Mucha gente mira al cristianismo y no se siente atraído por él, porque lo ve como una religión de «muchas reglas y poca alegría». Lamentab...
Mucha gente mira al cristianismo y no se siente atraído por él, porque lo ve como una religión de «muchas reglas y poca alegría». Lamentablemente, es verdad que hay cristianos que proyectan una imagen triste de lo que significa seguir a Jesús. Pero tal vez sean más los que simplemente no encuentran el modo de conquistar una clase de fe que estuviera llena de libertad y entusiasmo.
¿Se puede tener una fe seria, comprometida con Cristo y Su reino, y a la vez ser una persona alegre, entusiasta, que celebra la vida en todas sus estaciones? ¿Qué pasaría si redescubriéramos que una parte central del plan de Dios al enviar a Jesús fue dar alegría, pero de verdad, a la gente?
Cuando se cumple el tiempo y finalmente el Mesías nace en Belén, el ángel anuncia
Su llegada como «buenas noticias que serán motivo de mucha alegría para todo el pueblo» (Lc 2.10). Incluso antes del nacimiento de Jesús, Elisabet relata cómo «saltó de alegría» la criatura que llevaba en el vientre al oír el saludo de María, que traía al Mesías en el suyo (Lc 1.44).
Considera por un momento cómo el anuncio del nacimiento de Jesús habrá alterado drásticamente los planes de la joven pareja. Los evangelistas nos cuentan que María «estaba comprometida para casarse con José» (Mt 1.18) cuando recibió la anunciación del ángel Gabriel. ¿Nos imaginamos los planes e ilusiones de José y María juntos? ¿Nos imaginamos sus ilusiones y expectativas, para el futuro cercano como el lejano? ¡Estaban por casarse! A lo mejor venían contando los días que faltaban para su soñada fiesta...
Pero un día de estos, de la nada, María recibe una inusual visita del cielo, junto con un anuncio que la dejaría helada y perpleja: «No tengas miedo, María; Dios te ha concedido su favor —le dijo el ángel—. Quedarás encinta y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús» (Lc 1.30-31).
En la cultura judía antigua, la etapa del compromiso era vista ya como una parte del matrimonio, la parte que daba inicio al proceso ceremonial y civil que conducía a la celebración de las bodas mismas. El profesor Pablo Hoff resume cuanto sigue: «En aquellos tiempos el compromiso duraba un año, y durante este período eran considerados marido y mujer, aunque aún no convivían. El compromiso era tan serio como el mismo matrimonio, y solo el divorcio lo podía disolver (véase Deuteronomio 22.20-24). El anuncio le presentó a María un problema delicado. ¿Qué pensaría José de su embarazo?»
su nombre!» (Lc 1.46-49).
José, por su parte, tuvo sus propias luchas internas ante la situación de embarazo de su prometida. Y también obedeció, asumiendo los riesgos. «Como José, su esposo, era un hombre justo y no quería exponerla a vergüenza pública, resolvió divorciarse de ella en secreto. Pero, cuando él estaba considerando hacerlo, se le apareció en sueños un ángel del Señor y le dijo: “José, hijo de David, no temas recibir a María por esposa, porque ella ha concebido por obra del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados” [...] Cuando José se despertó, hizo lo que el ángel del Señor le había mandado y recibió a María por esposa» (Mt 1.19-21, 24).
La humildad, obediencia y valentía de María y José se requieren también de todos los que escuchan las demandas del evangelio de Jesús. Las buenas noticias de la salvación en Su nombre traen anexado el llamamiento a una disposición humilde a seguirle a cualquier costo, incluso si esto altera o nos obliga a renunciar por completo a lo que nosotros hemos planeado.
Quizás una explicación al por qué no conseguimos vivir una fe más alegre como cristianos, es porque estamos muy ocupados llevando a cabo nuestra propia voluntad y nuestros propios planes, y poco abiertos a ser incluidos por Dios en las Suyas. ¡Oh, cuántas alegrías desperdiciadas por el afán de nuestros caprichos personales! ¡Las mismas cosas que perseguimos pensando que nos darán alegría en la vida, son las que nos privan a menudo de vivir la alegría de Jesús en toda su intensidad!
¿Se puede tener una fe seria, comprometida con Cristo y Su reino, y a la vez ser una persona alegre, entusiasta, que celebra la vida en todas sus estaciones? ¿Qué pasaría si redescubriéramos que una parte central del plan de Dios al enviar a Jesús fue dar alegría, pero de verdad, a la gente?
La alegría y el reino de Dios
Notablemente, la alegría es un concepto fuertemente ligado a las profecías del Antiguo Testamento tocantes al Mesías y el reino. Es difícil encontrar una descripción del futuro reino mesiánico donde no se halle presentes figuras que evoquen gozo, alegría y plenitud.- Por ejemplo, Isaías profetiza: «El pueblo que andaba en la oscuridad ha visto una gran luz; sobre los que vivían en densas tinieblas la luz ha resplandecido. Tú has hecho que la nación crezca; has aumentado su alegría. Y se alegran ellos en tu presencia como cuando recogen la cosecha, como cuando reparten el botín» (Is 9.2-3). Y enseguida introduce el modo en que Dios lo llevaría a cabo: «Porque nos ha nacido un niño, se nos ha concedido un hijo; la soberanía reposará sobre sus hombros, y se le darán estos nombres: Consejero admirable, Dios fuerte, Padre eterno, Príncipe de paz» (v. 6).
