La viudez es un tema eludido en muchos círculos sociales y hasta eclesiásticos. De hecho, muchas personas que han enviudado enfrentan en s...
La viudez es un tema eludido en muchos círculos sociales y hasta eclesiásticos. De hecho, muchas personas que han enviudado enfrentan en silencio su duelo por meses y hasta años.
Quizá por esa razón en muchas comunidades cristianas la atención se centra más en las necesidades materiales que en las espirituales y emocionales de quien se enfrenta a una nueva vida de soledad.
Para la magister María Elena viuda de Dietrich, docente y especialista en educación, después de 30 años de vivir al lado de su esposo, la experiencia de la viudez fue difícil y conllevó un proceso doloroso de adaptación para seguir viviendo sin su compañero.
María Elena afirma que al perder a la pareja amada, la persona se siente como si le hubiesen partido en dos. Menciona que si la Biblia dice: “los dos serán uno” en Génesis 2:24 es porque fuimos diseñados para compartir la vida con otra persona y realizar proyectos, por eso la separación definitiva debido a la muerte es tan dolorosa.
Una vez que lo peor pasó, conforme pasan los días y meses del funeral, surgen algunas preguntas tan profundas:
* ¿Cómo volver a ser uno, siendo que se nos partió en dos, cuando el otro se fue para siempre?
*¿Hay esperanzas para tanto dolor?
Uno de los textos que a la profesora María Elena más le ayudó luego del duelo prolongado fue Mateo 6:26: “Si yo cuido de las aves, cuidaré también de ti”. Experimentó la protección de Dios en el momento oportuno. “Llegó el tiempo en el que tuve que quedarme sola en la casa, tras la muerte de mi marido; la primera noche no pude dormir, tenía tanto miedo, hasta que poco a poco fui entendiendo que aunque no estaba mi esposo para protegerme, estaba Dios a mi lado. Pensé varias veces en Romanos 8.31: ‘Si Dios está de nuestra parte ¿quién puede estar en contra nuestra?’”
María Elena afirma que si sentimos que podemos dedicarnos a algo práctico que nos guste para emplear el tiempo y la energía, deberíamos hacerlo y especializarnos, es decir, tener nuevos desafíos. “En Romanos 6:24, encontrarnos que tenemos que andar en novedad de vida, no solo cuando empezamos la vida cristiana, sino siempre y sobre todo cuando enfrentamos una nueva etapa como es la viudez. En mi caso, fue ir a la universidad, por sugerencia de mi hijo mayor. Lo pude hacer bien, logrando méritos académicos, acompañado por el privilegio de poder testificar de mi fe en Jesucristo a gente que de otra manera era difícil llegar”.
Dios le brindó a María Elena la oportunidad de viajar a España para hacer una Maestría, gracias a una beca. Fue una decisión difícil para una viuda de 50 años, que empezaba a adaptarse a vivir sola. “Alejarme de mi familia, dejar mi país, ir a un lugar donde no conocía a nadie. No solo fue un viaje de estudio, sino que el Señor me dio el privilegio de servirle en la iglesia donde pude congregarme.
Herminia Giménez, de 58 años (madre y abuela) cuenta que tras el fallecimiento de su esposo le fue muy difícil afrontar la pérdida ya que por sus problemas de salud y al haberse dedicado enteramente a la vida del hogar, no tuvo la posibilidad de prepararse profesional ni académicamente. Afirma que por gracia de Dios, encontró a personas que la apoyaron emocional y espiritualmente. Confiesa que ver a sus hijos desarrollarse y a sus nietos crecer, la motivó para seguir viviendo. “La experiencia de ser esposa, madre y abuela, no se aprende en ninguna universidad. Dios nos concede ese privilegio a través de la vida”. Resalta que es necesario contar en la comunidad cristiana con personas que se dediquen a contener a los que han quedado viudos.
¿Cuál es entonces la esperanza después de la viudez?
Para la profesora María Elena Báez, reconocer la soberanía de Dios sobre nuestras vidas es lo más difícil, es decir, aceptar que Dios decidió llevar al cónyuge para siempre. Confiesa que desde que pudo hacerlo, le dice a Dios: “Tú decidiste llevarte a mi pareja, así que tienes que ocuparte de mí”, y hoy afirma que Dios ha sido fiel. “Debemos sincerarnos con Dios, decirle lo que sentimos y no ocultarle nuestro dolor y estar dispuestos a escucharle. La promesa de Dios en Jeremías 33:3 ‘Clama a mí, y yo te responderé, y te enseñaré cosas grandes y difíciles que tú no conoces’, es real”.
