El ser es más importante que el hacer: Dios miró al hombre y a la mujer, y les dió indicaciones para que administraran la creación… y luego dijo que t
CÓMO NEUTRALIZAR LA MENTIRA QUE IMPACTA EN UNA PROPIA VALORACIÓN
Cuando la seductora presencia de
la serpiente emergió frente al encantamiento ingenuo de Eva, ni
ella ni su esposo, eran conscientes de
todo lo que estaba en juego.
«¡No morirán! —respondió la serpiente a la mujer—. Dios sabe que, en cuanto coman del fruto, se les abrirán los ojos y serán como Dios, con el conocimiento del bien y del mal» (Gén. 3:4-5 NTV).
Historias del Edén
Dios miró al hombre y a la mujer, y les
dió indicaciones para que administraran la creación… y luego dijo que todo
lo que había hecho estaba muy bien, era muy bueno. Todo lo creado resultaba
valioso por una sencilla razón: Era creación de Dios. Dios consideró todo lo
que su voz había traído a la existencia y
le dio valor por la sencilla razón de ser el
resultado de su deseo de que existiera.
Todo… y especialmente el ser humano, era valioso por el simple hecho
de ser. Su condición de ser, y de ser creación de Dios, en el plan perfecto y original del Creador, es suficiente para no
discutir, bajo ninguna excusa, el valor de
lo creado. Por eso no existía, no existe y
no existirá, razón de suficiente peso
para valorar de menos a alguien. Ni tu
valor, ni el de otro, está en discusión. El
salmista lo dice así:
«Tú creaste mis entrañas; me formaste en el vientre de mi madre. ¡Te alabo porque soy una
creación admirable! ¡Tus obras
son maravillosas y esto lo sé
muy bien!» (Sal. 139:13-14 NVI).
La máxima satánica
La tentación demoníaca, en gran medida, consiste en poner en cuestionamiento esta relación entre ser y valer.
Satanás mina la relación de confianza entre Dios y la pareja del huerto. Al
hacerlo, cuestiona la integridad de
quien les dio valor. Acto seguido, les
promociona el producto que al tomarlo
y comerlo, los hará más valiosos. De
criaturas a dioses en un solo mordisco…
y así les desmerece su valor actual, dado
por su ser, para que compren un supuesto valor superior por su capacidad
autónoma de hacer. Si hacen bien serán
más valiosos. Ese es el fraude del vendedor infernal… y la pareja compra.
El salmista revela que nuestro valor
es fruto de los calificativos que Dios determina para nuestro ser: creación admirable. La máxima satánica requiere de
verbos para adjudicar la valía: «En
cuanto coman del fruto, se les abrirán
los ojos y serán como Dios…». Esta máxima se volvió popular y cobró legitimidad, en maneras tan sólidas, que volvió
ridículo el simple hecho de pensar que
somos valiosos tan solo porque somos.
Consecuencias nefastas
Hemos construido nuestras culturas sobre la premisa engañosa de que lo que
nos hace valiosos es nuestro hacer. No
es de extrañar que así sea, cuando gran
parte de nuestra historia se tejió a espaldas de nuestro Creador, que cotizó
nuestro valor por el simple hecho de
que nos creó.
Las consecuencias de esta distorsión de la realidad, fruto de la máxima demoníaca, son múltiples y todas nefastas:
- La zanahoria del valor supremo es inalcanzable y la frustración frente a la carrera sin sentido es enorme.
- Cuando me comparo con quien hace mejor y consigue más, la carrera se vuelve frenética. La sospecha de que exista un otro que se hará más valioso que yo, haciendo determinada cosa que aún yo no pude hacer, produce una angustia asfixiante.