- Jeremías anuncia la llegada del Nuevo Pacto en estos términos: «... Te edificaré de nuevo; ¡sí, serás reedificada! De nuevo tomarás panderetas y saldrás a bailar con alegría [...] Vendrán y cantarán jubilosos en las alturas de Sión; disfrutarán de las bondades del Señor: el trigo, el vino nuevo y el aceite, las crías de las ovejas y las vacas. Serán como un jardín bien regado, y no volverán a desmayar. Entonces las jóvenes danzarán con alegría, y los jóvenes junto con los ancianos. Convertiré su duelo en gozo, y los consolaré; transformaré su dolor en alegría»(Jer 31.4, 12-13).
- La conocida profecía en el libro de Zacarías dice: «¡Alégrate mucho, hija de Sión! ¡Grita de alegría, hija de Jerusalén! Mira, tu rey viene hacia ti, justo, Salvador y humilde. Viene montado en un asno, en un pollino, cría de asna» (Zac 9.9).
Cuando se cumple el tiempo y finalmente el Mesías nace en Belén, el ángel anuncia
Su llegada como «buenas noticias que serán motivo de mucha alegría para todo el pueblo» (Lc 2.10). Incluso antes del nacimiento de Jesús, Elisabet relata cómo «saltó de alegría» la criatura que llevaba en el vientre al oír el saludo de María, que traía al Mesías en el suyo (Lc 1.44).
No sin dificultades
Pero no fue fácil para María, ni para José, dar paso a estos eventos en sus vidas que cumplirían la promesa de Dios. Aceptar y someterse a la voluntad de Dios significó para ambos asumir una situación extremadamente arriesgada, para la que humanamente no estaban listos.Considera por un momento cómo el anuncio del nacimiento de Jesús habrá alterado drásticamente los planes de la joven pareja. Los evangelistas nos cuentan que María «estaba comprometida para casarse con José» (Mt 1.18) cuando recibió la anunciación del ángel Gabriel. ¿Nos imaginamos los planes e ilusiones de José y María juntos? ¿Nos imaginamos sus ilusiones y expectativas, para el futuro cercano como el lejano? ¡Estaban por casarse! A lo mejor venían contando los días que faltaban para su soñada fiesta...
Pero un día de estos, de la nada, María recibe una inusual visita del cielo, junto con un anuncio que la dejaría helada y perpleja: «No tengas miedo, María; Dios te ha concedido su favor —le dijo el ángel—. Quedarás encinta y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús» (Lc 1.30-31).
En la cultura judía antigua, la etapa del compromiso era vista ya como una parte del matrimonio, la parte que daba inicio al proceso ceremonial y civil que conducía a la celebración de las bodas mismas. El profesor Pablo Hoff resume cuanto sigue: «En aquellos tiempos el compromiso duraba un año, y durante este período eran considerados marido y mujer, aunque aún no convivían. El compromiso era tan serio como el mismo matrimonio, y solo el divorcio lo podía disolver (véase Deuteronomio 22.20-24). El anuncio le presentó a María un problema delicado. ¿Qué pensaría José de su embarazo?»
La fe que obedece
Sin embargo, María creyó lo que Dios quería hacer, y por confuso que resultara para ella, aceptó obediente: «Aquí tienes a la sierva del Señor —contestó María—. Que él haga conmigo como me has dicho» (Lc 1.38). La respuesta humilde y sumisa de María a la voluntad de Dios tornó todas las preocupaciones y sentimientos de inseguridad en un jubiloso estallido de alabanza. Poco después la encontramos cantando: «Mi alma glorifica al Señor, y mi espíritu se regocija en Dios mi Salvador, porque se ha dignado fijarse en su humilde sierva. Desde ahora me llamarán dichosa todas las generaciones, porque el Poderoso ha hecho grandes cosas por mí. ¡Santo essu nombre!» (Lc 1.46-49).
José, por su parte, tuvo sus propias luchas internas ante la situación de embarazo de su prometida. Y también obedeció, asumiendo los riesgos. «Como José, su esposo, era un hombre justo y no quería exponerla a vergüenza pública, resolvió divorciarse de ella en secreto. Pero, cuando él estaba considerando hacerlo, se le apareció en sueños un ángel del Señor y le dijo: “José, hijo de David, no temas recibir a María por esposa, porque ella ha concebido por obra del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados” [...] Cuando José se despertó, hizo lo que el ángel del Señor le había mandado y recibió a María por esposa» (Mt 1.19-21, 24).
¡Estar en la voluntad de Dios trae alegría a la vida!
¡Qué ejemplos maravillosos y qué profunda verdad! Aceptar con humilde disposición la voluntad de Dios siempre traerá alegría a nuestras vidas y entorno, a pesar de las dificultades, incertidumbres y peligros por los que podamos vernos rodeados. ¡Esa es la alegría de la fe obediente!La humildad, obediencia y valentía de María y José se requieren también de todos los que escuchan las demandas del evangelio de Jesús. Las buenas noticias de la salvación en Su nombre traen anexado el llamamiento a una disposición humilde a seguirle a cualquier costo, incluso si esto altera o nos obliga a renunciar por completo a lo que nosotros hemos planeado.
Quizás una explicación al por qué no conseguimos vivir una fe más alegre como cristianos, es porque estamos muy ocupados llevando a cabo nuestra propia voluntad y nuestros propios planes, y poco abiertos a ser incluidos por Dios en las Suyas. ¡Oh, cuántas alegrías desperdiciadas por el afán de nuestros caprichos personales! ¡Las mismas cosas que perseguimos pensando que nos darán alegría en la vida, son las que nos privan a menudo de vivir la alegría de Jesús en toda su intensidad!
Me encantó el artículo, sobre todo la información acerca de María y José, habrán sentido mucho temor, pero aun así obedecieron. Gloria a Dios por hombres y mujeres valientes.
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