En el número anterior, compartimos un artículo introductorio respecto a la importancia de los vínculos en un grupo pequeño. Hoy deseo que compartamos
LA IMPORTANCIA DE LA COHESIÓN GRUPAL PARA UN CRECIMIENTO SALUDABLE
En el número anterior, compartimos
un artículo introductorio respecto a
la importancia de los vínculos en un
grupo pequeño. Hoy deseo que compartamos de qué manera podemos amalgamar o conjuntar mejor esos grupos pequeños.
La sociedad está formada por diversos grupos: nacionalidades, idiomas, culturas y, lamentablemente, estatus social.
Lo mismo ocurre en la comunidad evangélica, con sus diferentes denominaciones, congregaciones urbanas y rurales, y
variaciones en recursos y dogmas. Cada
grupo se forma naturalmente, unido por
intereses y valores comunes.
Dos elementos adherentes
Considerando lo anterior, dos elementos que debemos buscar en nuestros grupos
pequeños son:
- Homogeneidad: Con este término
elegante, nos referimos a que los miembros de ese grupo comparten elementos
como la edad, el género, el nivel educativo, el lenguaje, los ideales, los sueños o las
metas.
Por lo tanto, debemos buscar grupos pequeños bien definidos. Por ejemplo, podríamos considerar a los adolescentes entre las edades de 11 y 17 años, que comparten un período escolar similar, gustos afines y, posiblemente, enfrentan desafíos similares. Además, comparten sueños y retos comunes.
Aquí no pueden ingresar chicos o chicas de otras edades, porque entonces se rompe la homogeneidad del grupo, y quizás algunos de ellos se van a sentir incómodos por que un adulto (que quizás solo tiene 20 años) se infiltró en su grupo, y eventualmente se puede convertir en un «enemigo». - Temáticas de relevancia: Los temas que se desarrollan en esos grupos homogéneos han de responder a las necesidades del grupo, no a las necesidades de quien enseña. Uno de los grandes errores que se cometen en las congregaciones es que se les quiere enseñar solo Biblia, sin considerar las necesidades físicas, espirituales, morales y/o sociales del grupo. ¡Ojo! No quiero decir que no se deba enseñar el texto sagrado, lo que quiero decir es que nosotros los seres humanos somos seres integrales, somos un solo paquete. Déjeme abrir aquí un paréntesis: esa dicotomía del ser es un pensamiento muy griego, donde vemos al ser como cuerpo, alma y espíritu. Separamos todo, y se genera ideas tales como: «peco con el cuerpo, pero el espíritu sigue limpio». Pero desde la perspectiva hebrea no existe esa división, somos un ser integral, donde todo afecta al todo. Por ejemplo, mis enfermedades (cuerpo) afectarán mi estado de ánimo (alma), lo que provocará desánimo y no quiero ir a la iglesia (espíritu).
Grupos de crecimiento integral
Dicho lo anterior, lo que se enseña en un
grupo homogéneo, con todo el sustento
bíblico que podamos tener, ha de ayudar
a que los miembros crezcan de manera integral, con temas que respondan a sus necesidades corporales, que los hagan crecer en el espíritu y los ayuden a desarrollarse emocionalmente.
No vayamos muy lejos. Pensando en
la integralidad del ser, veamos el mejor
ejemplo por excelencia, nuestro amado
Jesús: «Y Jesús crecía en sabiduría y en estatura, y en gracia para con Dios y los
hombres» (Lc. 2:52 RV60, énfasis añadido). Jesús, como individuo, crecía de manera integral, en sabiduría (parte intelectual), en estatura (parte física), en gracia
(parte emocional) y si leen con cuidado,
todo conectado con una «y», lo que nos
quiere señalar es que mientras crecía en
una cosa, iba creciendo en la otra, lo hacía
de manera balanceada.
Agreguemos lo que dice al final, ¿para
quién crecía? Para con Dios y para con los hombres. La parte espiritual (Dios) y la
parte comunal (los hombres). No tengo
espacio para desarrollar todo el texto bíblico aquí, pero espero humildemente
que usted, quien lee este escrito, esté siguiendo la idea.
Me parece que si consideramos estos
dos elementos básicos del trabajo en grupos pequeños, vamos a crecer, no solo en
número, pero también en calidad de grupos.
No se deben mezclar grupos de jóvenes adolescentes con jóvenes adultos, ni
jóvenes adultos solteros con jóvenes
adultos casados. Lo mismo aplica a grupos de mujeres, varones o niños. Las necesidades de cada grupo son distintas. Además, es importante no combinar personas recién convertidas con aquellas que
ya tienen años en el evangelio, ya que sus
requerimientos y aprendizajes difieren.
¿Quiere decir esto que debemos tener
congregaciones segregadas? La respuesta
es un absoluto «¡no!». Porque como congregaciones, somos cuerpo, somos comunidad, todos para la edificación los unos
de los otros (1 Tes. 5:11; Ef. 4:12, 16) y toda
la comunidad puede crecer partiendo de
una buena enseñanza y un compartir
como cuerpo.
Un pequeño testimonio
Déjame compartir un momento especial
de mi vida ministerial. Mi esposa y yo fuimos pastores de un grupo de preadolescentes en nuestra congregación, con chicos y chicas de 11 a 15 años. Empezamos
con unos 10 participantes, pero al final, el
grupo creció a unos 60 miembros, por la
gracia de Dios. Nos conocían como el grupo de PREAS. Aunque algunos chicos más
jóvenes o mayores querían unirse, solo
permitíamos a los de la edad adecuada.
Animábamos a los más jóvenes a esperar
y a los mayores a unirse al grupo de jóvenes.
Nos divertíamos jugando, orando y
cantando, organizando campamentos y
minicampamentos (acampadas de una o
dos noches). Salíamos a pasear y a comer
juntos, y hablábamos de sus problemas y
luchas personales, aprendiendo a aceptarlos tal como eran. Trabajamos tanto
con ellos como con sus padres. A veces,
los padres nos compartían sus quejas sobre los chicos, y ellos nos hablaban de sus
problemas con los padres. Pero la gracia
de Dios nos guio para trabajar de manera
integral con todos.
Hoy tengo la bendición de que algunos de ellos están involucrados en las misiones, o el liderazgo en sus congregaciones o sirviendo de diferentes maneras al
Señor.
Este grupo era muy unido y trabajamos enfocados en sus necesidades específicas. Como pastores, compartíamos la
experiencia bíblica desde sus necesidades
y desarrollábamos temas que queríamos
abordar, pero siempre partiendo de sus
necesidades, no de las nuestras.
Usted lo puede hacer en su congregación, es todo un proceso de aprendizaje,
tanto para usted como pastor o servidor,
pero también para el grupo pequeño, y
usted podrá decir: «¡Todo para la gloria
de Dios!».
Por Óscar Fernández (oskrfh@gmail.com)
Óscar Fernández Herrera es de Costa Rica y es director del
Ministerio Internacional Formador de Formadores, enfocado en la capacitación del liderazgo eclesial y equipos pastorales. Es consultor en temas de familia y consejería, así
como en gerencia de proyectos. Tiene una maestría en Teología y otra en Gerencia de Proyectos. También es pastor y
docente universitario.