- Esta comparación constante ha privilegiado la competencia por encima de la solidaridad… y nos volvió más adversarios que hermanos. Solo basta con ir a los archivos y ver la primera historia que dio origen a un homicidio. Caín, sintió envidia de su hermano porque percibió erróneamente, que su hacer había sido desaprobado por Dios y que su hermano, al haber hecho mejor, ahora era más valioso que él. Ese cuestionamiento cala hondo en la identidad misma y el dolor derivó en ira y la ira en homicidio. A decir verdad lo que Dios aprobó de Abel fue su ser en sintonía con el de su Creador. Las ofrendas eran anecdóticas.
- La máxima de que el hacer es lo que nos da valor, nos pone siempre al borde del precipicio… Eso nos pone siempre en modo de víctimas y sobrevivientes. Cuando uno tiene la sensación de que su valor está en juego, casi siempre, sentirá que su existencia corre peligro… y así el miedo a ser atacados, o a perder algo, nos pone en un estado de alerta que nos vuelve inseguros y mezquinos… y la persona mezquina e insegura, se vuelve egoísta… y la persona mezquina, insegura y egoísta, se vuelve controladora… y quien es mezquino, inseguro, egoísta y controlador, se vuelve manipulador. No es su intención… pero la premisa de Lucifer hace lo suyo y desata sus consecuencias, con o sin el permiso de quien cree en ella.
Por eso descubrimos que, si hacemos la reflexión en el sentido contrario,
la manipulación, el control, el egoísmo,
la inseguridad y la mezquindad, tienen
origen en el modo víctima y sobreviviente que nos hace percibir nuestro valor desde la mentira satánica y no desde
la verdad de nuestro Creador. Soy valioso por lo que soy… no por lo que hago.
Descubrimientos restauradores
En mi propia vida he descubierto que,
de maneras muy sutiles, esto se ha colado en mis prácticas paternales y pastorales. Aún suscribiendo a todo lo antes
dicho, me he descubierto tejiendo mis
relaciones de maneras más próximas a
la máxima satánica que a la verdad de
Dios… Esto me pone en una profunda
contradicción.
Cada vez que les digo a mis hijos
que los amo por lo que son, pero todas
mis interacciones refieren a su hacer,
cuando mis acercamientos son solo
para retarlos por lo que hacen mal y felicitarlos por lo que hacen bien… sin intención, muchas veces sin notarlo, afirmó que me importa más su hacer que
su ser. Cuando ejerces tu paternidad
desde ese lugar, se vuelve difícil neutralizar la mentira de la serpiente.
Lo mismo pasa con nuestra responsabilidad como autoridades de una organización o de una congregación.
Cuando todas nuestras interacciones
están mediadas por el hacer, y nuestra
evaluación se reduce a la exhortación
por lo que se hizo mal y los halagos y
aplausos por lo que se hizo bien… sin
darnos cuenta, solo afirmamos la máxima mentirosa como estilo de vida.
Al descubrirlo en mí mismo, he
aprendido que un gran paso para salir
de ahí y desarticular los poderes nefastos de la premisa de que el hacer es lo
que nos hace valiosos, es privilegiar interacciones vinculares que prioricen el
ser. Estoy aquí contigo porque te amo por
lo que eres. No importa lo que logremos
o consigamos en este tiempo. Es tu ser el
que me importa, lo que aprecio como un
tesoro precioso. Este café, esta pizza, esta
caminata, es tan solo un modo de honrar la decisión del Creador de haberte
creado. Con eso basta…
Cuando así lo vivimos rescatamos
un poquito de Edén para nuestra vida
cotidiana, para nuestro propio ser y
para el bien de aquellos que acompañamos.
Por Germán Ortiz (porahiandager@gmail.com)
Germán Ortiz, de Argentina, es psicólogo social, pastor y
autor. Fundó la organización LAGRAM, dedicada a la
evangelización y el discipulado de adolescentes. Miembro del equipo pastoral de la iglesia Buenas Nuevas en
Buenos Aires, ha escrito varios libros, como Vamos por
más y Ser amigos. También condujo el programa Vamos
x Más (Canal Luz). Está casado con Daniela y tienen tres
hijos: Flor, Franco y Paz.

