La resurrección: El momento decisivo de la fe cristiana

¿Qué le da a la fe cristiana su razón de ser? ¿Qué hizo lo que es la fe cristiana? ¿De dónde viene el raison d’être de la iglesia…

«Cuando pasó el sábado, María Magdalena, María la madre de Jacobo, y Salomé compraron especias aromáticas para ir a ungir el cuerpo de Jesús. Muy de mañana el primer día de la semana, apenas salido el sol, se dirigieron al sepulcro.  Iban diciéndose unas a otras: “¿Quién nos quitará la piedra de la entrada del sepulcro?”. Pues la piedra era muy grande.

Pero al fijarse bien, se dieron cuenta de que estaba corrida.  Al entrar en el sepulcro vieron a un joven vestido con un manto blanco, sentado a la derecha, y se asustaron.

—No se asusten —les dijo—. Ustedes buscan a Jesús el nazareno, el que fue crucificado. ¡Ha resucitado! No está aquí. Miren el lugar donde lo pusieron. Pero vayan a decirles a los discípulos y a Pedro: “Él va delante de ustedes a Galilea. Allí lo verán, tal como les dijo”.

Temblorosas y desconcertadas, las mujeres salieron huyendo del sepulcro. No dijeron nada a nadie, porque tenían miedo» (Marcos 16:1-8 NVI).

• ¿Qué le da a la fe cristiana su razón de ser? 
• ¿Qué hizo lo que es la fe cristiana? 
• ¿De dónde viene el raison d’être de la iglesia, el pueblo de Dios?

Imagina conmigo por un momento lo que habría pasado si las dos Marías y Salomé se habrían ido temprano esa mañana para ungir el cuerpo… y el cuerpo todavía estuviera allí. ¿Qué habría pasado entonces? Ellas habrían aplicado debidamente las especias para el cuerpo, en honor a la muerte del que tanto había bendecido sus vidas. Habrían ido a casa, experimentado una temporada de luto, y vivido sus vidas. Los discípulos… bueno, ya sabemos lo que Pedro, Santiago y Juan habrían hecho, se habrían ido a pescar… y se habrían quedado pescando. O, habrían hablado del Nazareno que tanto cambió sus vidas, tal vez recordando algunas de las enseñanzas y de los momentos más increíbles.

«Oye, Pedro, ¿recuerdas cuando él fue al templo con el látigo de cuerdas que hizo? ¡No, hombre! ¡La gente volaba en todas las direcciones! Pelo, dinero y personas saltaban y rebotaban por todas partes! Já, já…».

Quizás iban a tratar de compartir con otros lo que Jesús había dicho… relatos que ya sonarían un poco huecos. Porque no solo habían oído la buena sabiduría y el llamado a las buenas obras, sino que también habían escuchado de él promesas de ‘resurrección’ y ‘retorno’. Al final, se habrían ido de nuevo a las redes, días y noches en el mar de Galilea… y habrían muerto estos hombres y mujeres en su vejez, felices por los días que tuvieron con el Maestro, pero de alguna manera decepcionados de que todo hubiera sido tan efímero…

Pablo habría continuado sus estudios, subido a través de las filas de los fariseos, y sentado en el Sanedrín. Incluso podría haberse hecho «sumo sacerdote» en algún momento de su vida. Su vida pudo haber quedado muy centrada en Judea. No habría viajes a Éfeso, Corinto, Tesalónica, Roma, España…

Nada habría sido escrito. No habría Evangelios, no habría cartas a las iglesias, no habría cartas a los líderes comunitarios. Imagínate, nunca hubiéramos leído o escuchado palabras como…

• «Vengan a mí todos los que están trabajados y cargados, y yo les haré descansar…».
• «Echen sus cargas sobre Dios, porque él tiene cuidado de ustedes…».
• «El amor es paciente, amable…».
• «Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar…».
• «Padre nuestro que estás en los cielos…».
• «Porque tanto amó Dios al mundo…».
• «Estos tres permanecen: la fe, la esperanza y el amor. Y el mayor de ellos es el amor…».

Ninguna de estas palabras se habría escrito, ninguna de ellas se habría escuchado por el mundo. Jesús, al final, habría sido otro buen hombre, un sabio maestro, incluso un hacedor de milagros… solo uno de los muchos en la historia del mundo.

Pero algo inclinó la balanza, algo lo cambió todo…

«Ustedes buscan a Jesús el Nazareno, el que fue crucificado. ¡Ha resucitado!».

¡Esto lo cambió todo! Debido a que Jesús fue resucitado de entre los muertos, porque él volvió a la vida, debido a que la tumba no lo pudo contener, la historia cambió para siempre.

Sus discípulos, valientes, viajaban por todo el mundo conocido para contar la historia de Aquel que había cambiado sus vidas… y en cada generación desde entonces, los discípulos han hecho lo mismo. Sus palabras y sus acciones fueron recordadas y cuidadosamente registradas. Su vida ha atraído e inspirado generación tras generación para llevar su mensaje de las Buenas Nuevas de Dios a todos los rincones de la tierra. Su fe… su confianza, su comunión con Dios como un Padre amoroso lo cambiaron todo para el siglo primero… y para todos los siglos después.

La esperanza ahora en una vida después de la muerte movió y mueve a hombres y mujeres, jóvenes y viejos, a tomar la fe de Jesús. El amor que él nos enseñó —un amor nuevo, de autonegación que honra a Dios, al prójimo y a sí mismo— ya cambió el mundo y nos cambió a nosotros. A causa de la resurrección, se preservó la vida de Jesús, grabada, proclamada… A causa de la resurrección, la gente de este Jesús— la iglesia— se reúnen y encuentran apoyo y fortaleza en su unidad… y ellos conservan y viven la fe, la esperanza, el amor que encontraron en Jesús de Nazaret.

La iglesia de hoy día, el cristiano de hoy día, encuentra su razón de ser en el momento, el caso, el acto de la resurrección. 

Como un «pueblo de la resurrección», ahora nos reunimos todos los domingos («…el primer día de la semana, apenas salido el sol…») para recordar y celebrar la fe, la esperanza, el amor que encontramos en Jesús, para animarnos y prepararnos para vivir el reino de Dios ya. Aquel que murió por nosotros, que venció a la muerte, que se levantó de la tumba, ofrece a todos las Buenas Nuevas de Dios, la relación con Dios, el don de la vida eterna con Dios, un lugar en la increíble familia del propósito de Dios. 

La resurrección… lo cambia todo.

Por Jon A. Herrin