En el pasaje de Gálatas 5:22, se nos presenta la bondad como una de las virtudes que conforman el fruto del Espíritu. Esta afirmación no es solo una d
EL IMPACTO DE LA BONDAD COMO FRUTO ESPIRITUAL EN UN MUNDO NECESITADO
En el pasaje de Gálatas 5:22, se nos presenta la bondad como una de las virtudes que conforman el fruto del Espíritu. Esta afirmación no es solo una descripción de un valor moral, sino que refleja una profunda verdad teológica: la bondad auténtica solo puede surgir en el corazón de aquellos que han experimentado una transformación espiritual radical a
través del Espíritu Santo. La bondad no es
simplemente una cualidad que una persona puede desarrollar de manera natural, sino un don divino que solo se manifiesta plenamente en aquellos cuyos corazones han sido regenerados por Cristo.
Es fundamental comprender que este tipo de bondad, que es parte del fruto del
Espíritu, no es lo mismo que las buenas acciones que pueden realizar personas que
no tienen una relación personal con Cristo. Por ejemplo, dar agua a un sediento o
ayudar a alguien en necesidad son actos
nobles y generosos que pueden realizar
personas no creyentes. Sin embargo, este
tipo de bondad no proviene de la obra
transformadora del Espíritu Santo, sino
de la gracia común que Dios otorga a
toda la humanidad. Esta gracia común es
lo que permite que incluso aquellos que
no conocen a Dios sean capaces de realizar acciones de bien en el mundo. Jesús
mismo lo confirma en Mateo 7:9, donde compara el amor de los padres terrenales
por sus hijos con la bondad de Dios, señalando que incluso los seres humanos imperfectos tienen la capacidad de dar buenas dádivas.
Pero cuando hablamos de la bondad
del Espíritu, nos referimos a un tipo de
bondad que emana directamente de la
naturaleza de Dios y se refleja en los creyentes. Es una bondad que no depende
de la moral humana, sino de la acción
transformadora de Dios en la vida de cada
cristiano. Esta bondad se convierte en una
herramienta poderosa para mostrar a
Cristo al mundo, porque refleja su carácter y su amor hacia la humanidad.
La naturaleza única de la bondad espiritual
El término griego utilizado en Gálatas 5:22
para «bondad» es agathosune, que proviene de la palabra agathos, que significa
«bien». Este concepto no solo tiene que
ver con lo que consideramos moralmente
correcto o ético, sino que implica una
bondad que surge de un corazón regenerado, una bondad que tiene la capacidad
de transformar el entorno. Agathosune
tiene connotaciones de generosidad, misericordia y una voluntad de hacer el bien
sin esperar nada a cambio. Esta bondad es
el reflejo del carácter de Dios, y por tanto,
es inalcanzable para el ser humano sin la
intervención divina.
William Hendriksen, un reconocido
teólogo y comentarista bíblico, describe
la bondad como «la excelencia moral y
espiritual creada por el Espíritu». Esta definición subraya que la bondad del Espíritu no es simplemente un rasgo superficial
o una acción ocasional; es una virtud profunda que transforma la vida de los creyentes, guiándolos a actuar con integridad y amor en todo momento. La bondad
se expresa a través de actos concretos de
generosidad y amabilidad, pero estos actos no surgen de una fuerza humana, sino
del poder transformador de Dios en el corazón del creyente.
En Efesios 5:9, el apóstol Pablo escribe
que la luz de la santidad de Dios produce
en los creyentes «la bondad, la justicia y la
verdad» (TCB). Este versículo deja claro
que la bondad es una manifestación de la
santidad divina en la vida de los creyentes.
A lo largo de las Escrituras, la bondad se
presenta como una característica distintiva de la vida cristiana, que nos separa del
pecado y nos lleva a vivir en obediencia a
la voluntad de Dios. En Efesios 4:31, Pablo
también nos advierte que la bondad es incompatible con actitudes como «amargura, irritabilidad, enojo con venganza, griterío, maldad y malicia» (TCB). La verdadera bondad solo puede existir cuando
se renuncia al pecado y se busca vivir en
pureza y santidad.
Obediencia y bondad: una relación indisoluble
La bondad, como fruto del Espíritu, no se
genera de manera automática, sino como
resultado de la obediencia a la Palabra de
Dios. La obediencia a los mandamientos
de Dios no es solo un acto de disciplina
externa, sino una respuesta interna del
corazón a la gracia divina. A medida que
los creyentes se someten a la voluntad de
Dios, el Espíritu Santo trabaja en ellos para producir los frutos de la justicia, la paz, y
especialmente, la bondad. Este proceso
implica un cambio en la naturaleza del
creyente, una transformación que solo es
posible por medio de la obra regeneradora de Cristo en su vida.
Esta bondad no es el resultado de esfuerzo humano, sino de la obra del Espíritu que habita en el creyente. La bondad es
una respuesta a la misericordia de Dios,
que se ha derramado sobre nosotros a
través de la salvación en Cristo. Al entender y experimentar el amor incondicional
de Dios, los creyentes están motivados a
reflejar esa bondad en su trato con los demás. Este acto de obediencia se convierte en un testimonio vivo de la gracia de Dios,
que no solo salva, sino que transforma y
capacita a sus hijos para vivir según su voluntad.