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Quizá por esa razón en muchas comunidades cristianas la atención se centra más en las necesidades materiales que en las espirituales y emocionales de quien se enfrenta a una nueva vida de soledad.
Para la magister María Elena viuda de Dietrich, docente y especialista en educación, después de 30 años de vivir al lado de su esposo, la experiencia de la viudez fue difícil y conllevó un proceso doloroso de adaptación para seguir viviendo sin su compañero.
María Elena afirma que al perder a la pareja amada, la persona se siente como si le hubiesen partido en dos. Menciona que si la Biblia dice: “los dos serán uno” en Génesis 2:24 es porque fuimos diseñados para compartir la vida con otra persona y realizar proyectos, por eso la separación definitiva debido a la muerte es tan dolorosa.
Una vez que lo peor pasó, conforme pasan los días y meses del funeral, surgen algunas preguntas tan profundas:
* ¿Cómo volver a ser uno, siendo que se nos partió en dos, cuando el otro se fue para siempre?
*¿Hay esperanzas para tanto dolor?
Uno de los textos que a la profesora María Elena más le ayudó luego del duelo prolongado fue Mateo 6:26: “Si yo cuido de las aves, cuidaré también de ti”. Experimentó la protección de Dios en el momento oportuno. “Llegó el tiempo en el que tuve que quedarme sola en la casa, tras la muerte de mi marido; la primera noche no pude dormir, tenía tanto miedo, hasta que poco a poco fui entendiendo que aunque no estaba mi esposo para protegerme, estaba Dios a mi lado. Pensé varias veces en Romanos 8.31: ‘Si Dios está de nuestra parte ¿quién puede estar en contra nuestra?’”
María Elena afirma que si sentimos que podemos dedicarnos a algo práctico que nos guste para emplear el tiempo y la energía, deberíamos hacerlo y especializarnos, es decir, tener nuevos desafíos. “En Romanos 6:24, encontrarnos que tenemos que andar en novedad de vida, no solo cuando empezamos la vida cristiana, sino siempre y sobre todo cuando enfrentamos una nueva etapa como es la viudez. En mi caso, fue ir a la universidad, por sugerencia de mi hijo mayor. Lo pude hacer bien, logrando méritos académicos, acompañado por el privilegio de poder testificar de mi fe en Jesucristo a gente que de otra manera era difícil llegar”.
Dios le brindó a María Elena la oportunidad de viajar a España para hacer una Maestría, gracias a una beca. Fue una decisión difícil para una viuda de 50 años, que empezaba a adaptarse a vivir sola. “Alejarme de mi familia, dejar mi país, ir a un lugar donde no conocía a nadie. No solo fue un viaje de estudio, sino que el Señor me dio el privilegio de servirle en la iglesia donde pude congregarme.
Herminia Giménez, de 58 años (madre y abuela) cuenta que tras el fallecimiento de su esposo le fue muy difícil afrontar la pérdida ya que por sus problemas de salud y al haberse dedicado enteramente a la vida del hogar, no tuvo la posibilidad de prepararse profesional ni académicamente. Afirma que por gracia de Dios, encontró a personas que la apoyaron emocional y espiritualmente. Confiesa que ver a sus hijos desarrollarse y a sus nietos crecer, la motivó para seguir viviendo. “La experiencia de ser esposa, madre y abuela, no se aprende en ninguna universidad. Dios nos concede ese privilegio a través de la vida”. Resalta que es necesario contar en la comunidad cristiana con personas que se dediquen a contener a los que han quedado viudos.
¿Cuál es entonces la esperanza después de la viudez?
Para la profesora María Elena Báez, reconocer la soberanía de Dios sobre nuestras vidas es lo más difícil, es decir, aceptar que Dios decidió llevar al cónyuge para siempre. Confiesa que desde que pudo hacerlo, le dice a Dios: “Tú decidiste llevarte a mi pareja, así que tienes que ocuparte de mí”, y hoy afirma que Dios ha sido fiel. “Debemos sincerarnos con Dios, decirle lo que sentimos y no ocultarle nuestro dolor y estar dispuestos a escucharle. La promesa de Dios en Jeremías 33:3 ‘Clama a mí, y yo te responderé, y te enseñaré cosas grandes y difíciles que tú no conoces’, es real”.
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