- Vivimos en una era digital plagada por avances tecnológicos que se renuevan y cambian constantemente. Ya las cosas se hacen de manera diferente que hace 10, 20 o 30 años atrás.
- Sin embargo, la escala de violencia, conflictos bélicos, guerra y muerte no ha cambiado.
Desde el principio de la historia de la humanidad, la gente siempre ha estado inmersa en el asunto de la guerra y la matanza. Es en este tiempo moderno que nos preguntamos, ¿Por qué pasa todo esto?
Este debe ser el primer punto de partida mientras examinamos lo que la Escritura nos dice acerca de este tema, que requiere una respuesta coherente con la realidad que vivimos como cristianos en el mundo.
Solo como un antecedente, en la primera mitad del siglo XX, los cristianos fueron retados a través de dos guerras y cuál debiera haber sido la manera correcta de responder a ella. Ahora bien, en una correcta examinación de la Escritura, vamos a encontrar desde el Antiguo Testamento que la visión de Dios sobre la guerra es traer paz.
Siguiendo al Príncipe de Paz
Jesús desalentó a su propio discípulo, Judas Iscariote, que esperaba un movimiento militar bélico contra Roma, pero en su lugar traicionó a Jesús quien murió en una cruz.
El estilo y ejemplo de Jesús fue caracterizado por perdón y sanidad, proveer hospitalidad a extranjeros y enemigos, y un deseo sacrificial de llegar a morir por lo que creía en lugar de matar a otros para conseguir el poder.
Su ejemplo de vida al enfrentar los retos del conflicto, opresión, y la posibilidad de vivir en guerra nos invita a nosotros como pastores y líderes a buscar la mejor respuesta en este siglo XXI, pues somos discípulos de Cristo.
Dónde comienzan las guerras
Dios nos ha llamado a buscar la paz, siendo personas pacificadoras, comenzando con una vida devota a la oración, y un estilo de vida pacifista dentro y fuera de la iglesia. La historia de Caín y Abel se sigue repitiendo a través de los siglos.
El temor, los celos, la competencia, y el anhelo de seguridad han estimulado pequeñas (cortas) y grandes (largas) guerras. Reflexionemos por un momento que toda guerra comienza en nuestros corazones, por lo tanto, para buscar la paz debemos comenzar a desarmar nuestro propio corazón.
Dicho de otro modo, cuando respondemos a la guerra (o ataques personales de alguien contra nuestro liderazgo o ministerio) debemos estar conscientes que es el rencor en nuestros corazones lo que nos lleva a responder de esta manera. Por el otro lado, el permitir que Dios desarme su corazón, le permitirá renovar su vida de oración y llegar a ser una persona pacífica en su vida diaria.
Hablar del corazón no es algo nuevo. A lo largo de las Escrituras Hebreas y en las enseñanzas y predicaciones de Jesús, el corazón representaba el lugar más profundo de la identidad humana.
Tanto en el Antiguo Testamento como en el Nuevo, hay referencias que el corazón juega un papel muy importante pues si se encuentra duro y frío es señal de enfermedad espiritual, y causa una separación de Dios y con el prójimo.
Por el contrario, un corazón sencillo y bondadoso es considerado receptivo hacia Dios y prudente ante el prójimo. El corazón es el lugar donde ocurre el arrepentimiento y la renovación (Salmo 51:10-12; Proverbios 2:6-15; Jeremías 24:1-7; Mateo 5:8; Lucas 6:43-47).
Un corazón sano para la paz
Por eso será necesario que usted tenga su corazón espiritualmente saludable y abierto para que la respuesta hacia el mundo sea cristiana y no carnal. Este es un requisito indispensable para poder discernir correctamente la voz de Dios y la respuesta que debemos dar ante la guerra y los conflictos bélicos.
El deseo profundo de Dios para nosotros es su paz. Él nos ha dado su paz como un regalo espiritual. Pero es importante recordar que la paz de Dios difiere con la que los políticos y militares hablan en la sociedad (Juan 14:27).
La paz no es la ausencia de conflictos o de hostilidad. Tampoco es una calma caracteriza sin temor o en perfecta tranquilidad en medio de las injusticias. La paz de Dios es una paz muy profunda que surge de nuestra relación íntima con Jesús. Es por medio de la oración que buscamos esa paz, para que nuestros corazones sean ministrados por la presencia de Dios.
Cuando oramos, somos confrontados con nuestra propia violencia y el potencial que existe en nosotros de crear una «guerra» a través de nuestras palabras, actitudes y acciones. Es mediante este tiempo de comunión que nuestros deseos, pensamientos y comportamientos son revelados ante Dios.
Finalmente, la oración nos permite confesar nuestra maldad, ser renovados y transformados, que el corazón sea sanado; y buscar una diferente alternativa o respuesta ante el conflicto y guerra. Dios desea traer su paz a este mundo, y nosotros tenemos la oportunidad de reflejar esa paz.
Si estás pensando en los problemas de guerra o conflictos, locales o globales, la oración siempre será la primera respuesta para poder responder con esperanza y sanidad, aun cuando todo se mire insalvable e imposible.
Que Dios le ayude a buscar la paz y seguirla. En el ámbito personal y particular de tu ministerio, recuerda que Dios te ha llamado y si eres acusado, criticado y atacado, no respondas al conflicto con violencia, pues «Dios bendice a los que procuran la paz» (Mateo 5:9 NTV).
Por Jorge Orozco.
Actualmente sirve como rector en la Universidad Teológica y Cultural de América, pastor en la iglesia Southside City Church de Fort Worth, Texas, y consejero espiritual y mentor para pastores jóvenes en EE. UU., México y América Latina.