Para nadie es un secreto que vivimos en una época caracterizada por la superficialidad, la autopromoción y la búsqueda de aprobación social. Esta real
SIRVIENDO EN EL MINISTERIO CON PUREZA, SINCERIDAD Y TRANSPARENCIA
Para nadie es un secreto que vivimos
en una época caracterizada por la superficialidad, la autopromoción y la
búsqueda de aprobación social. Esta realidad es preocupante; sin embargo, se agudiza al enterarnos que el cristianismo la
está enfrentando al interior de sus propias
filas. Por ejemplo, el desarrollo del ministerio cristiano enfrenta la constante tentación de sacrificar la pureza del mensaje
y la sinceridad del corazón en aras de simpatizar con las audiencias o popularizar a
los mensajeros.
Pero la evidencia bíblica ofrece una
perspectiva opuesta a dicha realidad,
pues jamás se considera el llamado al ministerio como una invitación a la popularidad, sino un llamado a la fidelidad. El
apóstol Pablo afirma: «Pues nuestra
exhortación no procedió de error ni de
impureza, ni fue con engaño […] sino que
según fuimos aprobados por Dios para
que se nos confiase el evangelio, así hablamos; no como para agradar a los hombres, sino a Dios, que prueba nuestros corazones» (1 Tes. 2:3-4 RVR60). Bíblicamente, el ministerio cristiano es un llamado santo que requiere mucho más que
habilidad retórica o presencia carismática; demanda un corazón íntegro. Y esto
parece ser un insumo de primera necesidad en nuestra era actual donde las plataformas ministeriales suelen construirse
sobre la imagen, presencia en redes y estrategias de marketing. Por ello, ahora nos
centraremos en la necesidad de volver al
fundamento bíblico: un servicio ministerial caracterizado por la pureza de motivación, la sinceridad de corazón y la transparencia de acción.
Pureza de motivación
El primer fundamento es la pureza en el
ministerio que comienza con las intenciones del corazón. No se trata de la ausencia
de pecado visible, sino una devoción sin
mezcla hacia Dios y su verdad. La palabra
«pureza» en el Nuevo Testamento está asociada con la idea de algo no mezclado,
sin doblez. En el contexto ministerial, significa ejercer el llamado sin intenciones
ocultas, manipulación emocional, búsqueda de reconocimiento, o la construcción de una imagen pública. Debemos entender que Dios no se complace tanto
con el trabajo realizado como en la integridad con que fue realizado. La pureza de
motivación conduce a los ministros a un
nivel de autoexamen constante; no solo
deben evaluar la ortodoxia de su enseñanza, sino también la integridad de su
corazón. Un ministerio puede ser doctrinalmente sólido y al mismo tiempo espiritualmente corrupto si está motivado por
el orgullo o el deseo de control.
Este es un mal histórico que ya fue denunciado por el apóstol Pablo cuando
afirmó que algunos predican «por envidia y contienda» (Fil. 1:15 RVR60). Hoy, la
realidad no es muy distinta, pues abundan los ministerios centrados en imagen,
número de seguidores y «marca personal», por tanto, se requiere que el fiel ministro ofrezca su servicio con una conciencia pura delante de Dios, pues la pureza ministerial implica que no hay una
agenda oculta detrás del púlpito, ni propósitos personales detrás del servicio,
sino la motivación pura de cumplir su llamado divino.
Sinceridad de corazón
El segundo fundamento es la sinceridad
en el ministerio, que implica vivir sin máscaras. El apóstol Pablo la utiliza al describir la gloria del ministerio genuino, diciendo: «Porque nuestra gloria es esta: el testimonio de nuestra conciencia, que con
sencillez y sinceridad de Dios, no con sabiduría humana, sino con la gracia de Dios,
nos hemos conducido en el mundo, y mucho más con vosotros» (2 Cor. 1:12 RVR).
El término griego que utiliza para sinceridad es eilikrineia, que denota una vida
examinada a la luz del sol, sin sombra ni
engaño. Esto nos recuerda que el ministerio nunca debe ser una plataforma para
mostrar cuán grande somos, sino una
cruz para mostrar que hemos muerto y es
Cristo quien vive y actúa en nosotros.
Pero ¿cuál es la razón de la falta de sinceridad en el ministerio? Sin duda, es la falta de temor a Dios, pues cuando predomina el temor a Dios en el corazón de un
ministro, desaparece la necesidad de pretender o aparentar; comienza a confesar
sus debilidades, aprende a vivir en rendición, y puede hablar con honestidad, incluso cuando la verdad no sea cómoda o
conveniente. Por ello, el ministro sincero
no teme reconocer sus luchas, busca consejo y vive en humildad. Nunca busca impresionar a nadie, porque sabe que es fácil
construir un personaje ministerial pero el
disfraz se desgastará a su tiempo y quedará al descubierto el estado real de su corazón.
