: misericordia, compasión,
justicia, amor y verdad. En Dios no hay tolerancia ni cooperación con la maldad.
Por lo tanto, para quienes profesamos la
fe cristiana, la bondad significa reflejar
esta excelencia moral, tener virtud y un
entendimiento claro de quién es Dios y lo
que Él espera de nosotros. La bondad no
es solo un rasgo opcional; es una cualidad
fundamental que forma parte de la naturaleza divina y, por ende, debe formar parte de nuestra vida.
En la verdadera bondad no hay lugar
para la maldad ni la corrupción. Es una
cualidad positiva y pura, una inclinación natural a hacer el bien y un interés activo
por el bienestar de los demás. Sobre esta
base, David pudo orar a Dios pidiendo
perdón por sus pecados conforme a su
bondad (Sal. 51:1-2).
La bondad y la cruz
La bondad de Dios también se expresa de
manera suprema en el sacrificio de Jesucristo en la cruz. En Filipenses 2:5-8, Pablo
describe cómo Jesús, siendo igual a Dios,
se humilló a sí mismo y se hizo hombre,
siendo obediente hasta la muerte, y
muerte de cruz. Este acto de humildad y
sacrificio es la máxima demostración de la
bondad divina. No solo muestra la compasión y el amor de Dios, sino también su
disposición para actuar en favor de la humanidad, incluso cuando esto implicaba
un costo personal inmenso. Jesús no solo
sintió compasión por nosotros; actuó en
esa compasión, y en esa kenosis, llevó a
cabo el acto de bondad más grande jamás
conocido. «El amor es […] bondadoso»
(1 Cor. 13:4).
Como fruto del Espíritu, la bondad es
algo que debe impregnar cada aspecto de
la vida cristiana. En Gálatas 5:22, se nos
dice que la bondad es parte del fruto del
Espíritu, junto con el amor, el gozo, la paz,
la paciencia, la benignidad, la fe, la mansedumbre y la templanza. Estas no son virtudes que los creyentes puedan generar por sí mismos; son el resultado de vivir en
el Espíritu y de estar en sintonía con la voluntad de Dios. En Colosenses 3:12, también Pablo exhorta a los creyentes a «vestirse de entrañable misericordia, de benignidad, de humildad, de mansedumbre,
de paciencia». Esta imagen de «vestirse»
sugiere que la bondad, junto con otras virtudes cristianas, es algo que debemos llevar con nosotros en todo momento, reflejando el carácter de Cristo en nuestras interacciones diarias.
En resumen, la bondad crece como
resultado de la obediencia a la Palabra de
Dios, y de dejarse impregnar por ella. Ningún hombre posee bondad por su propio
mérito, como lo señala Romanos 7:18:
«Porque yo sé que en mí, esto es, en mi
carne, no habita el bien; porque el querer
el bien está en mí, pero no el hacerlo». Por
esta razón, el salmista apela a Dios como
la fuente de toda bondad: «Enséñame
bondad, sensatez y conocimiento, porque en tus mandamientos he puesto mi
confianza», y también declara: «Tú eres
bueno y haces el bien; enséñame tus estatutos» (Sal. 119:66, 68). Permíteme concluir con la afirmación más alentadora de
todas las Escrituras: «Dios es bueno».
Por Nelson Parra
El Dr. Nelson Parra (presidencia@semisud.edu.ec) obispo ordenado de la Iglesia de Dios,
pastor, educador y doctor en Ministerio. Con una formación en teología iniciada en el SEMISUD en 1993, también es
abogado y psicoterapeuta. Tras su graduación, desarrolló
un ministerio bivocacional en Bogotá, Colombia, hasta recibir el llamado de Dios a servir en Florida, EE. UU., por más
de 20 años. En 2022, asume la presidencia de SEMISUD-FLEREC, su alma mater, donde continúa su labor pastoral en
Ecuador junto a su esposa, comprometidos con la visión de
Dios en la educación teológica.