Razones para la ayuda económica en la iglesia Por Eduardo Sánchez Uno de los problemas pastorales que se plantea con frecuencia en la vida d...
Razones para la ayuda económica en la iglesia
Por Eduardo Sánchez
Uno de los problemas pastorales que se plantea con frecuencia en la vida de la iglesia es el de la ayuda a las personas necesitadas. La respuesta a este problema suele plantearse en dos formas: la ayuda a los hermanos de la iglesia que están pasando necesidades, por un lado; y por el otro la ayuda a cualquier persona necesitada en general. Esta serie de artículos tratará el primer aspecto; es decir, cómo debemos ejercer el ministerio de ayudar a hermanos en la fe que están necesitados.
¿Debe la iglesia ayudar a los hermanos en la fe que están necesitados? La respuesta es afirmativa, por dos razones.
1. Porque la Biblia lo dice
“Es preciso trabajar para socorrer a los necesitados...” (Hch. 20:35 BLPH).
En primer lugar, ayudar a los hermanos necesitados es bíblico y de sana doctrina. Pablo recordaba a los ancianos de Efeso que “se debe ayudar a los necesitados” (Hch. 20:35). El autor de la Epístola a los Hebreos nos recuerda que no debemos olvidarnos de la ayuda mutua; porque de esa clase de sacrificios se agrada Dios (Heb. 13:16). En la primera iglesia no había ningún necesitado, pues todos los hermanos tenían las cosas en común, y así nadie pasaba necesidad (Hch. 4:32-35).
Santiago es mucho más enfático, cuando nos dice que la ayuda a los hermanos necesitados es prueba de la verdad de nuestra fe; una fe que debe traducirse en buenas obras. Si nos quedamos en meras expresiones de buenos deseos, sin dar un alivio concreto y real a las carencias que sufren los hermanos, Santiago nos dice que estamos negando nuestro cristianismo (Stg. 2:14-17).
Por su parte, el Señor Jesucristo nos da ejemplos claros al hablar del juicio de las naciones (Mt. 25:31- 46). Independientemente de la interpretación que pueda darse a este texto, es claro que Jesús no habla de generalidades acerca de cuán bueno sería poder ayudar a los necesitados, sino que nos indica acciones ciertas y reales que brindan un alivio verdadero a la necesidad de nuestros hermanos (RVR1960):
“Venid, benditos de mi Padre, heredad el reino preparado para vosotros desde la fundación del mundo. Porque tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; fui forastero, y me recogisteis; estuve desnudo, y me cubristeis; enfermo, y me visitasteis; en la cárcel, y vinisteis a mí”.
Jesús enumera seis acciones específicas y bien definidas orientadas a responder a las necesidades de los hermanos. Estas seis acciones (dar de comer al hambriento; dar de beber al sediento; dar refugio al extranjero, al peregrino, al inmigrante, al refugiado; vestir a quien no tiene ropa; visitar a los enfermos; visitar a los presos), junto con enterrar a los difuntos, ocupan un lugar tan importante que la vieja teología moral las llama “las siete obras de misericordia”.
Estas exhortaciones de Jesús y los Apóstoles confirman lo que Dios había ordenado a su pueblo en el Antiguo Testamento: “Abrirás tu mano a tu hermano, al pobre y al menesteroso en tu tierra” (Deut. 15:11 RVR1960).
Por tanto, la conclusión es clarísima: ayudar a los hermanos es una exigencia bíblica, es sana doctrina, y es un medio de poner en práctica lo que creemos.
2. Porque la pobreza es una realidad en nuestros hermanos
En segundo lugar, la pobreza es una realidad entre los hermanos. América Latina es un bello lugar para vivir, bendecido por Dios, pero indudablemente marcado por la lacerante realidad de la pobreza.
El caso de Paraguay es ilustrativo y representativo de la realidad latinoamericana. Los últimos datos oficiales disponibles (de 2019) hablan de una incidencia de pobreza del 23,5%, definiendo a la pobreza como la incapacidad de completar una canasta básica de consumo. En la práctica, esto significa que de cada cuatro paraguayos, uno es pobre. Aunque quisiera, no puede, no le alcanza, para cubrir ni las necesidades básicas propias ni las de su familia.
Aun más: estos datos también hablan de un 4% de la población en situación de pobreza extrema. Es decir, de cada 25 personas que habitan el país, hay al menos una persona que no sólo no puede satisfacer necesidades básicas, sino que además se acuesta con hambre. Debe notarse que estos datos son de antes de la pandemia COVID-19, que trajo una caída de la economía, con el consiguiente aumento de estas cifras.
Estimados hermanos: Les invito a reflexionar sobre estos datos, que son elocuentes. La pobreza no es un concepto abstracto, sino una realidad que golpea muy de cerca. La iglesia no puede sustraerse a ella. Ayudar al hermano pobre, según nos indica Santiago, es prueba crítica de nuestra fe; y las estadísticas nos demuestran que la iglesia tiene amplia oportunidad de demostrar así su fe cristiana. Es prácticamente inevitable que toda congregación de un tamaño normal tenga algunas personas en situación de pobreza. ¿Qué haremos al respecto?
Cada uno debe plantearse estas
preguntas, ante las normas bíblicas y nuestra realidad: ¿Sé realmente por lo que están pasando mis hermanos en la fe? ¿Hay alguien en la Iglesia con necesidad? ¿Está respondiendo mi iglesia a este desafío, o solamente decimos: “Ojalá mejoren las cosas, hermano”?
En los próximos artículos veremos las pautas bíblicas para este ministerio, y algunas sugerencias prácticas para llevarlo a cabo. ¡Que Dios les bendiga!