Transparencia de acción
El tercer fundamento es la transparencia
en el ministerio. Esto no significa divulgar
cada lucha personal, sino vivir de manera
coherente, accesible, sin dobles discursos.
Así que, un ministro transparente es aquel
que posee coherencia en lo que cree, predica y vive. Una mirada al cristianismo actual nos dirá que las congregaciones locales necesitan pastores que no escondan
sus fracasos tras un manto de religiosidad,
sino que modelen el arrepentimiento, la
confesión y la dependencia de la gracia.
Porque en muchos casos, existe la presunción de ser ministros transparentes solo
ante Dios y olvidan que también el llamado a la transparencia incluye serlo ante los
hombres (2 Cor. 8:21).
Ciertamente, el arrepentimiento
constante es una necesidad para la vida
cristiana, más aún, para quienes sirven en
posiciones de liderazgo, porque promueve una dependencia continua del evangelio. La transparencia restaura la confianza
entre el ministro y la congregación, crea
un ambiente donde el evangelio no solo
se escucha, sino que se experimenta. Por
ello, un ministro transparente debe considerar la práctica del autoexamen, la rendición de cuentas a líderes piadosos, el rechazo de la manipulación y la práctica
constante e intencional de la oración.
Todo esto no es una fórmula perfecta,
pero es una disciplina probada que hará
de su ministerio una labor honrosa para
Dios y Su iglesia.
Servicio integral: ¿utopía o realidad?
Es probable que la reacción natural e inmediata al examinar la propuesta de un
servicio ministerial puro, sincero y transparente, sea pesimista. Esto no es extraño
en un tiempo donde el liderazgo está altamente contaminado por el orgullo, la manipulación o el interés personal; sin embargo, la Palabra de Dios ofrece evidencia
de una amplia lista de siervos que son modelos de líderes cuyo ministerio se distinguió por su pureza, sinceridad y transparencia. Concluyamos reflexionando en
forma concisa sobre algunos de ellos:
- Nehemías: ejemplo de pureza (Neh. 5:14-16). Fue llamado por Dios para hacer la magna obra de reconstruir la ciudad de Jerusalén. Como gobernador, él tuvo poder político, recursos y autoridad; pero nunca se aprovechó de su posición. Mantuvo su pureza, rechazando los beneficios del cargo y trabajando con sus propias manos para servir al pueblo con honestidad ante Dios y los hombres.
- Moisés: ejemplo de sinceridad (Núm. 12:3). Fue llamado por Dios para la tarea monumental de liberar a Israel de Egipto y guiarlos hacia la Tierra Prometida. A pesar de su posición, Moisés se caracterizó por una sinceridad profunda que fue evidente cuando admite sus limitaciones (Éx. 4:10), cuando clama a Dios por el pueblo (Núm. 11:10-15), y cuando ofrece su vida por ellos (Éx. 32:32).
- Samuel: ejemplo de transparencia (1 Sam. 12:3-4). Fue llamado por Dios para servir como profeta, juez y líder espiritual durante una etapa crítica de la historia de Israel. Desde niño sirvió en el templo, y durante toda su vida mantuvo un testimonio de transparencia en el servicio, de tal manera que el pueblo mismo podía confirmar su integridad y transparencia absoluta en el ministerio.
Estos hombres no fueron perfectos,
pero fueron capaces de ofrecer un servicio integral delante de Dios y del pueblo al
que servían. Sus vidas confirman que el
servicio integral existe, no es utopía; también demuestran que un genuino servicio
nunca se basa en la apariencia externa,
sino en la autenticidad del corazón. Ellos
pudieron responder en forma adecuada a
los desafíos de su tiempo, ¿Lo haremos
también nosotros? Hacemos bien en recordar su legado, pero mucho más, en
continuar su ejemplo. Referencias:
1. Keller, Timothy. La predicación. B&H Español.
2. Nyenhuis, Gerald. Ética cristiana. Unilit.
3. Sproul, R. C. La santidad de Dios. Ligonier Ministries.
4. Tripp, Paul David. El llamamiento peligroso. Faro de Gracia.
Por Marvin J. Argumedo (marvinjosar@gmail.com)
Coordinador nacional del Seminario Internacional de Miami en El Salvador; sirve a tiempo completo en educación
teológica de nivel superior. Es licenciado en Contaduría Pública, máster en Docencia Universitaria y doctor en Educación. Ha escrito y publicado varios libros; además posee Maestría en Educación Cristiana, Maestría en Divinidades y
Doctorado en Ministerio. Actualmente es candidato al
Doctorado en Filosofía. Está casado con Vivian y juntos tiene un hijo llamado Marvin Jr.