“El corazón y centro de la relación padre-hijo es conocer y comprender a cada hijo individualmente.” El Salmo 127 contiene una de las...
“El corazón y centro de la relación padre-hijo es conocer y comprender a cada hijo individualmente.”
El Salmo 127 contiene una de las metáforas más notables acerca de ser padres. «Don del Señor son los hijos; y recompensa es el fruto del vientre» (v. 3). Aquí tenemos la causa de la dicha de ser padres. «Como flechas en la mano del guerrero, así son los hijos tenidos en la juventud» (v. 4). Y aquí tenemos el propósito. ¿Cómo nos relacionamos con nuestros hijos, de manera que los ayudemos a desarrollarse en todo su potencial?
Esta metáfora de las “flechas” contiene muchísimo contenido, pero principalmente expresa las siguientes verdades:
Miremos más de cerca lo que significa cada una de estas verdades.
1. Cada hijo es único y singular
Para potenciar a nuestros hijos en su desarrollo como individuos únicos, es de suma importancia que aprendamos a conocer sus características personales. El corazón y centro de la relación padre-hijo es conocer y comprender a cada hijo individualmente.
Todo padre y madre tiene expectativas sobre sus hijos. Aun antes de nacer, soñamos con que serán “así”, o que harán “tal cosa” cuando sean grandes. Es bueno que tengamos buenas expectativas sobre nuestros hijos, pero puede dejar de ser bueno cuando ellas se ciernen sobre los aspectos más personales.
Nuestras expectativas deben ser mayormente generales —que lleguen a conocer a Cristo como su Salvador personal, que sean honestos y diligentes, que adquieran sabiduría, etc. Pero no deberíamos buscar de ellos que les guste el mismo estilo de música o elijan la misma profesión que nosotros... ¡ni que ejerzan los mismos dones y ministerios!
Ayúdelos a fortalecer sus cualidades individuales
Debemos aprender a apreciar las habilidades propias en las que se destacan nuestros hijos. Sin embargo, esto no será suficiente si no les brindamos las oportunidades para desarrollar esas habilidades. Hemos de estar dispuestos a involucrar a los hijos en actividades como clases de piano, fotografía, fútbol, computación... (agregue aquí la afición y habilidad de su hijo o hija). No les demos meramente “permiso” para participar ellos mismos en esas actividades. Acompañemos y alentémoslos en el proceso de cultivar sus talentos. ¡Ningún entrenador puede darles tanto aliento como sus propios padres observando y admirándolos! ¡Nada como un “lo haces bien, hijo”!
2. Prepare a sus hijos para la vida
Dios nos ha dado el solemne encargo de criar a nuestros hijos «según la disciplina e instrucción del Señor» (Ef 6.4; cf. Dt 6.6-7). Para hacerlo, necesitamos involucrarnos en las vidas de nuestros hijos lo suficiente para asegurarnos de que ninguna otra influencia se haga más dominante sobre ellos que la nuestra.
Muchos dirán que es irreal en esta época esperar que los padres influyamos más sobre nuestros hijos que sus amigos, la cultura, la televisión y todos los demás factores que compiten por ejercer el control sobre ellos. Pero contamos con el aval de Dios si queremos ejercer la influencia más importante sobre la vida de nuestros hijos. ¡Ese papel nos corresponde!
Solamente necesitaremos traducir ese deseo (y sentido de responsabilidad) en acciones concretas. Debemos preguntarnos seriamente “cómo” vamos a ejercer esa influencia, y planificar para ese fin. Cultivar una relación dinámica de amistad genuina con nuestros hijos nos garantizará mantener su confianza. Nuestros adolescentes necesitan la seguridad de tener en casa a sus mejores amigos.
