SERIE: Nosotros y los estudios de nuestros hijos (parte 1/3) Por Gabriel Salcedo. ¿Hasta dónde el rendimiento es responsabilidad de los ...
SERIE: Nosotros y los estudios de nuestros hijos (parte 1/3) Por Gabriel Salcedo.
¿Hasta dónde el rendimiento es responsabilidad de los docentes y hasta dónde es de nuestros hijos? ¿Puedo ayudar en algo que no sé? ¿Qué podemos hacer los padres frente a los estudios de nuestros hijos? Si pago por algo, ¿no es justo que se haga bien?
Estas y muchas preguntas más se nos presentan a la hora de pensar en los estudios de nuestros hijos, cosa que hacemos, generalmente, en el momento en que traen sus notas a casa y nos toman por sorpresa. Pensemos en nuestro rol educativo como padres y veamos de qué manera podemos acompañar el desarrollo intelectual de nuestros hijo.
Como primer paso para evaluar nuestra función en la educación de nuestros hijos e hijas debemos revisar el concepto que tenemos sobre los estudios y la actitud asumimos frente a su desarrollo educativo.
Valorar sus logros
Desde nuestra infancia nos han marcado que estudiar es esencial para el desarrollo de nuestro futuro, pero muchas veces el énfasis solo se hace en el rendimiento. Parece que este determinara la entrada al mundo de las posibilidades en el ámbito profesional y, aún peor, la felicidad y la realización personal.
A raíz de esta concepción de la educación, un tanto reduccionista aunque no mal intencionada, quizás hemos incorporado la idea de que la competencia es la base de la supervivencia en la vida y esto mismo les hemos transmitido a nuestros hijos. Si esta es nuestra actitud, nos estamos olvidando del valor que tiene la educación como proceso. Nuestros hijos no son meros autómatas; tienen logros cotidianos, quizás pequeños, pero que hacen a su libertad y autonomía.
Si se encuentran condicionados por lo que generalmente se llama el ‘perfil del buen alumno’ que tenemos en mente o que nos han transmitido, podemos coartar su desarrollo personal. Reaccionar frente a los malos resultados de nuestros hijos como si fuera el fin del mundo solo les causará temor y los alejará de la posibilidad de disfrutar los estudios.
Ser parte
Otra de las concepciones erradas que quizás hemos adoptado como padres ha sido la de no involucrarnos por creer que “no sabemos nada de esa materia”. Este comportamiento puede generarnos grandes expectativas sobre los resultados finales que obtengan nuestros hijos y, a la vez, ansiedad constante por no ser parte del proceso educativo. Sin embargo, siempre podemos ser parte supervisando su aprendizaje, el lugar y el tiempo que le dedican, su laboriosidad en las tareas.
Superar la mentalidad de cliente
También puede ocurrir que como padres tengamos la conocida ‘mentalidad de clientes’ frente al desarrollo educativo de nuestros hijos. Es decir, que seamos exigentes con los profesores y los directivos por el solo hecho de ser quienes pagamos la cuota del colegio.
Al pensar de este modo, corremos el riesgo de creer que no es necesaria nuestra participación activa ni la de nuestros hijos en el proceso educativo y que los docentes tienen toda la responsabilidad y la autoridad. Esta actitud tiene un dejo de abandono, ya que nuestra misión educativa abarca acompañar a nuestros hijos y ser parte activa en el proceso. Si nos interesan solamente las notas y vemos al colegio como un espacio de gestión para que nuestro hijo apruebe y no somos parte de ninguna manera en el proceso de aprendizaje, quizás tengamos esta mentalidad.
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¿Hasta dónde el rendimiento es responsabilidad de los docentes y hasta dónde es de nuestros hijos? ¿Puedo ayudar en algo que no sé? ¿Qué podemos hacer los padres frente a los estudios de nuestros hijos? Si pago por algo, ¿no es justo que se haga bien?
Estas y muchas preguntas más se nos presentan a la hora de pensar en los estudios de nuestros hijos, cosa que hacemos, generalmente, en el momento en que traen sus notas a casa y nos toman por sorpresa. Pensemos en nuestro rol educativo como padres y veamos de qué manera podemos acompañar el desarrollo intelectual de nuestros hijo.
Como primer paso para evaluar nuestra función en la educación de nuestros hijos e hijas debemos revisar el concepto que tenemos sobre los estudios y la actitud asumimos frente a su desarrollo educativo.
Valorar sus logros
Desde nuestra infancia nos han marcado que estudiar es esencial para el desarrollo de nuestro futuro, pero muchas veces el énfasis solo se hace en el rendimiento. Parece que este determinara la entrada al mundo de las posibilidades en el ámbito profesional y, aún peor, la felicidad y la realización personal.
A raíz de esta concepción de la educación, un tanto reduccionista aunque no mal intencionada, quizás hemos incorporado la idea de que la competencia es la base de la supervivencia en la vida y esto mismo les hemos transmitido a nuestros hijos. Si esta es nuestra actitud, nos estamos olvidando del valor que tiene la educación como proceso. Nuestros hijos no son meros autómatas; tienen logros cotidianos, quizás pequeños, pero que hacen a su libertad y autonomía.
Si se encuentran condicionados por lo que generalmente se llama el ‘perfil del buen alumno’ que tenemos en mente o que nos han transmitido, podemos coartar su desarrollo personal. Reaccionar frente a los malos resultados de nuestros hijos como si fuera el fin del mundo solo les causará temor y los alejará de la posibilidad de disfrutar los estudios.
Ser parte
Otra de las concepciones erradas que quizás hemos adoptado como padres ha sido la de no involucrarnos por creer que “no sabemos nada de esa materia”. Este comportamiento puede generarnos grandes expectativas sobre los resultados finales que obtengan nuestros hijos y, a la vez, ansiedad constante por no ser parte del proceso educativo. Sin embargo, siempre podemos ser parte supervisando su aprendizaje, el lugar y el tiempo que le dedican, su laboriosidad en las tareas.
Superar la mentalidad de cliente
También puede ocurrir que como padres tengamos la conocida ‘mentalidad de clientes’ frente al desarrollo educativo de nuestros hijos. Es decir, que seamos exigentes con los profesores y los directivos por el solo hecho de ser quienes pagamos la cuota del colegio.
Al pensar de este modo, corremos el riesgo de creer que no es necesaria nuestra participación activa ni la de nuestros hijos en el proceso educativo y que los docentes tienen toda la responsabilidad y la autoridad. Esta actitud tiene un dejo de abandono, ya que nuestra misión educativa abarca acompañar a nuestros hijos y ser parte activa en el proceso. Si nos interesan solamente las notas y vemos al colegio como un espacio de gestión para que nuestro hijo apruebe y no somos parte de ninguna manera en el proceso de aprendizaje, quizás tengamos esta mentalidad.
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