En ocasiones, algún cristiano se desviará de la comunión con los creyentes y se encontrará atrapado por el pecado, ya sea por ignorancia o...
En ocasiones, algún cristiano se desviará de la comunión con los creyentes y se encontrará atrapado por el pecado, ya sea por ignorancia o por voluntad propia. Es entonces cuando se hace necesario que la Iglesia y, en concreto, los pastores, busquen activamente el arrepentimiento y la restauración de este creyente.
“Hermanos, si alguno fuere sorprendido en alguna falta, vosotros que sois espirituales, restauradle…” (Gá.6.1).
Una de las maneras en que la Iglesia busca restaurar en amor a los creyentes descarriados, es por medio del proceso de la disciplina de la Iglesia. La restauración del hermano arrepentido es la meta de la disciplina en la Iglesia (2 Co. 2).
En su segunda carta a la iglesia en Corinto, Pablo escribe acerca de qué hacer cuando la persona peca y se arrepiente:
• Perdonarle y consolarle (v. 7)
• Volver a afirmar su amor para él (v. 8)
La razón que Pablo da para esto es para que “Satanás no gane ventaja alguna sobre nosotros” (v. 11). El perdón y la restauración son característicos de Dios, quien reconcilió al hombre pecador hacia Él mismo por medio de Jesucristo.
Cuando la Iglesia rehúsa reflejar estas mismas características de Cristo, Satanás gana una victoria sobre ella. Nosotros “vencemos” a Satanás al perdonar y restaurar a los pecadores arrepentidos.
Disciplinar con amor
Muchas injusticias y acciones que llevan el inconfundible olor de la carnalidad, se han realizado en organizaciones de hombres, amparadas bajo la apariencia de supuestas “disciplinas”, pero que no son más que hipocresía de intereses personales, apreciaciones de hombres, abusos de poder y otros ingredientes mezquinos, que no guardan ninguna relación con la disciplina de la cual nos habla la Palabra de Dios.
La disciplina no se trata de juzgar al culpable con el objeto de imponerle una sentencia penal (6 meses o 2 años sin la Cena del Señor, por ejemplo). Si la disciplina no va acompañada de un profundo amor, de la fragancia balsámica, suavidad, gracia y sabiduría del Espíritu Santo, y si no está basada absolutamente en la Palabra de Dios, no será disciplina.
El propósito de la disciplina
El propósito de los pasos de disciplina de Mateo 18.15-17 es impedir que la falta de un hermano se convierta en un tema público o en chisme. Cuantas menos personas sepan acerca de un pecado, más fácil será la reconciliación con la Iglesia. La reputación del hermano que haya caído no debe mancharse más de lo necesario, tomando en cuenta la honra de Cristo y de su Iglesia. El proceso que luego sigue debe ser guiado por personas de amor que no busquen provocar un escándalo farandulero sobre el tema.
No se sabe el tiempo que llevará que la persona se arrepienta, pero se llevará el amor de Cristo y la compasión a la persona. Si aún la persona persiste en mantener una vida que transgreda alguno de los principios de amor del Nuevo Pacto, se podrá presentar la posibilidad que elija seguir en el reino de Cristo o en el reino de las tinieblas. Esto no implica prohibir a la persona asistir y participar en los cultos de la iglesia. En el caso de ser un líder de ministerio, deberá dejarlo.
El pecado en el Nuevo Pacto es transgredir la ley de Cristo, la ley del amor, no la del Antiguo Testamento. Aquí hay un aspecto a tener en cuenta: No solo el adulterio es un pecado de disciplina. Puede ser cualquier otro presentado como pecado en el Nuevo Pacto como: vanidad, orgullo, idolatría, odio, calumnia, discordia, celos, arrebatos de ira, rivalidades, enojo, peleas, grupismo, envidia, borracheras, codicia, mentira, calumnia, hipocresía, cobardía, corrupción, chisme, autoritarismo, incredulidad, deudas económicas, familias cristianas disfuncionales, enseñar “otro evangelio”, etc.
El acompañamiento de la congregación.
Si en el proceso de disciplina restauradora la congregación se entera del problema, se debe pedir mucha cautela y amor para no dañar más la reputación de la persona. Se podría estudiar con la congregación la historia del hijo pródigo de Lucas 15, enfatizando en el hermano mayor, que tanto se enojó cuando el menor volvió a la casa. Nuestro Dios siempre está esperando con los brazos abiertos al hijo pródigo, siempre está como el buen pastor buscando a la oveja perdida (que anteriormente estaba en el redil), y también como un ama de casa está buscando la moneda perdida, que no sabía que estaba perdida. Como Iglesia no podemos tener la actitud de aquel que no entró a la fiesta y se fue muy enojado cuando su hermano fue restaurado, sino que tenemos que dar todo de cada uno para recibir al que estaba perdido. Todo este proceso requiere de mucha sabiduría y dirección por parte del Espíritu Santo y su Palabra.
No es bueno actuar en base a sentimientos. Es bueno que los líderes estén atentos a la voluntad de Dios, de manera de poder traer de vuelta con amor a la persona que estuvo en pecado, no importa el pecado que sea.
