¿Por qué debemos servir a Dios?Cada mañana son nuevas las misericordias de Dios para con la humanidad (Lam. 3:22-23). Tenemos a un Dios lleno de amor
EXPLORANDO LA VERDADERA MOTIVACIÓN DETRÁS DEL LLAMADO AL SERVICIO
Cada mañana son nuevas las misericordias de Dios para con la humanidad (Lam. 3:22-23). Tenemos a un
Dios lleno de amor para con la raza humana, y su amor, cada día que vivimos, es
tangible y poderoso. Este amor nos llena
de su misericordia y nos premia al hacernos un llamado al servicio de su reino,
donde podemos experimentar lo profundo de su ser. Al mismo tiempo, desarrolla
en nosotros un sentir de confianza que
nos impulsa a responder a su llamado, no
por obligación ni imposición, sino por
gratitud a todos sus favores.
El apóstol Pablo nos invita a que dejemos que el vivir de Cristo se vuelva una realidad en nosotros y que el mismo sentir
que movió a Cristo a misericordia, a tal
grado que se entregó, sea también nuestro motor:
«Haya, pues, en vosotros este sentir que hubo también en Cristo Jesús, el cual, siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse, sino que se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres; y estando en la condición de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz» (Fil. 2:5-8).
Nuestro Salvador no escatimó ser
igual a Dios como cosa a qué aferrarse.
Más bien, su amor lo llevó a padecer en
servicio por los seres que tanto ama. Y es
ese mismo amor el que nos invita hoy a
servir.
Jesús nos enseña que sí podemos
Jesús nos anima a entender que podemos
responder al amor de Dios con el servicio
a los demás. Si creemos lo que Él ha realizado, somos llamados a realizarlo también. Incluso declara: «mayores cosas que
estas haréis» (Jn. 14:12 RVR60).
Pero entonces surge la pregunta: ¿qué
nos detiene?
Si Jesús nos ha modelado con su propia vida, nos ha dejado el camino marcado para que lo sigamos, ¿qué excusa nos
queda? No podemos cerrar los ojos a esta
verdad ni desentendernos, ya que nuestro
Salvador espera que nosotros, las criaturas más amadas por Él, respondamos a ese amor maravilloso y que no nos avergoncemos de Él.
Servir es el acto de imitar a Cristo,
quien no vino para ser servido sino para
servir (Mt. 20:28). Él lavó los pies de sus
discípulos, mostrando que la verdadera
grandeza está en la humildad y en el servicio (Jn. 13:12-15).
Razones que nos mueven a servir
Analicemos por un momento las acciones que nos invitan a ser esclavos (siervos)
por amor al servicio de nuestro Padre celestial:
- Dios creó todo lo existente para que lo disfrutáramos, administráramos y señoreáramos (Gén. 1:26-28). Solo por amor, Él nos designa un servicio administrativo sobre toda su creación, dándonos un privilegio único a nosotros los seres humanos. Nos coloca en un grado por encima de todos los demás seres vivos y deja en nuestras manos su creación (Sal. 8:5-8). Cuidar, administrar y gobernar la tierra es un acto de servicio que nace desde la creación misma.
- A pesar de nuestra incapacidad y rebelión, su amor y misericordia no nos desechan. Nos da la oportunidad de desarrollar una relación con Él, con el fin de restaurar la imagen que nos había dado. Desarrolla un plan de restauración a través de sacrificios, y aun así, el ser humano muchas veces no responde de forma aceptable. Sin embargo, Él sigue amándonos y llamándonos (Sal. 103:7-10).
- Dios en su misericordia se encarna en su creación, haciéndose hombre en Cristo Jesús. Su propósito fue establecer una enseñanza digna de imitar: un Dios que toma forma de siervo, que se humilla hasta lo sumo, y que carga sobre sí el pecado de la humanidad (Fil. 2:5-8). No habiendo nadie digno de sacrificarse por los demás, Dios mismo toma ese lugar en la persona de Jesucristo (Rom. 5:6-8). Él hace libre al que en Él cree, libre del castigo de la desobediencia, y nos da salvación. Es por tal razón que debemos servirle.
Gratitud: la razón principal
La primera y más grande motivación para
servir a Dios es la gratitud. El salmista decía:
«¿Qué pagaré a Jehová por todos sus beneficios para conmigo?» (Sal. 116:12 RVR60).
