En nuestros días existen miles de bibliotecas públicas, esparcidas por ciudades y pueblos de todo mundo. Edificios repletos de estanterías c...
En nuestros días existen miles de bibliotecas públicas, esparcidas por ciudades y pueblos de todo mundo. Edificios repletos de estanterías con libros, que son verdaderos faros de cultura, asequibles a todos los estratos sociales. Los títulos publicados en todos los idiomas se cuentan por millones. Entre ellos los libros cristianos por cientos de miles. Y los evangélicos, en español, ya van por varios miles. Entre los cristianos, el interés por los libros y la lectura como
fuente de conocimiento y sabiduría es cada vez mayor.
Pero queda aun mucho por hacer. En lo que respecta a las bibliotecas pastorales, la situación es más alentadora. El reconocimiento por parte de los pastores de la importancia de los libros y el interés por disponer de una buena biblioteca va en aumento. Pese a que para muchos pastores en ciertos países el coste de algunos libros puede significar el sueldo de un mes, su esfuerzo en la adquisición de literatura es notable. En España, por ejemplo, los principales consumidores del extenso comentario de Matthew Henry son los pastores de la Iglesia Filadelfia, los gitanos. Y esto es importantísimo y esperanzador para el futuro de la Iglesia, si tenemos en cuenta, como dijo un gran pensador cristiano, que:
“La cultura de un hombre, su capacidad intelectual y su talento profesional, es tan limitada o puede llegar a ser tan profunda y extensa, como limitada o extensa sea la biblioteca que posea; si la mantiene debidamente organizada y sabe como usarla. La relación directa entre ambas cosas es incuestionable”.
Ningún ser humano es capaz de almacenar en su mente todos y cada uno de los detalles
necesarios para ejercer una profesión intelectual o analizar a fondo un tema determinado. El cerebro humano mantiene los rasgos básicos, el esqueleto de la información recibida durante el período de estudios. No obstante, para profundizar en el tema y actualizar los conocimientos adquiridos, tiene que recurrir a los libros. Por ello, todo profesional que se precie de su trabajo, forzosamente, tiene que disponer de una biblioteca. Cuanto más amplia mejor.
Esta máxima, aplicada al pastor, adquiere aún mayor dimensión. El oficio de pastor es, sin duda, el más polifacético y complejo de cuantos existen. Desde preparar un sermón hasta organizar un campamento de jóvenes; de alentar a los ancianos a disciplinar niños; de consolar a los enfermos hasta arbitrar en los conflictos matrimoniales. Debe tratar con toda clase de seres humanos: pobres, ricos; intelectuales, analfabetos; optimistas, depresivos. Y precisa saber de todo: de teología, de historia, de ciencia, de literatura, de geografía, de pedagogía, de sociología, de psicología. Pocos profesionales hay que se enfrenten a una labor tan diversa, y que se vean en la necesidad de contestar a preguntas tan dispares y se les exijan conocimientos tan variados, como a los pastores.
¿Podemos pensar que algún hombre, por sólida que haya sido su formación o años de
experiencia que acumule, pueda afrontar una labor tan amplia y prolija, sin la ayuda de una buena biblioteca que le proporcione información detallada sobre el tema preciso en el momento necesario?
Todos los grandes profesionales confían buena parte de su éxito en su biblioteca. Médicos, abogados, ingenieros, arquitectos; todos ellos estiman como prioridad básica mantener al día su biblioteca, principal soporte de su trabajo diario. Y la utilizan constantemente. Para consultar, para contrastar, para ampliar y para reforzar los conocimientos adquiridos. Para informarse de nuevas técnicas, nuevas leyes o nuevos descubrimientos. Para comparar unas teorías con otras y llegar de este modo a las mejores conclusiones. Si esto es así en las profesiones seculares: ¿Qué diremos del ministerio pastoral? ¿Acaso no precisa el pastor hacer lo mismo?
Pero una buena biblioteca profesional no es cosa fácil. La mayor parte de libros utilizados por los profesionales en el ejercicio de su trabajo son obras técnicas y especializadas, normalmente muy costosas y que no se encuentran, salvo casos excepcionales, en las bibliotecas públicas, cuyos fondos literarios son más bien de divulgación. En este caso, médicos, abogados, ingenieros, arquitectos, tienen la opción de recurrir a las bibliotecas de sus respectivos Colegios o Asociaciones Profesionales. Pero... ¿qué ocurre con el pastor? Aunque unos pocos, por proximidad, tengan el recurso de acceder a la biblioteca de alguno de los pocos Seminarios que tenemos, la mayoría no cuenta con esta posibilidad. Y aun en este caso, por desgracia, las bibliotecas de muchos Seminarios y Escuelas Bíblicas son bastante limitadas y no pueden cubrir todas las tendencias y preferencias. E incluso en el caso de los que disponen de esta posibilidad y privilegio la distancia y disponibilidad es un
inconveniente.
