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Sea una persona que da alivio

El necesario deber de la misericordia  Si hubieses sido huérfano en la ciudad de Bristol alrededor del año 1850, tu vida hubiera sido ...


El necesario deber de la misericordia 


Si hubieses sido huérfano en la ciudad de Bristol alrededor del año 1850, tu vida hubiera sido dura. Pero si hubieses conocido a Jorge Müller, tu futuro hubiera sido diferente1. A pesar de la escasez de dinero para cubrir las necesidades de su propia familia, Müller abrió su corazón y su hogar. El “Club del Desayuno” que funcionaba en su casa, sostenido por la provisión de Dios, pronto pasó de treinta niños a llenar cinco grandes edificios que fueron el hogar de más de diez mil niños huérfanos.

Historias como la de Jorge Müller demuestran que la misericordia tiene un poder extraordinario, capaz de producir transformaciones de gran envergadura en las circunstancias menos esperanzadoras. El diccionario define la palabra misericordia como aquella “virtud que inclina el ánimo a compadecerse de los sufrimientos y miserias ajenos”2. La etimología es reveladora: la palabra proviene del latín misericordia, formado de miser (miserable, desdichado) y cordis (corazón), y se refiere a la capacidad de sentir la desdicha de otros3. Una persona misericordiosa es alguien que tiene corazón para la miseria ajena.

Dios y la misericordia 

No hay duda de que la misericordia es uno de los atributos divinos más destacados en la Biblia. Dios es descrito en diversos pasajes como “misericordioso” y “grande en misericordia” (Ex 34.6; Sal 86.15). Podemos ver este atributo desde las primeras páginas de la Escritura y a través de toda la historia bíblica, por ejemplo, cubriendo la desnudez de nuestros primeros padres (Gn 3.21), proveyendo agua para Agar y su hijo (Gn 21.15-19) o liberando y sustentando al pueblo de Israel en el desierto (Dt 8.13-16). Sin embargo, en ninguna otra parte la misericordia de Dios es exhibida de una manera más admirable que cuando entrega a Su único Hijo para ser crucificado en lugar de los pecadores (Jn 3.16; Ro 8.32; 1 Jn 4.10).

Juan Crisóstomo (347-407) decía: “La misericordia imita a Dios y decepciona al diablo”4, señalando que la misericordia es tan propia de Dios que su práctica nos vuelve semejantes a Él de una manera especial. Pero eso no es todo. Al mismo tiempo, también “decepciona al diablo”, ya que la misericordia alivia los efectos de la maldad en el mundo al aplacar el dolor y el sufrimiento.

Las formas de la misericordia 


Todos hemos recibido alguna vez los cálidos beneficios de la misericordia. Sin hacer mucho esfuerzo, seguramente que cada uno de nosotros puede recordar por lo menos una ocasión en que alguien, de una manera singular, “tuvo corazón para nuestra miseria” e hizo algo para aliviarla. Los gestos de misericordia pueden tomar muchas formas:

  • Alimentar al hambriento. 
  • Vestir y abrigar al desnudo. 
  • Hospedar al extranjero o viajante. 
  • Cuidar de la viuda y el huérfano. 
  • Medicar al enfermo y auxiliar al herido. 
  • Ayudar al desvalido. 
  • Visitar a los presos. 
  • Defender al más débil de la opresión y la violencia. 
  • Consolar a los afligidos. 
  • Ofrecer compañía al solitario o rechazado. 

La lista anterior podría seguir y seguir, puesto que hay tantas oportunidades para la misericordia como necesidades hay en el mundo. Y debido que a que esto es así, se puede afirmar con plena seguridad que cualquiera que deseara practicar la misericordia tiene la posibilidad de hacerlo. ¡El mundo es un escenario siempre dispuesto para ella!

Por qué ser misericordioso 


El pastor Rick Warren enumera brevemente5 cuatro razones por las que Dios espera que seamos misericordiosos:

  • Porque Dios nos ha mostrado misericordia (Ef 2.4-5). 
  • Porque es lo que Dios exige de nosotros (Mi 6.8). 
  • Porque necesitaremos más misericordia en el futuro (Stg 2.13). 
  • Porque mostrar misericordia trae felicidad (Mt 5.7). 


A menudo hay quienes aseguran, al observar las necesidades a su alrededor, que si tuvieran más dinero, más tiempo, un mejor empleo y menos problemas, harían algo para ayudar a tanta gente que sufre. Esto no es verdad. Cuando hay verdadera misericordia, uno se fija en lo que tiene para dar, y no en lo que no tiene. Piensa en esto: Si Jorge Müller hubiese esperado a tener primero todo lo que necesitaría para ayudar a los huérfanos de las calles de Bristol, lo más probable es que nunca habría comenzado.

¿Qué nos impide practicar más libremente la misericordia?

Algunos obstáculos 


Los prejuicios 

Dejamos de ser misericordiosos cuando damos lugar a los prejuicios sobre otras personas, ya sea debido a su apariencia, cultura, condición económica o incluso moral y religioso. El Señor Jesús apuntó a esta barrera cuando relató la parábola del Buen Samaritano (Lc 10.25-37).

