Muy frecuentemente Jesús confrontó a las personas con sus pecados que llegaban a El. Confrontó al joven rico con su énfasis exagerado en las...
Muy frecuentemente Jesús confrontó a las personas con sus pecados que llegaban a El. Confrontó al joven rico con su énfasis exagerado en las riquezas (Lucas 18:22), a la mujer samaritana con su inmoralidad (Juan 4:17-18), a los discípulos con su escasa fe (Mateo 8:26 y 14:31) y a los líderes religiosos con su pecado (Mateo 12:34, 15:7-8 y Juan 8:44-45).
Es diferente que Jesús quien no conoció pecado señalara los pecados de otros, que nosotros cristianos imperfectos confrontemos a otros con sus debilidades. Algunos consejeros profesionales sienten que no se debe hacer nada que haga sentir culpables o fuera de lugar a los aconsejados; sin embargo, este punto ha sido discutido por aquellos que creen que el consejero debe confrontar al aconsejado en determinadas situaciones.
El consejero cristiano no pretende juzgar a otros (Mateo 7:1-2), condenar o criticar. Con su espíritu de amor y amabilidad, debe animar a las personas a afrontar sus pecados, fallas o acciones egoístas. Esconder la propia inmoralidad o acciones poco inteligentes solamente creará sentimientos de culpa, frustración y ansiedad neurótica. Si confesamos nuestros pecados Dios perdonará (1 Juan 1:9) y obtendremos misericordia (Proverbios 28:13). Como servidor de Dios, el consejero debe ayudar al aconsejado a afrontar sus pecados, a confesarlos a Dios y en algunas ocasiones también a otros (Santiago 5:16), así como hacer algo para cambiar su conducta y actitudes.
Es muy importante comprender que la confrontación no está limitada a la discusión de la conducta pecaminosa. Esta también ayuda al aconsejado a ganar nuevas perspectivas acera de su actuar, lo obliga a escuchar cosas que probablemente no desea y hacer cosas a las que probablemente se ha estado resistiendo. Frecuentemente, el confrontar requiere de coraje porque el aconsejado puede responder con enojo o resistencia. Sin embargo, cuando se da en pequeñas dosis, con sincero interés y dejando lugar para que el aconsejado responda, entonces puede ser una de las partes del proceso de consejería más significativas y gratificantes.
Fuente: Consejería cristiana efectiva, por Gary Collins, pag. 64
Es diferente que Jesús quien no conoció pecado señalara los pecados de otros, que nosotros cristianos imperfectos confrontemos a otros con sus debilidades. Algunos consejeros profesionales sienten que no se debe hacer nada que haga sentir culpables o fuera de lugar a los aconsejados; sin embargo, este punto ha sido discutido por aquellos que creen que el consejero debe confrontar al aconsejado en determinadas situaciones.
El consejero cristiano no pretende juzgar a otros (Mateo 7:1-2), condenar o criticar. Con su espíritu de amor y amabilidad, debe animar a las personas a afrontar sus pecados, fallas o acciones egoístas. Esconder la propia inmoralidad o acciones poco inteligentes solamente creará sentimientos de culpa, frustración y ansiedad neurótica. Si confesamos nuestros pecados Dios perdonará (1 Juan 1:9) y obtendremos misericordia (Proverbios 28:13). Como servidor de Dios, el consejero debe ayudar al aconsejado a afrontar sus pecados, a confesarlos a Dios y en algunas ocasiones también a otros (Santiago 5:16), así como hacer algo para cambiar su conducta y actitudes.
Es muy importante comprender que la confrontación no está limitada a la discusión de la conducta pecaminosa. Esta también ayuda al aconsejado a ganar nuevas perspectivas acera de su actuar, lo obliga a escuchar cosas que probablemente no desea y hacer cosas a las que probablemente se ha estado resistiendo. Frecuentemente, el confrontar requiere de coraje porque el aconsejado puede responder con enojo o resistencia. Sin embargo, cuando se da en pequeñas dosis, con sincero interés y dejando lugar para que el aconsejado responda, entonces puede ser una de las partes del proceso de consejería más significativas y gratificantes.
Fuente: Consejería cristiana efectiva, por Gary Collins, pag. 64