El Antiguo Testamento nos anticipa la venida del Hijo de Dios al mundo en Isaías 9 como una gran luz, que alumbraría la oscuridad de este...
El Antiguo Testamento nos anticipa la venida del Hijo de Dios al mundo en Isaías 9 como una gran luz, que alumbraría la oscuridad de este mundo. La NVI lo relata de esta manera:
«El pueblo que andaba en la oscuridad ha visto una gran luz; sobre los que vivían en densas tinieblas la luz ha resplandecido» (Is 9.2).Y con esta gran luz llegaría la alegría y el gozo para los habitantes. Y no solo eso, con esta luz terminaría la pesada carga de la esclavitud y la opresión. Aunque esto pudiera entenderse como una liberación política, esto no llegaría a través de una fuerza o de un gran líder militar, sino a través de un niño. El texto sigue:
«Porque nos ha nacido un niño, se nos ha concedido un hijo; la soberanía reposará sobre sus hombros, y se le darán estos nombres: Consejero admirable, Dios fuerte, Padre eterno, Príncipe de paz» (Is 9.6).Esta profecía, que se cumplió hace más de dos mil años, sigue siendo hasta hoy un desafío a las mentes intelectuales, a las corrientes políticas y a las ciencias. La salvación de la humanidad no había llegado de la manera que el mundo lo esperaba, sino a través de un Libertador y un Salvador que era Dios encarnado en un frágil bebé.
Hoy día, como nunca antes posiblemente, existen tantas iniciativas y proyectos impulsados por filántropos e idealistas para salvar a la humanidad.
¡Pero la salvación del mundo llegó de manera diferente!
Llegó a través de un niño, a través de la vida de una persona que vivió con sencillez, humildad y en servicio al prójimo hasta morir en una despreciable cruz.
Pongamos nuestra confianza en este Salvador, en Jesús. Él nos ha traído Su reino, que hoy está presente en la vida de quienes le reconocen como su Salvador y lo aceptan como Señor.
Unidos en Cristo, Leonard Janz