Ayúdelos a afirmar sus convicciones
Nuestros hijos sufren muchas presiones por parte de sus compañeros, los medios de comunicación y las ideas secularistas y anticristianas de la cultura. Los padres debemos ser quienes les ayuden a afirmar sus creencias y sus valores cristianos. ¡No podemos delegar ese papel a los pastores y maestros de la iglesia! Las lecciones impartidas por padres piadosos son poderosas y convincentes. Nuestros hijos nunca olvidarán si nos han visto caminar con Dios. Tal impresión los marcará toda la vida, y los hará fuertes cuando tengan que tomar decisiones en base a sus propias convicciones. Será importante tomar nota del siguiente dato: un adolescente está dispuesto a tomar para sí los valores y convicciones de la persona (o grupo) que lo aprecia y sabe que se interesa profundamente en él. Por lo tanto, desarrollar una relación significativa con nuestros hijos adolescentes no es una opción para nosotros. ¡Este es un terreno que no podemos permitirnos perder jamás!
3. Guíe a sus hijos hacia la meta de sus vidas
Como hemos señalado anteriormente, los padres no deberíamos imponer nuestros deseos y expectativas sobre nuestros hijos, pero sí debemos ayudarles a reconocer la vocación de sus vidas. Nuestros hijos tienen “sed de propósito”, ¡y allí es donde nuestro papel como orientadores se vuelve tremendamente vital!
Los adolescentes y jóvenes están en busca de su propia identidad y propósito. Las preguntas sobre “para qué están aquí” y “qué harán con sus vidas” a veces se vuelven tan complejas que se sienten inseguros sobre su futuro. Tenernos como aliados en esta búsqueda les dará mayor seguridad y claridad sobre aquellas preguntas.
Potenciar el desarrollo personal de nuestros hijos tiene un costo. Necesitaremos invertir en nuestra propia formación: estudiar la Biblia para conocer la voluntad de Dios para los padres y, quizá, también leer algunos libros dedicados a la crianza de los hijos. Pero muy seguramente necesitaremos “hacer arreglos” en nuestra rutina para coordinar las actividades con los hijos.
Todo lo anterior se sintetiza así: TIEMPO. Esa es la inversión que finalmente necesitaremos realizar en la vida de nuestros hijos. Hágalo, y no se preocupe por la cantidad de tiempo que deberá invertir. ¡Nunca invertiremos demasiado tiempo en la vida de nuestros hijos!
Fuentes:
El Salmo 127 contiene una de las metáforas más notables acerca de ser padres. «Don del Señor son los hijos; y recompensa es el fruto del vientre» (v. 3). Aquí tenemos la causa de la dicha de ser padres. «Como flechas en la mano del guerrero, así son los hijos tenidos en la juventud» (v. 4). Y aquí tenemos el propósito. ¿Cómo nos relacionamos con nuestros hijos, de manera que los ayudemos a desarrollarse en todo su potencial?
Esta metáfora de las “flechas” contiene muchísimo contenido, pero principalmente expresa las siguientes verdades:
- Un valor único y singular.
- Una necesidad de preparación.
- Una necesidad de orientación.
Miremos más de cerca lo que significa cada una de estas verdades.
1. Cada hijo es único y singular
Para potenciar a nuestros hijos en su desarrollo como individuos únicos, es de suma importancia que aprendamos a conocer sus características personales. El corazón y centro de la relación padre-hijo es conocer y comprender a cada hijo individualmente.
Todo padre y madre tiene expectativas sobre sus hijos. Aun antes de nacer, soñamos con que serán “así”, o que harán “tal cosa” cuando sean grandes. Es bueno que tengamos buenas expectativas sobre nuestros hijos, pero puede dejar de ser bueno cuando ellas se ciernen sobre los aspectos más personales.
Nuestras expectativas deben ser mayormente generales —que lleguen a conocer a Cristo como su Salvador personal, que sean honestos y diligentes, que adquieran sabiduría, etc. Pero no deberíamos buscar de ellos que les guste el mismo estilo de música o elijan la misma profesión que nosotros... ¡ni que ejerzan los mismos dones y ministerios!
Ayúdelos a fortalecer sus cualidades individuales
Debemos aprender a apreciar las habilidades propias en las que se destacan nuestros hijos. Sin embargo, esto no será suficiente si no les brindamos las oportunidades para desarrollar esas habilidades. Hemos de estar dispuestos a involucrar a los hijos en actividades como clases de piano, fotografía, fútbol, computación... (agregue aquí la afición y habilidad de su hijo o hija). No les demos meramente “permiso” para participar ellos mismos en esas actividades. Acompañemos y alentémoslos en el proceso de cultivar sus talentos. ¡Ningún entrenador puede darles tanto aliento como sus propios padres observando y admirándolos! ¡Nada como un “lo haces bien, hijo”!