Fuentes:
• John MacArtur, “El plan del Señor para la iglesia”.
• Jay Adams, “Capacitados para restaurar”.
“Hermanos, si alguno fuere sorprendido en alguna falta, vosotros que sois espirituales, restauradle…” (Gá.6.1).
Una de las maneras en que la Iglesia busca restaurar en amor a los creyentes descarriados, es por medio del proceso de la disciplina de la Iglesia. La restauración del hermano arrepentido es la meta de la disciplina en la Iglesia (2 Co. 2).
En su segunda carta a la iglesia en Corinto, Pablo escribe acerca de qué hacer cuando la persona peca y se arrepiente:
• Perdonarle y consolarle (v. 7)
• Volver a afirmar su amor para él (v. 8)
La razón que Pablo da para esto es para que “Satanás no gane ventaja alguna sobre nosotros” (v. 11). El perdón y la restauración son característicos de Dios, quien reconcilió al hombre pecador hacia Él mismo por medio de Jesucristo.
Cuando la Iglesia rehúsa reflejar estas mismas características de Cristo, Satanás gana una victoria sobre ella. Nosotros “vencemos” a Satanás al perdonar y restaurar a los pecadores arrepentidos.
Disciplinar con amor
Muchas injusticias y acciones que llevan el inconfundible olor de la carnalidad, se han realizado en organizaciones de hombres, amparadas bajo la apariencia de supuestas “disciplinas”, pero que no son más que hipocresía de intereses personales, apreciaciones de hombres, abusos de poder y otros ingredientes mezquinos, que no guardan ninguna relación con la disciplina de la cual nos habla la Palabra de Dios.
La disciplina no se trata de juzgar al culpable con el objeto de imponerle una sentencia penal (6 meses o 2 años sin la Cena del Señor, por ejemplo). Si la disciplina no va acompañada de un profundo amor, de la fragancia balsámica, suavidad, gracia y sabiduría del Espíritu Santo, y si no está basada absolutamente en la Palabra de Dios, no será disciplina.
El propósito de la disciplina
El propósito de los pasos de disciplina de Mateo 18.15-17 es impedir que la falta de un hermano se convierta en un tema público o en chisme. Cuantas menos personas sepan acerca de un pecado, más fácil será la reconciliación con la Iglesia. La reputación del hermano que haya caído no debe mancharse más de lo necesario, tomando en cuenta la honra de Cristo y de su Iglesia. El proceso que luego sigue debe ser guiado por personas de amor que no busquen provocar un escándalo farandulero sobre el tema.
No se sabe el tiempo que llevará que la persona se arrepienta, pero se llevará el amor de Cristo y la compasión a la persona. Si aún la persona persiste en mantener una vida que transgreda alguno de los principios de amor del Nuevo Pacto, se podrá presentar la posibilidad que elija seguir en el reino de Cristo o en el reino de las tinieblas. Esto no implica prohibir a la persona asistir y participar en los cultos de la iglesia. En el caso de ser un líder de ministerio, deberá dejarlo.
El pecado en el Nuevo Pacto es transgredir la ley de Cristo, la ley del amor, no la del Antiguo Testamento. Aquí hay un aspecto a tener en cuenta: No solo el adulterio es un pecado de disciplina. Puede ser cualquier otro presentado como pecado en el Nuevo Pacto como: vanidad, orgullo, idolatría, odio, calumnia, discordia, celos, arrebatos de ira, rivalidades, enojo, peleas, grupismo, envidia, borracheras, codicia, mentira, calumnia, hipocresía, cobardía, corrupción, chisme, autoritarismo, incredulidad, deudas económicas, familias cristianas disfuncionales, enseñar “otro evangelio”, etc.
El acompañamiento de la congregación.
Si en el proceso de disciplina restauradora la congregación se entera del problema, se debe pedir mucha cautela y amor para no dañar más la reputación de la persona. Se podría estudiar con la congregación la historia del hijo pródigo de Lucas 15, enfatizando en el hermano mayor, que tanto se enojó cuando el menor volvió a la casa. Nuestro Dios siempre está esperando con los brazos abiertos al hijo pródigo, siempre está como el buen pastor buscando a la oveja perdida (que anteriormente estaba en el redil), y también como un ama de casa está buscando la moneda perdida, que no sabía que estaba perdida. Como Iglesia no podemos tener la actitud de aquel que no entró a la fiesta y se fue muy enojado cuando su hermano fue restaurado, sino que tenemos que dar todo de cada uno para recibir al que estaba perdido. Todo este proceso requiere de mucha sabiduría y dirección por parte del Espíritu Santo y su Palabra.
No es bueno actuar en base a sentimientos. Es bueno que los líderes estén atentos a la voluntad de Dios, de manera de poder traer de vuelta con amor a la persona que estuvo en pecado, no importa el pecado que sea.
Fuentes:
• John MacArtur, “El plan del Señor para la iglesia”.
• Jay Adams, “Capacitados para restaurar”.
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