Por tanto, crear y mantener su propia biblioteca es, para el pastor, absolutamente
indispensable. Mucho más indispensable que para cualquier otro profesional. La biblioteca pastoral no es una opción, no un capricho ni un lujo, es una necesidad; una herramienta de trabajo imprescindible para todo líder cristiano que, trazando rectamente la Palabra de Verdad, –como recomienda el apóstol–, aspire a sacar el mayor fruto posible de su ministerio, para mayor provecho de aquellos a quienes instruye o pastorea y mayor gloria del Señor que le llamó y al cual sirve.
En una buena biblioteca pastoral no deben faltar:
- Versiones de la Biblia.
- Concordancias y Diccionarios.
- Textos interlineares para el estudio del Hebreo y Griego.
- Libros de teología.
- Libros de hermenéutica.
- Comentarios bíblicos.
- Historia y geografía.
- Homilética y oratoria, sermones y bosquejos.
- Libros de pastoral y consejería.
- Eclesiología.
- Ministerios cristianos.
- Sociedad y Cristianismo.
- Controversia.
- Devocionales.
Citábamos la conocida frase que dice: «La cultura de un hombre y su capacidad intelectual y profesional, son tan limitadas o pueden ser tan profundas y extensas, como limitada o extensa y diversa sea la biblioteca que posea; si la mantiene debidamente clasificada y sabe como usarla.» Y quisiera, aquí, recalcar de manera especial el final de la frase: “si la mantiene debidamente clasificada y sabe como usarla ”.
La segunda de las acciones creadoras de Dios, inmediata a la creación de cielos y tierra,
fue precisamente la de poner las cosas en orden: ordenar el caos y organizar el cosmos. De lo contrario la Tierra seguiría aun «desordenada y vacía». De igual forma, la «biblioteca pastoral» pierde el 90% de su utilidad y efectividad, si no esta debidamente ordenada, clasificada y catalogada. Adquirimos un libro y lo leemos; tiempo después recordamos que el mismo contiene información que nos sería útil para el trabajo que estamos realizando y nos interesa revisarlo. Pero...¿donde está?. Con suerte, y si nuestra biblioteca no es muy extensa, perderemos diez o quince minutos en localizarlo. Si tenemos la fortuna de poseer una biblioteca más o menos extensa, puede que perdamos media hora o algo peor, que no seamos capaces de encontrarlo.
Aquí nos limitaremos a dar tres recomendaciones básicas y comunes a cualquier
sistema:
Este artículo es el extracto de un artículo de 19 paginas llamado “La Biblioteca Pastoral” – Consejos prácticos sobre su importancia, formación, organización y utilización. Recomendamos la descarga de este documento de esta dirección:
http://www.clie.es/downloads/biblioteca_pastoral.pdf
fuente de conocimiento y sabiduría es cada vez mayor.
Pero queda aun mucho por hacer. En lo que respecta a las bibliotecas pastorales, la situación es más alentadora. El reconocimiento por parte de los pastores de la importancia de los libros y el interés por disponer de una buena biblioteca va en aumento. Pese a que para muchos pastores en ciertos países el coste de algunos libros puede significar el sueldo de un mes, su esfuerzo en la adquisición de literatura es notable. En España, por ejemplo, los principales consumidores del extenso comentario de Matthew Henry son los pastores de la Iglesia Filadelfia, los gitanos. Y esto es importantísimo y esperanzador para el futuro de la Iglesia, si tenemos en cuenta, como dijo un gran pensador cristiano, que:
“La cultura de un hombre, su capacidad intelectual y su talento profesional, es tan limitada o puede llegar a ser tan profunda y extensa, como limitada o extensa sea la biblioteca que posea; si la mantiene debidamente organizada y sabe como usarla. La relación directa entre ambas cosas es incuestionable”.
Ningún ser humano es capaz de almacenar en su mente todos y cada uno de los detalles
necesarios para ejercer una profesión intelectual o analizar a fondo un tema determinado. El cerebro humano mantiene los rasgos básicos, el esqueleto de la información recibida durante el período de estudios. No obstante, para profundizar en el tema y actualizar los conocimientos adquiridos, tiene que recurrir a los libros. Por ello, todo profesional que se precie de su trabajo, forzosamente, tiene que disponer de una biblioteca. Cuanto más amplia mejor.
Esta máxima, aplicada al pastor, adquiere aún mayor dimensión. El oficio de pastor es, sin duda, el más polifacético y complejo de cuantos existen. Desde preparar un sermón hasta organizar un campamento de jóvenes; de alentar a los ancianos a disciplinar niños; de consolar a los enfermos hasta arbitrar en los conflictos matrimoniales. Debe tratar con toda clase de seres humanos: pobres, ricos; intelectuales, analfabetos; optimistas, depresivos. Y precisa saber de todo: de teología, de historia, de ciencia, de literatura, de geografía, de pedagogía, de sociología, de psicología. Pocos profesionales hay que se enfrenten a una labor tan diversa, y que se vean en la necesidad de contestar a preguntas tan dispares y se les exijan conocimientos tan variados, como a los pastores.
