Servir a Dios con pasión: Te comento esto porque siempre vi aquella actitud mía como terquedad, hasta que el Señor me dijo: «No es terquedad, es pasió
EL PAPEL CRUCIAL DE LA PASIÓN EN EL LLAMADO DE DIOS Y NUESTRO SERVICIO
Ya han pasado poco más de 25
años desde que acepté a Cristo
como mi Señor y Salvador, siendo
apenas un adolescente. Agradezco tanto al Señor por haberme llamado a esa
edad. Mis días en aquel barrio venezolano eran muy comunes, jugando en la
calle béisbol, fútbol, la «pelotica de
goma» y algo que llamamos «chapita».
También en el colegio jugábamos mucho, es decir, pasaba todo el día jugando. Esto me hizo ser muy competitivo.
Siempre quería ganar y, aunque, por
ejemplo, en el fútbol nunca fui bueno,
esto no me detenía para seguir intentándolo y pedirle, casi implorando, a mis amigos que me incluyeran en sus
equipos. Hasta que descubrí que era
bueno en algo… y era en desconcentrar
al equipo contrario. Así fue como de repente todos me querían en su equipo.
Te comento esto porque siempre vi
aquella actitud mía como terquedad,
hasta que el Señor me dijo: «No es terquedad, es pasión». E, indudablemente,
lo era, porque de otra forma hubiese
desistido e incluso no hubiese aguantado las burlas de mis amigos por ser
malo en el fútbol.
Nada supera aquello por lo cual te
sientes apasionado. No importa cuánto
te cueste, cuánto tiempo te tome, nada de eso es relevante cuando se trata de
nuestra pasión. Es difícil no pensar en el
Maestro, nuestro Señor, cuando hablamos de pasión.
La cancha en la iglesia
Cuando llegué a los caminos del Señor,
era ese mismo joven apasionado. Tener
a Dios en mi corazón aumentó mi ímpetu, cambió mi perspectiva y llegué a
comprender que la pasión es lo opuesto
a la indiferencia. Entendí, estando en la
iglesia, que la pasión es la manifestación
visible de mi amor a Dios y al prójimo, y
que no era un premio por méritos, ya
que no soy digno de ello. Comprendí que la pasión puesta en mí era por Su
gracia, pero que así como soporté las
burlas cuando jugaba mal al fútbol, de
igual forma debía soportar los embates
de la vida por la causa de Cristo.
Cuando el entrenador me llamó
Ese tiempo difícil no tardó en llegar. A
los 5 años de haberme convertido al Señor, entré en un conflicto interno. Comencé a dudar si Dios estaba realmente
conmigo. Por ser tan apasionado, muchos me malinterpretaron y me creyeron chocante, que solo buscaba figurar,
presumir o llamar la atención de los líderes. A todo esto se sumó que yo mismo deseaba que Dios me llamara al ministerio de la misma manera como había llamado a otros, es decir, a través de
algún profeta de otro país, de un ángel
que se apareciera, a través de una visión
poderosa donde me viera ante multitudes, pero nada de eso pasó.
Sin embargo, había una voz que
nunca se apagó y me hizo entender mi
llamado al ministerio. Esa voz era la pasión. Las burlas, las mentiras, los falsos
testimonios por poco me hacen apartarme; no me dejaban servir, no me dejaban trabajar, ya que para ellos era un
muchacho desordenado. Llegaba a mi casa con rabia y me decía que no volvería más a la iglesia. Al día siguiente iba
de nuevo y volvía a recibir «golpes», y
de nuevo me prometía no regresar.
Igual terminaba volviendo. Me sacaban
por una puerta y entraba por otra. Recibía más golpes, pero me levantaba.
Amigo y amiga, Dios no me mandó un
ángel para decirme que me llamaba al
ministerio ni a un profeta, pero puso un
fuego en mi corazón que nada podía
apagarlo. Esa fue la forma en que Dios
me hizo entender que había sido apartado para servirle en el ministerio.
El cristiano sin pasión es banal, no se
esfuerza, es débil, frágil. Pero un cristiano es fuerte, indetenible e imbatible
cuando ha cultivado un corazón apasionado por Jesús.