El egoísmo 

Debido a que la misericordia consiste en poner al prójimo y sus necesidades en el centro, una persona “llena de sí misma” no la puede practicar6. Vivimos en una época marcada por el consumismo y el culto a la imagen personal, y por lo tanto no es de extrañar que se perciba tanta indiferencia y tan poca misericordia en las calles.

Pero el individualismo egoísta es también un peligro muy actual en nuestras comunidades cristianas. “No es un comentario insignificante” —escribió Frederick Leahy— “decir que somos ‘salvos para servir’. Sin el servicio a Dios y a los demás por medio del evangelismo y la compasión cristiana, la vida del cristiano pronto vendría a estar centrada en sí misma y a ser introvertida.”7


La lástima 


Aunque parezca extraño, la lástima es una barrera para la misericordia. Realmente la bloquea. Pero es muy sutil, proveyendo una sensación muy parecida a la de la misericordia, “masajeando” la conciencia y adormeciendo el sentido de obligación. La notable diferencia, sin embargo, es esta: la lástima no actúa. Sentir lástima mientras nos acomodamos en nuestro sitio no es tener misericordia, es crueldad.

El estatismo 

Otra barrera que se levanta contra la practica de la solidaridad, y cada vez con mayor fuerza, es el “estatismo”: considerar al estado o gobierno civil como el primer responsable —si no el único— de cubrir las necesidades y aliviar el sufrimiento en la sociedad. Relegamos nuestra responsabilidad personal de hacer misericordia a los organismos del gobierno, y así tenemos a quién exigir y culpar: “¡Es que el gobierno no hace nada!” Pero la misericordia es un deber nuestro y de nuestras familias.

Por otro lado, la misericordia no es un hobby, un pasatiempo al que podemos dedicarnos cuando nos sobre algo de tiempo, o recursos… o humor. Más bien, el hacer misericordia exige un compromiso para con nuestro prójimo y un sacrificio para con nosotros mismos. Dios ordenó: “Cuando en alguna de las ciudades de la tierra que el Señor tu Dios te da veas a un hermano hebreo pobre, no endurezcas tu corazón ni le cierres tu mano. Antes bien, tiéndele la mano y préstale generosamente lo que necesite” (Dt 15.7-8).

Cómo practicar la misericordia 


Tal compromiso y sacrificio requiere que la misericordia sea practicada con mucha seriedad, en armonía con otras virtudes bíblicas:

Con sensatez 


Debemos practicar la misericordia manteniendo la conciencia de que todo aquello con lo cual podemos servir y ayudar a otros es un don de Dios. Realmente, estamos administrando los bienes de Dios. De manera que, al hacer misericordia con alguien, debemos asegurarnos de estar ayudando a aliviar una necesidad real. El cristiano debe ser compasivo, pero también sensato. La sabiduría bíblica nos exhorta: “No te niegues a hacer el bien a quien es debido, cuando tuvieres poder para hacerlo” (Pr 3.27, énfasis añadido). No podemos, por ejemplo, en nombre de la misericordia dar nuestro dinero a la ligera a riesgo de ser estafados, o darlo para ser gastado en vicios en lugar de la necesidad pretendida.

Con generosidad 


El pasaje de la Ley citado anteriormente amonesta contra “endurecer el corazón” y “cerrar la mano”, y llama a un accionar inverso a esas actitudes: ablandar el corazón y abrir generosamente la mano. Pero la generosidad como virtud no se define simplemente por la cantidad que se da —recuerda que la viuda pobre dio más que todos (Lc 21.1-4).

Ser generoso al hacer misericordia es renunciar bondadosamente al bienestar propio con tal de hacer bien al otro. Implica estar genuinamente interesado en el bienestar del prójimo que necesita, al punto de estar dispuesto a privarse uno mismo de sus comodidades.

Con sinceridad 


El Señor Jesús mencionó la práctica de la misericordia, junto con la oración y el ayuno, como una de las actividades espirituales y religiosas más básicas (Mt 6.2-4). Y al igual que con las otras dos, advirtió contra la falsedad de practicar la misericordia solo con el objetivo de obtener el reconocimiento y la admiración de la gente.

La misericordia, cuando la practicamos en estos términos, sin duda producirá resultados que glorificarán a Dios y bendecirán a nuestros semejantes.

Un llamado final 

Impulsar y practicar la misericordia en la vida diaria puede revitalizar nuestra propia fe, la de nuestras familias y nuestras iglesias. Es también una manera de evidenciar ante el mundo a un Dios vivo y cercano, actuando en la historia —aquí y ahora—, en las situaciones de necesidad concretas de la humanidad. ¿Tienes un corazón para miseria de alguien hoy? “Así que, según tengamos oportunidad, hagamos bien a todos, y mayormente a los de la familia de la fe” (Gá 6.10).

Fuentes y referencias: 

J. & J. Benge. Padre de huérfanos: la vida de George Müller. JUCUM.
RAE: bit.ly/ref-2-m
Etimologías: bit.ly/ref-3-em 
M. H. Manser. The Westminster Collection of Christian Quotations. John Knox Press: pág. 247. RickWarren.org: bit.ly/ref-5-RW 
R. George. “Los misericordiosos”: bit.ly/ref-6-RG
F. S. Leahy. The Hand of God. Banner of Truth: pág. 146.

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