¿Podemos pensar que algún hombre, por sólida que haya sido su formación o años de
experiencia que acumule, pueda afrontar una labor tan amplia y prolija, sin la ayuda de una buena biblioteca que le proporcione información detallada sobre el tema preciso en el momento necesario?
Todos los grandes profesionales confían buena parte de su éxito en su biblioteca. Médicos, abogados, ingenieros, arquitectos; todos ellos estiman como prioridad básica mantener al día su biblioteca, principal soporte de su trabajo diario. Y la utilizan constantemente. Para consultar, para contrastar, para ampliar y para reforzar los conocimientos adquiridos. Para informarse de nuevas técnicas, nuevas leyes o nuevos descubrimientos. Para comparar unas teorías con otras y llegar de este modo a las mejores conclusiones. Si esto es así en las profesiones seculares: ¿Qué diremos del ministerio pastoral? ¿Acaso no precisa el pastor hacer lo mismo?
Pero una buena biblioteca profesional no es cosa fácil. La mayor parte de libros utilizados por los profesionales en el ejercicio de su trabajo son obras técnicas y especializadas, normalmente muy costosas y que no se encuentran, salvo casos excepcionales, en las bibliotecas públicas, cuyos fondos literarios son más bien de divulgación. En este caso, médicos, abogados, ingenieros, arquitectos, tienen la opción de recurrir a las bibliotecas de sus respectivos Colegios o Asociaciones Profesionales. Pero... ¿qué ocurre con el pastor? Aunque unos pocos, por proximidad, tengan el recurso de acceder a la biblioteca de alguno de los pocos Seminarios que tenemos, la mayoría no cuenta con esta posibilidad. Y aun en este caso, por desgracia, las bibliotecas de muchos Seminarios y Escuelas Bíblicas son bastante limitadas y no pueden cubrir todas las tendencias y preferencias. E incluso en el caso de los que disponen de esta posibilidad y privilegio la distancia y disponibilidad es un
inconveniente.
Por tanto, crear y mantener su propia biblioteca es, para el pastor, absolutamente
indispensable. Mucho más indispensable que para cualquier otro profesional. La biblioteca pastoral no es una opción, no un capricho ni un lujo, es una necesidad; una herramienta de trabajo imprescindible para todo líder cristiano que, trazando rectamente la Palabra de Verdad, –como recomienda el apóstol–, aspire a sacar el mayor fruto posible de su ministerio, para mayor provecho de aquellos a quienes instruye o pastorea y mayor gloria del Señor que le llamó y al cual sirve.
En una buena biblioteca pastoral no deben faltar:
- Versiones de la Biblia.
- Concordancias y Diccionarios.
- Textos interlineares para el estudio del Hebreo y Griego.
- Libros de teología.
- Libros de hermenéutica.
- Comentarios bíblicos.
- Historia y geografía.
- Homilética y oratoria, sermones y bosquejos.
- Libros de pastoral y consejería.
- Eclesiología.
- Ministerios cristianos.
- Sociedad y Cristianismo.
- Controversia.
- Devocionales.
Citábamos la conocida frase que dice: «La cultura de un hombre y su capacidad intelectual y profesional, son tan limitadas o pueden ser tan profundas y extensas, como limitada o extensa y diversa sea la biblioteca que posea; si la mantiene debidamente clasificada y sabe como usarla.» Y quisiera, aquí, recalcar de manera especial el final de la frase: “si la mantiene debidamente clasificada y sabe como usarla ”.
La segunda de las acciones creadoras de Dios, inmediata a la creación de cielos y tierra,
fue precisamente la de poner las cosas en orden: ordenar el caos y organizar el cosmos. De lo contrario la Tierra seguiría aun «desordenada y vacía». De igual forma, la «biblioteca pastoral» pierde el 90% de su utilidad y efectividad, si no esta debidamente ordenada, clasificada y catalogada. Adquirimos un libro y lo leemos; tiempo después recordamos que el mismo contiene información que nos sería útil para el trabajo que estamos realizando y nos interesa revisarlo. Pero...¿donde está?. Con suerte, y si nuestra biblioteca no es muy extensa, perderemos diez o quince minutos en localizarlo. Si tenemos la fortuna de poseer una biblioteca más o menos extensa, puede que perdamos media hora o algo peor, que no seamos capaces de encontrarlo.
Aquí nos limitaremos a dar tres recomendaciones básicas y comunes a cualquier
sistema:
- Clasificar los libros en un orden lógico agrupándolos por temas y materias.
- Asignar a cada libro un numero de acuerdo con el tema del mismo y el lugar donde
- se encuentra en el estante.
- Confeccionar un fichero temático a través del cual, partiendo del asunto que nos
- interesa, sepamos donde se encuentran todos los libros que tratan sobre el mismo.
Este artículo es el extracto de un artículo de 19 paginas llamado “La Biblioteca Pastoral” – Consejos prácticos sobre su importancia, formación, organización y utilización. Recomendamos la descarga de este documento de esta dirección:
http://www.clie.es/downloads/biblioteca_pastoral.pdf