2. Prepare a sus hijos para la vida
Dios nos ha dado el solemne encargo de criar a nuestros hijos «según la disciplina e instrucción del Señor» (Ef 6.4; cf. Dt 6.6-7). Para hacerlo, necesitamos involucrarnos en las vidas de nuestros hijos lo suficiente para asegurarnos de que ninguna otra influencia se haga más dominante sobre ellos que la nuestra.
Muchos dirán que es irreal en esta época esperar que los padres influyamos más sobre nuestros hijos que sus amigos, la cultura, la televisión y todos los demás factores que compiten por ejercer el control sobre ellos. Pero contamos con el aval de Dios si queremos ejercer la influencia más importante sobre la vida de nuestros hijos. ¡Ese papel nos corresponde!
Solamente necesitaremos traducir ese deseo (y sentido de responsabilidad) en acciones concretas. Debemos preguntarnos seriamente “cómo” vamos a ejercer esa influencia, y planificar para ese fin. Cultivar una relación dinámica de amistad genuina con nuestros hijos nos garantizará mantener su confianza. Nuestros adolescentes necesitan la seguridad de tener en casa a sus mejores amigos.
Ayúdelos a afirmar sus convicciones
Nuestros hijos sufren muchas presiones por parte de sus compañeros, los medios de comunicación y las ideas secularistas y anticristianas de la cultura. Los padres debemos ser quienes les ayuden a afirmar sus creencias y sus valores cristianos. ¡No podemos delegar ese papel a los pastores y maestros de la iglesia! Las lecciones impartidas por padres piadosos son poderosas y convincentes. Nuestros hijos nunca olvidarán si nos han visto caminar con Dios. Tal impresión los marcará toda la vida, y los hará fuertes cuando tengan que tomar decisiones en base a sus propias convicciones. Será importante tomar nota del siguiente dato: un adolescente está dispuesto a tomar para sí los valores y convicciones de la persona (o grupo) que lo aprecia y sabe que se interesa profundamente en él. Por lo tanto, desarrollar una relación significativa con nuestros hijos adolescentes no es una opción para nosotros. ¡Este es un terreno que no podemos permitirnos perder jamás!
3. Guíe a sus hijos hacia la meta de sus vidas
Como hemos señalado anteriormente, los padres no deberíamos imponer nuestros deseos y expectativas sobre nuestros hijos, pero sí debemos ayudarles a reconocer la vocación de sus vidas. Nuestros hijos tienen “sed de propósito”, ¡y allí es donde nuestro papel como orientadores se vuelve tremendamente vital!
Los adolescentes y jóvenes están en busca de su propia identidad y propósito. Las preguntas sobre “para qué están aquí” y “qué harán con sus vidas” a veces se vuelven tan complejas que se sienten inseguros sobre su futuro. Tenernos como aliados en esta búsqueda les dará mayor seguridad y claridad sobre aquellas preguntas.
- Oremos por y con nuestros hijos acerca sus metas en la vida.
- Trabajemos con ellos en la planificación de su futuro.
- Brindémosles el apoyo y el aliento necesarios para intentarlo.
Potenciar el desarrollo personal de nuestros hijos tiene un costo. Necesitaremos invertir en nuestra propia formación: estudiar la Biblia para conocer la voluntad de Dios para los padres y, quizá, también leer algunos libros dedicados a la crianza de los hijos. Pero muy seguramente necesitaremos “hacer arreglos” en nuestra rutina para coordinar las actividades con los hijos.
Todo lo anterior se sintetiza así: TIEMPO. Esa es la inversión que finalmente necesitaremos realizar en la vida de nuestros hijos. Hágalo, y no se preocupe por la cantidad de tiempo que deberá invertir. ¡Nunca invertiremos demasiado tiempo en la vida de nuestros hijos!
Fuentes:
- “Cómo ser padres cristianos exitosos” por John MacArthur.
- “Cómo desarrollar el temperamento de su hijo” por Beverly LaHaye.
- “Vínculo de honor” por Gary y Greg Smalley.