Siendo un buen jugador
Cuando te apasionas por Dios no hay
obstáculos que te detengan. Los apóstoles, como nos muestra la Biblia en Hechos 5:40-42, fueron azotados y amenazados para que no volvieran a predicar
la Palabra. Pero esto no los hizo retroceder; todo lo contrario, para ellos fue una
honra padecer por causa del evangelio,
y siguieron adelante, compartiendo el
mensaje de Cristo.
«Así, pues, los apóstoles salieron del Consejo, llenos de gozo por haber sido considerados dignos de sufrir afrentas por causa del Nombre. Y día tras día, en el Templo y de casa en casa, no dejaban de enseñar y anunciar las buenas noticias de que Jesús es el Cristo» (Hch. 5:41- 42).
Tu pasión tendrá un precio. Se desarrolla a costa de tiempo y esfuerzo. El
costo es sacrificio personal. Vas a ser incomprendido. Sin embargo, cuanto mayor sea la pasión, menos importarán estas cosas. Si Satanás puede robarnos la
pasión por Dios y distraernos con otras
cosas, entonces no tiene más por qué
preocuparse. La apatía le facilita el trabajo. Podemos hacer muchas cosas para
Dios, pero si no hay pasión en lo que hacemos, muy posiblemente lo haremos
mal, sin ganas, y debemos saber que a
Dios no le gusta lo mediocre.
Estoy seguro de que tu buena actitud y tu pasión te abrirán puertas. La
pasión nos llevará a darle lo mejor al Señor: lo mejor de nuestra adoración, lo
mejor de nuestro dinero, lo mejor de
nuestro tiempo, lo mejor de nuestra
vida. No es que lo vamos a hacer todo
perfecto, pero nos iremos perfeccionando poco a poco. Por eso, si das, si cantas, si predicas, si eres maestra de niños, etc., te invito a hacerlo con pasión
para Dios, porque de lo contrario, aunque no lo veas o lo sientas, acabarás
siendo mediocre en lo que haces. Alguien apasionado es una persona que
ama su trabajo de una forma que quienes la rodean no pueden comprender.
Si quieres servir a Dios, busca la pasión
Si vas a la iglesia, pero siempre te están
empujando para que llegues temprano,
para que levantes las manos en medio
del cántico, para que saltes con más ánimo; si se hacen actividades y llegas tarde o simplemente no te presentas sin
excusa alguna; si tu líder te dice que hagas algo en la iglesia y dices que mejor
no, entonces busca la pasión y te darás
cuenta cómo ella sumará a tu crecimiento.
Si hoy estás haciendo algo para Dios
y no estás apasionado por eso que haces, trata de hacer algo que te guste, que
ames hacer, encuentra tu pasión, y de
esta manera la pasión que sientes por
ello hará que cada día le des lo mejor de
ti a Dios, lo mejor de lo que haces para
Él. Pero sobre todo, ten pasión por Dios
mismo, por tu Creador, porque nuestro
amor por Dios es lo que nos lleva a servirle de la mejor manera posible.
Y por último, recuerda que Dios no
es apático, sino apasionado por la humanidad:
«Porque tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único, para que todo el que cree en él no se pierda, sino que tenga vida eterna» (Jn. 3:16).
Tú eres la pasión de Cristo y de Dios.
No eres la pasión de Cristo solo porque
sufrió por ti en la cruz, sino ante todo
porque eres el objeto de Su amor. Tu
vida cristiana consiste en que Dios te
lleva, te conduce, carga contigo y nunca
se apartará de ti.
Un abrazo, nos vemos pronto.
Por Ángel Vivas (angelvivas82@gmail.com)
Ángel Alberto Vivas es de Maracay, Venezuela. Licenciado en Teología y especializado en Consejería Bíblica para
Jóvenes, es ministro ordenado por las Asambleas de Dios
de Venezuela, pastor de la iglesia Canaán y director nacional de la Escuela de Capacitación en Consejería Bíblica
para Jóvenes de su denominación. Es además Ingeniero
en Sistemas, oficial activo del Ejército Venezolano y capellán en la Base Aérea Militar El Libertador. Está casado
con Magbis Noriega y es padre de dos hijos.