Cuando experimentamos su gracia,
su perdón y su provisión, nace en nosotros el deseo de devolverle algo de lo mucho que nos ha dado. ¿Pero cuánto sería
suficiente? ¿Cómo podríamos pagarlo?
Servimos no porque Él lo necesite,
sino porque nosotros lo necesitamos a Él.
Servir es una forma de mantener nuestro
corazón sensible, humilde y agradecido.
Cada talento, cada don, cada capacidad
que poseemos encuentra su verdadero
propósito cuando se utiliza para glorificar
a Dios y bendecir al prójimo.
Servimos porque Dios lo espera de nosotros
No solo servimos por gratitud, también lo
hacemos porque Dios espera esa respuesta. La parábola de los talentos (Mt. 25)
ilustra cómo Dios confía en nosotros al
depositar recursos, dones y oportunidades. Él espera que los multipliquemos en
servicio. El servicio es nuestra respuesta
natural al llamado de Dios. Así como hemos recibido su amor, debemos compartirlo. Así como hemos recibido perdón,
debemos extenderlo. Así como hemos recibido esperanza, debemos sembrarla en
otros.
Servir es un privilegio
Ser tomado en cuenta para transmitir a
los demás el sueño de restauración de Dios es un privilegio. En un mundo marcado por la desesperanza, la violencia y la
soledad, los hijos de Dios somos portadores de un mensaje transformador. Hoy
más que nunca, en pleno siglo XXI, las familias e individuos necesitan escuchar
que hay esperanza en Cristo. Y esa misión
está en nuestras manos. Somos llamados
a ser cartas abiertas, testimonios vivos de
la obra redentora de Dios.
Servir produce bendiciones
Responder al llamado de Dios también
trae bendiciones a nuestra vida y a nuestra familia. No hablamos solamente de
bendiciones materiales, sino de paz, propósito, gozo y dirección. Imaginemos vivir
sin mayor propósito que reproducirnos,
acumular riquezas y morir. Esa vida se
queda corta. Pero cuando servimos a
Dios, trascendemos. Como dijo Jesús
«No os hagáis tesoros en la tierra… sino hacéos tesoros en el cielo» (Mt. 6:19-20 RVR60).
Servir a Dios es invertir en lo eterno. Es
dejar un legado que no se oxida ni desaparece. Es preparar una herencia espiritual para hijos y nietos, que trasciende generaciones.
Aplicación práctica en el día a día
Servir a Dios no significa únicamente predicar o estar en un púlpito. Servimos
cuando cuidamos de nuestra familia con
amor, cuando trabajamos con excelencia
en nuestro empleo, cuando mostramos
compasión a un necesitado, cuando oramos por los que sufren, cuando damos un
consejo lleno de esperanza.
Cada gesto de amor que refleja a Cristo es un acto de servicio. La iglesia primitiva entendió esto y «perseveraban en la
doctrina de los apóstoles, en la comunión, en el partimiento del pan y en las
oraciones» (Hch. 2:42 RVR60). El servicio
comienza en lo pequeño y cotidiano.
Conclusión
Dios espera que su amor en nosotros sea
el más importante motivador para que le
sirvamos. Él desea que, así como a nosotros se nos compartió de su amor, también nosotros lo hagamos con otros. Servir a Dios no es una carga, es un privilegio.
No es un deber seco, es una respuesta
agradecida. No es una obligación fría, es
un acto de amor.
Y cuando lo entendemos, descubrimos que el servicio no solo transforma a
quienes lo reciben, sino también a quienes lo dan. Así que la pregunta ya no es
«¿Por qué debemos servir a Dios?» sino
más bien: «¿Cómo no hacerlo, si todo lo
que somos y tenemos proviene de Él?».
Por Jhonny Badilla Calvo (pastorjhonnyabc@hotmail.com)
El pastor Jhonny Badilla Calvo, costarricense, con más de 29
años de casado y padre de tres hijos, ha servido durante 23
años en la Iglesia Evangélica Metodista de Costa Rica. Posee
un Bachillerato en Teología, una Maestría en Ciencias de la
Religión con énfasis en Orientación Familiar, y formación en
capellanía clínica. Actualmente, cursa su doctorado en Teología, enfocándose en cómo fortalecer a la iglesia atendiendo a las necesidades integrales de la familia.