En realidad, considero que todo el fruto del Espíritu Santo en Gálatas capítulo 5 es una señal de madurez; ya por eso usa la palabra «fruto». No es una obra alcanzada por el esfuerzo propio del cristiano, sino el resultado de andar en el Espíritu y dejarse guiar por el Espíritu Santo en la vida diaria.
Es la marca de una persona sujeta y obediente a la dirección del Espíritu Santo. Ese fruto se compone de:
- amor,
- gozo,
- paz,
- paciencia,
- amabilidad,
- bondad,
- fidelidad (fe),
- humildad (mansedumbre)
- y dominio propio (templanza).
De toda esta lista, quisiera resaltar hoy la humildad.
La humildad
Por naturaleza somos personas egoístas, orgullosas y vanagloriosas. Es por eso que hay tantos problemas de relacionamiento entre los seres humanos.
Jesús dijo a sus discípulos: «Aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón y yo les haré descansar» (Mt. 11:29 RVR 1960). Necesitamos aprender la humildad, porque no nos nace por naturaleza. El apóstol Pablo escribió que los cristianos tengan «el mismo sentir», es decir, la misma actitud, que Jesús tuvo (Fil. 2). La actitud de Jesús era de entrega, humildad, servicio y obediencia completa a su Padre celestial. Mucho tenemos para aprender de él.
Una persona humilde es enseñable, dispuesta a aprender y cambiar; es servicial, reconoce sus errores y no busca salirse siempre con la suya, sino que sabe reconocer y aceptar también las opiniones ajenas y diferentes a las suyas. Y sobre todo, trata de agradar y obedecer siempre a Dios.
Es la humildad de corazón lo que nos hace vivir en paz con Dios y con los demás, encontrando así el descanso interior.
Pablo enseñó que un nuevo convertido no debería ser obispo. Así escribe a Timoteo que «un líder de la iglesia no debe ser un nuevo creyente, porque podría volverse orgulloso y el diablo lo haría caer» (1 Tim. 3:6 NTV). El nuevo creyente no tendría todavía la madurez suficiente para mantenerse humilde al alcanzar una posición tan importante como guiar a una iglesia.
La persona madura espiritualmente se mantendrá manso y humilde, aunque alcance éxito, prestigio, poder, dinero y fama. El diablo le va a tentar, pero él ha aprendido que todo es por gracia, que depende totalmente del Señor y que todo lo que es y lo que tiene viene del Señor y pertenece al Señor.
Discernir entre el bien y el mal
Otra marca de la madurez espiritual es saber discernir entre el bien y el mal. En la Biblia leemos: «El alimento sólido es para los que han alcanzado madurez, para los que por el uso tienen los sentidos ejercitados en el discernimiento del bien y del mal (Heb. 5:14 RVR 1960).
¿Quiénes son los maduros? Los que «por el uso», es decir, la práctica, saben discernir entre el bien y el mal. ¡Cuántas veces en nuestra vida hemos fallado por inmadurez! Pensábamos que una cierta decisión era la correcta, pero pronto nos dimos cuenta que no lo era. Tomamos decisiones en las diferentes áreas de nuestra vida: familia, iglesia, doctrinas, amistades, deportes o pasatiempos, vacaciones, etc. Necesitamos tanto el discernimiento espiritual, porque nuestra espiritualidad tiene que manifestarse en todas partes.
Cada acierto y cada desacierto pueden ayudarnos a aprender a discernir entre el bien y el mal y, por supuesto, elegir el bien.
El versículo de Hebreos está en un contexto de la fe cristiana y las diferentes doctrinas. Hay personas que eternamente buscan discutir sobre ciertas doctrinas y no avanzan a más de ahí. Sin discernimiento, no podemos madurar. Gracias a Dios tenemos al Espíritu Santo que nos quiere ayudar para tener más discernimiento, pero necesitamos andar en el Espíritu y sujetarnos totalmente a su voz y dirección.
¿Cómo alcanzamos la madurez espiritual?
Como ya hemos mencionado anteriormente, llegar a la madurez espiritual es un proceso, es un practicar día a día. Al conocer más al Señor y su gran amor, su santidad y su grandeza, comenzamos a crecer en nuestra fe y obediencia. Cuanto más le amamos a Cristo, más le queremos obedecer y más queremos honrarle y llegar a tener la misma actitud que él tuvo.
El proceso natural de una vida sujeta al Espíritu Santo es la madurez espiritual. Si un árbol es sano y se nutre adecuadamente, el resultado natural es llevar frutos. En ese proceso de crecimiento, muchas veces el Señor nos tiene que podar, dejándonos pasar por tiempos difíciles y dolorosos, pero todo para nuestro bien y para llevar más fruto.
Jesús dijo: «El que permanece en mí como yo en él, dará mucho fruto; separados de mí no pueden ustedes hacer nada» (Jn. 15:5).
Resumiendo, podríamos decir que el camino para crecer y madurar en nuestra vida espiritual es:
- Andar en el Espíritu día a día, siendo sensible a su voz y dirección.
- Amar y obedecer al Señor, aceptando su disciplina y corrección.
- Permanecer bien arraigados en Cristo y su Palabra, practicando las enseñanzas en nuestra vida diaria.
Por Elfriede Janz de Verón
Casada con el pastor Juan Silverio Verón, Elfriede es madre de cuatro hijos y abuela de cuatro nietos. Profesora del Instituto Bíblico Asunción (IBA), donde ha enseñado por 39 años, posee una maestría en Teología del Nuevo Testamento por el Mennonite Brethren Biblical Seminary, además de un doctorado honorifico por la Universidad Evangélica del Para