Buenos oídos para buenas decisiones (2/3)

Esta es la segunda entrega de una serie de tres artículos sobre «tomar decisiones». En esta ocasión queremos apreciar algunas guías para l...

Esta es la segunda entrega de una serie de tres artículos sobre «tomar decisiones». En esta ocasión queremos apreciar algunas guías para la toma de decisiones sabias. ¿Cómo puedo saber si lo que considero decidir es realmente lo correcto?

Toma tus decisiones basado en principios, no en las circunstancias

El sabio Salomón escribió: «La integridad de los rectos los guiará...» (Pr 11.3). John Maxwell, en su libro Ética, nos manda a tomar nuestras decisiones basándonos en el principio de la integridad. Si deseamos que nuestras decisiones sean sabias, tomemos en cuenta esta afirmación del rey Salomón y basemos nuestras decisiones en principios, como la integridad, según nos sugiere Maxwell.

Las personas que toman sus decisiones basadas en principios, y no en las circunstancias, toman buenas decisiones y crean el hábito de tomar cada día mejores decisiones para sí mismas.
Un amigo se quejaba de su mala suerte, echando la culpa a otros, menos a sí mismo. Sin embargo, su actitud cambió cuando lo ayudaron a reflexionar y comprender que su ‘mala suerte’, como lo llama él, no era otra cosa que el resultado de sus propias malas decisiones, mayormente tomadas en base a las circunstancias, y no basadas en principios.

Las malas decisiones tienen consecuencias y dejan cicatrices 

Las veces que he tomado malas decisiones, su impacto, principalmente, lo han sentido mis seres queridos: mi esposa y mis hijos. El impacto en algunas oportunidades duró poco tiempo, pero en otras duró mucho. Inclusive hay consecuencias de mis malas decisiones que hasta hoy deben sobrellevarlo.

Cuando conocimos a esta pareja, estaban al borde del divorcio. Él había hecho un importante préstamo de dinero y una mala inversión. El negocio resultó en grandes pérdidas. En estas circunstancias, ambos aceptaron a Cristo como su Señor y Salvador. Ella decidió perdonarlo y ambos enfrentaron las consecuencias de la mala decisión; la principal de todas, pagar a sus acreedores por varios años.

John Maxwell cuenta en uno de sus libros:
«Mi esposa, Margaret, dice que su abuela solía contarle sobre un padre que trataba de enseñarle a su hijo las consecuencias de las malas decisiones. Cada vez que el niño tomaba una mala decisión, el padre le pedía que clavara un clavo en un poste. Cada vez que tomaba una buena decisión, le pedía que retirara uno de los clavos. Con el tiempo, después de mucho clavar y desclavar, llegó el momento en que la madera quedó libre de clavos. Entonces fue cuando el niño notó que el poste estaba lleno de agujeros».

Nuestro manual de vida, desde Génesis hasta Apocalipsis, nos da ejemplos de las malas decisiones que han tomado hombres y mujeres de la Biblia, y de las consecuencias que tuvieron que enfrentar.

Empezando con Adán y Eva al desobedecer a Dios y comer del fruto del árbol prohibido (Gn 3.6). Luego Abram quien emigró a tierras de Egipto debido al hambre severo que existía, y donde se hizo pasar como hermano de su esposa Sarai (Gn 12.10-13). Después su sobrino Lot, a quién le costó la vida de su esposa al mal escoger para sí todo el valle del Jordán hacia el oriente, ignorando las consecuencias que le traería convivir con las personas que habitaban Sodoma y Gomorra (Gn 13.10-11). Seguido por la decisión de Sarai, al dar por mujer a Abram a su sierva egipcia Agar para que le diera un hijo (Gn 16.1-3), mala decisión que hasta hoy los habitantes del Medio Oriente soportan las consecuencias.

La lista es larga. Estos son apenas algunos ejemplos del primero de muchos libros que componen la Biblia, para alertarnos que las malas decisiones tienen consecuencias y dejan cicatrices.

Busca y considera los consejos de otros

El Rey Salomón, uno de muchos líderes del pasado que también tomó malas decisiones, al reflexionar sobre las mismas, escribió: «Escucha el consejo y acepta la corrección, para que seas sabio el resto de tus días» (ver Pr 19.20).
«Quien sabe escuchar —afirma el psicólogo Blas Ramón Rodríguez—, percibe hasta los silencios. Y es que si hablar es una necesidad humana, escuchar es un arte de entendimiento que no todo humano posee».

Barreras que nos impiden escuchar con atención

Saber escuchar es un arte que requiere de esfuerzo y paciencia. Con frecuencia flaqueamos ante las barreras que impiden escuchar con atención los consejos de otros.
Me sucede con frecuencia en conversaciones con mi esposa, al tomar en cuenta solo sus primeras palabras, y en mi mente con rapidez suponer y hacerme idea del resto. En la mayoría de las veces, mis presunciones resultan incorrectas. Otra de mis tentaciones es interrumpir la conversación, no dejando que la otra persona termine la idea. Y sumado a estos, saber que es una falta de respeto no prestar la debida atención.

El orgullo es un defecto muy común y una de las principales barreras que nos impiden escuchar con atención los consejos, porque nos hace creer que no necesitamos la ayuda y el consejo de otros. La persona engreída tiene un alto concepto de sí misma, se cree autosuficiente, tiene una opinión errónea de sí misma y desprecia los consejos de los demás. Toma sus decisiones basado en sus propios criterios, pero cuando resulta mal, entonces la culpa es de los demás, no suya.

Tomemos en cuenta Proverbios 11.2: «Con el orgullo viene el oprobio; con la humildad, la sabiduría».

Reflexión

Seamos intencionales en buscar consejos, pues «en la multitud de consejeros hay sabiduría» (Pr 11.14). Tengamos conciencia de que escuchar es un arte, requiere práctica, y no retengamos los buenos consejos en nuestro intelecto, sino dejemos que avancen y lleguen a nuestra voluntad. Recordemos la advertencia del apóstol Santiago: «Y al que sabe hacer lo bueno, y no lo hace, le es pecado» (Stg 4.17).


Por Manuel Mancuello
(manuel.mancuello@gmail.com)
Está felizmente casado para toda la vida con Beatriz, y juntos tienen dos hijos: Isaías (20) y Mila (9). Cuenta con más de 15 años de experiencia trabajando en las áreas de comunicaciones, proyectos sociales y educación con organizaciones nacionales e internacionales en Paraguay, Ecuador, Costa Rica y EE.UU. Posee una licenciatura en Ciencias de la Comunicación y una maestría en Desarrollo Organizacional. Asimismo cuenta con especializaciones en Didáctica Universitaria, Educación Cristiana y Capellanía Empresarial. Junto a su esposa es voluntario de la Fundación Principios de Vida facilitando cursos y talleres para varones, sobre finanzas y otros temas de interés para la familia.