Paternidad en medio de pruebas y adversidad: Me gustaría compartir algunos ejemplos que quizás puedan ayudarnos a entender que la maternidad y la pate
EL LLAMADO DE LA PATERNIDAD EN MEDIO DE LAS PRUEBAS Y LA ADVERSIDAD
Para esta tercera entrega decidí abrir
más mi corazón. Me gustaría compartir algunos ejemplos que quizás
puedan ayudarnos a entender que la maternidad y la paternidad es un enorme regalo de Dios, que implica una responsabilidad imposible de evadir.
Un rol que nos obliga
Una vez que nace un hijo o una hija, asumimos un rol que nos obligará a sostenernos firmes, aún en medio de las pruebas y
adversidades más duras. A los cuatro años
me diagnosticaron epilepsia y debí crecer
con la enfermedad. Nunca fue un obstáculo, ni algo de lo que renegara. El gran
golpe me lo llevé cuando mi hija, María
José, tenía dos años y medio. Durante un
campamento que liderábamos, ella empezó a tener una crisis y estuvo al borde
de la muerte. Aunque di gracias a Dios
por mantenerla con vida, un enorme sentimiento de dolor, tristeza y frustración se
apoderó de mí cuando los médicos diagnosticaron que era uno de esos casos no
tan frecuentes en que la hija padecía epilepsia al igual que su padre.
Durante muchos años creí que nuestro caso era el más terrible de todos, pero
Dios me llevó a dar una charla en un hospital capitalino de mi país, a pacientes y
familiares de pacientes con esta enfermedad. Mientras exponía, le pedí a una mujer que contara su testimonio:
«Yo no padezco de epilepsia, pero mis cinco hijos sí; han sido años duros pero estamos de pie, con fe».
Desde aquel momento mi perspectiva como padre, y como cristiano, cambió.
Sí, esa historia me partió el corazón,
pero no ha sido la más impresionante que
he conocido. A María y Juan, una pareja
de jóvenes venezolanos, de 23 años de
edad ambos, los conocí hace ya varios
meses mientras pedían ayuda para sobrevivir en una tierra extraña.
Estos muchachos —chamos, como
les dirían en Venezuela— tienen dos hijos,
uno de tres y otro de cinco años. Con ellos
pasaron por la tormentosa selva del Darién, donde fueron arrastrados por las
aguas del río Turquesa, comieron mal y
vieron cadáveres que quedaban en el camino.
Fueron asaltados en Nicaragua, en su
intento de llegar a los Estados Unidos. Su
sueño, o pesadilla, terminó cuando fueron secuestrados en Monterrey, México, y
ahora deben sobrevivir en las calles costarricenses mientras deciden su futuro.
¿Qué nos sostiene en la lucha?
¿Qué sostiene a una madre o un padre
como ellos, o como ustedes, que están leyendo este artículo? Le hice la pregunta a
María, quien debió evitar que sus hijos
fueran arrastrados por las aguas en el Paso
del Darién:
«Nos ha sostenido nuestra familia. Hemos temido por la vida de nuestros hijos desde el día que decidimos partir. En la ruta hacia México, siempre esperamos que a nuestros hijos no les pase nada. Con lo mucho o lo poco que uno tenga, queremos darles una buena vida».
Esa fue la respuesta de una joven madre, que todavía no pierde su cara de niña, y que a tan corta edad ya ha visto la muerte tan de cerca.
Es hora de preguntarse: ¿Qué nos sostiene como madres y padres? ¿Vale la
pena seguir luchando? ¿Vamos a dejar
que nuestros hijos se pierdan o vamos a
decir: «Aquí estamos»? ¿Permitiremos
que a nuestros hijos los arrastren las corrientes o mueran en la selva? ¿Dejaremos
que el enemigo nos los secuestre o nos
plantaremos firmes para defenderlos?
María continuó su relato:
«Dios es todo en nuestras vidas. Yo le agradezco que nos haya sacado de caminos muy feos a nosotros y a nuestros hijos. Siempre oramos para que Dios nos escuche y es el único que sabe nuestro dolor y nuestro sufrimiento, por lo que hemos pasado. Gracias a Él estamos vivos».
Ya en este punto del relato, más de
una madre y varios papás se habrán identificado. Las veces que habrán llorado por
un hijo enfermo, rebelde o «mal portado». Algunos quizás recordarán tiempos
difíciles en que no tenían mucho para comer.
Mientras esta joven pareja sobrevivía
con sus hijos a secuestros y asaltos, Dios
los sostenía. Es el mismo Dios que abre las
aguas, da alimento, refugio y esperanza.
Últimos consejos
No me puedo atribuir los últimos consejos de esta serie de artículos, debo dejar
que sean de María, la chama que decidió
luchar por sus hijos y que ve en ellos un
gran futuro:
«Salgan adelante, porque los hijos son nuestra esperanza; no se rindan fácilmente. Luchen, porque las dificultades no son para siempre, y denle gracias a Dios por lo que tienen. Sigan esforzándose, porque nuestros hijos nos están viendo si somos fuertes, valientes y luchadores».
Josh McDowell, en su libro El padre
que yo quiero ser, destaca que como padres queremos que nuestros hijos se sientan amados y seguros, desarrollen una reputación de personas íntegras, sepan
afrontar las presiones malsanas de sus
compañeros, no cedan a las tentaciones
del vicio, reserven sus cuerpos para el matrimonio, busquen nuestro consejo, nos
admiren y respeten. Hagamos nuestro propio inventario sobre estos puntos relevantes y seamos claros de si lo estamos logrando o no. Podemos buscar el reconocimiento de la gente, que la gente de afuera nos admire, pero el respeto más hermoso que podemos alcanzar es el de
nuestros hijos e hijas.
En medio de sociedades en una crisis
de valores escandalosa, con escasez de liderazgos fuertes, es necesario levantar
una generación de padres y madres dignos de respeto y admiración. Personas íntegras, que predican con su ejemplo,
aman a sus hijos e hijas y están dispuestos
a pagar el precio del llamado recibido.
En 2011 se estrenó la hermosa película cristiana Reto de Valientes, que hoy deberíamos volver a ver. En ella se nos desafía: «¿Dónde están los valientes, los padres temerosos del Señor? Es hora de responder al llamado que Dios nos ha hecho
y decir: “¡Yo lo haré!”».
¡Hagámoslo! Es hora de levantarnos,
con la fuerza de Dios, con la valentía que
solo el Señor nos puede dar y brindar a
nuestros hijos e hijas todo el amor, la atención, el cariño y la comunicación que requieren. «Dios, hoy imploramos tu ayuda,
¡porque lo haremos!».
Por Mario Aguilar (marioaguilarpcr@gmail.com)
Periodista, asesor en Comunicación, coach, conferencista y
consejero matrimonial costarricense. Está casado con Thais
Villalobos Barrantes desde hace 35 años y tienen dos hijos.
Su trayectoria ministerial inició a los 15 años, como líder juvenil, y en los últimos 16 años se ha dedicado al trabajo con
matrimonios, ahora dedicado de lleno a brindar herramientas para generar relaciones sanas. Ha escrito los libros Un
plan de paz para el matrimonio y Conectar para liderar.