También es importante mencionar
que Dios comparte algunos de sus atributos con nosotros, lo que se conoce como
atributos comunicables. Estos son aquellos atributos que los seres humanos podemos poseer, como el amor, aunque de
manera limitada y en un grado finito. Por
su propia naturaleza, los atributos comunicables son aquellos que pueden ser
transmitidos o reflejados por otros. En
contraste, los atributos incomunicables de
Dios, como su omnisciencia o soberanía,
son exclusivos de Él y no pueden ser compartidos con los seres humanos.
Dios es amor (1 Jn 4:8). Naturalmente,
los seres humanos también somos capaces de amar, pero lo hacemos de manera
imperfecta, distorsionada por nuestras limitaciones y debilidades. Dios es justo, y
aunque los seres humanos también tenemos un sentido de justicia y podemos actuar conforme a ella, nuestra justicia es
siempre imperfecta. La bondad también
es un atributo comunicable de Dios, y Él
ha decidido compartirlo con nosotros.
Por esta razón, un creyente debe reflejar
la bondad divina, siendo generoso y amable, tal como lo fue Jesús, quien vivió y practicó el fruto del Espíritu de manera
perfecta, emanando desde la esencia misma de Dios.
Bondad en acción: una llamada a la misión
La bondad cristiana no es algo que se
deba guardar en secreto ni que se limite a
los círculos cercanos del creyente. Es una
virtud que debe extenderse hacia todas
las áreas de la vida y hacia todas las personas, incluyendo a aquellos que nos rodean en la comunidad, el trabajo, la escuela y otros entornos. Cada acto de bondad, por pequeño que sea, tiene el potencial de ser un testimonio del amor de Dios
hacia un mundo necesitado. Los cristianos estamos llamados a ser una luz en
medio de las tinieblas, mostrando la bondad de Dios a través de nuestras acciones
diarias.
El mundo necesita ver la bondad de
Dios reflejada en nosotros, no solo a través de nuestras palabras, sino a través de
nuestros hechos. Donde hay bondad, hay
una oportunidad para compartir el evangelio. Cada acción generosa es una semilla
que puede dar fruto en el corazón de
quienes aún no conocen a Cristo. La bondad no solo transforma al creyente, sino
que también sirve como puente para que
otros conozcan el amor de Dios. Sin la
bondad, nuestras palabras de predicación
y nuestros sermones perderían gran parte
de su poder. Es la bondad de Dios la que
hace que nuestro testimonio sea creíble y
efectivo.
En la vida de Jesús, encontramos el
ejemplo supremo de esta bondad. Jesús
nunca rechazó a quienes vinieron a Él buscando ayuda, consuelo o sanidad. En Juan
6:37, Él dijo: «Al que a mí viene, no lo echo
fuera» (RVC). Esta actitud de apertura, de
recibir a los demás con generosidad y
amabilidad, es un modelo para todos los
creyentes. Al vivir con bondad, estamos
abriendo nuestras vidas a los demás, reflejando el carácter de Cristo y mostrando
que estamos dispuestos a compartir el
amor de Dios con todos, sin excepción.
Finalmente, la bondad cristiana no es una virtud aislada, sino una que debe ir
acompañada de actos de fe y misericordia. Cada vez que practicamos la bondad,
lo hacemos no solo como un acto moral,
sino también como un acto misionero. La
bondad es una herramienta poderosa
para integrarnos con otros, para ser valientes en nuestra fe y para ser luces en
medio de un mundo que necesita desesperadamente el evangelio. La bondad que
Dios produce en nosotros nunca viene
sola; siempre está acompañada de la misericordia y el amor de Cristo, que nos capacita para llevar su mensaje de salvación
a todos los rincones del mundo.
En conclusión, la bondad como fruto
del Espíritu es una virtud divina que transforma a los creyentes y los capacita para
reflejar el amor y la generosidad de Dios.
Esta bondad no es el resultado de esfuerzo humano, sino una respuesta a la misericordia divina y un testimonio del poder
transformador de Dios en nuestras vidas.
Al vivir en bondad, los cristianos pueden
impactar al mundo, mostrando a Cristo y
llevando el evangelio a todos aquellos que
necesitan experimentar el amor y la redención de Dios.
Fuentes y referencias:
- Hendriksen, W. (2005). Comentario al Nuevo Testamento: Gálatas. Libros Desafío.
- Bonilla, Y. (2023). Traducción Contemporánea de la Biblia: Nuevo Testamento. Proyecto Evanggelio.
El Dr. Nelson Parra es obispo ordenado de la Iglesia de Dios,
pastor, educador y doctor en Ministerio. Con una formación en teología iniciada en el SEMISUD en 1993, también es
abogado y psicoterapeuta. Tras su graduación, desarrolló
un ministerio bivocacional en Bogotá, Colombia, hasta recibir el llamado de Dios a servir en Florida, EE. UU., por más
de 20 años. En 2022, asume la presidencia de SEMISUD-FLEREC, su alma mater, donde continúa su labor pastoral en
Ecuador junto a su esposa, comprometidos con la visión de
Dios en la educación teológica.