Un pastor de almas, camino a la muerte. Ignacio fue obispo de Antioquia de Siria y aparentemente conoció en su juventud a los apóstoles ...
Un pastor de almas, camino a la muerte.
Ignacio fue obispo de Antioquia de Siria y aparentemente conoció en su juventud a los apóstoles Pedro y Pablo, de los que escucharía directamente el Evangelio, y probablemente también fue discípulo del apóstol Juan.
Es Ignacio, como también Clemente y Policarpo, el único lazo que nos une históricamente con la época apostólica.
Durante el reinado del emperador romano Trajano, fue condenado a ser devorado por bestias salvajes en los juegos gladiatorios. En su viaje desde Antioquía hacia Roma, donde tendría lugar su ejecución, escribió siete carta. Las cartas estaba dirigidas a las comunidades cristianas de Éfeso, Magnesia, Tralies, Filadelfia y Esmirna. Las otras dos tenían por destinatarios a Policarpo, obispo de Esmirna, y a la comunidad cristiana de su destino, Roma. Estas cartas fueron escritas en momentos de gran intensidad interior, reflejando la actitud espiritual de un hombre que ha aceptado ya plenamente la muerte por Cristo.
Ignacio era ante todo era un pastor de almas, enamorado de Cristo y preocupado tan sólo de custodiar el rebaño que le había sido confiado. Su mejor retrato nos lo proporciona él mismo en las cartas que escribió a las comunidades cristianas mientras se encontraba de camino hacia Roma, hacia su martirio. Gracias a su intensa vida interior, intenta hacer el mayor bien posible en los lugares por donde pasa, abriendo a los demás el tesoro de los dones que el Espíritu Santo le ha concedido. Con una gran humildad afirma: «No os doy órdenes como Pedro y Pablo. Ellos eran apóstoles. Yo, un condenado a muerte.», pero sabía usar tonos enérgicos cuando era necesario: no esquivaba corregir y disciplinar aunque dolía. Las cartas de Ignacio constituyen una importante fuente de información para conocer las creencias y organización de la Iglesia cristiana primitiva. Ignacio es primer escritor cristiano conocido en acentuar un clara organización en la iglesia, con la lealtad a un único obispo en cada ciudad, el cual es asistido por presbíteros y diáconos.
Para Ignacio, la vida del cristiano consiste en imitar a Cristo, como Él imitó al Padre. Esa imitación ha de ir más allá de seguir sus enseñanzas, ha de llegar a imitarle especialmente en su pasión y muerte; es de ahí de donde nace su ansia por el martirio: «soy trigo de Dios, y he de ser molido por los dientes de las fieras, para poder ser presentado como pan limpio de Cristo». El Emperador Trajano al principio respetó a los cristianos, pero por gratitud a sus dioses tras su victoria sobre los dacios y escitas, comenzó a perseguir a quienes no los adoraban. Hay una relación legendaria sobre el arresto de Ignacio y su entrevista personal con el emperador:
-"¿Quién eres tú, espíritu malvado, que osas desobedecer mis órdenes e incitas a otros a su perdición?" -"Nadie llama a Teóforo espíritu malvado", respondió el santo.
-"¿Quién es Teóforo?.
-"El que lleva a Cristo dentro de sí".
-"¿Quiere eso decir que nosotros no llevamos dentro a los dioses que nos ayudan contra nuestros enemigos?", preguntó el emperador.
-"Te equivocas cuando llamas dioses a los que no son sino diablos", replicó Ignacio. "Hay un solo Dios que hizo el cielo y la tierra y todas las cosas; y un solo Jesucristo, en cuyo reino deseo ardientemente ser admitido".
-"¿Te refieres al que fue crucificado bajo Poncio Pilato?".
-"Sí, a Aquél que con su muerte crucificó el pecado y a su autor, y que proclamó que toda malicia diabólica ha de ser hollada por quienes lo llevan en el corazón".
-"¿Entonces tú llevas a Cristo dentro de ti? -"Sí, porque está escrito, viviré con ellos y caminaré con ellos". Cuando lo mandaron a encadenar para llevarlo a morir en Roma, San Ignacio exclamó: "te doy gracias, Señor, por haberme permitido darte esta prueba de amor perfecto y por dejar que me encadenen por Tí, como tu apóstol Pablo".
Ignacio fue obispo de Antioquia de Siria y aparentemente conoció en su juventud a los apóstoles Pedro y Pablo, de los que escucharía directamente el Evangelio, y probablemente también fue discípulo del apóstol Juan.
Es Ignacio, como también Clemente y Policarpo, el único lazo que nos une históricamente con la época apostólica.
Durante el reinado del emperador romano Trajano, fue condenado a ser devorado por bestias salvajes en los juegos gladiatorios. En su viaje desde Antioquía hacia Roma, donde tendría lugar su ejecución, escribió siete carta. Las cartas estaba dirigidas a las comunidades cristianas de Éfeso, Magnesia, Tralies, Filadelfia y Esmirna. Las otras dos tenían por destinatarios a Policarpo, obispo de Esmirna, y a la comunidad cristiana de su destino, Roma. Estas cartas fueron escritas en momentos de gran intensidad interior, reflejando la actitud espiritual de un hombre que ha aceptado ya plenamente la muerte por Cristo.
Ignacio era ante todo era un pastor de almas, enamorado de Cristo y preocupado tan sólo de custodiar el rebaño que le había sido confiado. Su mejor retrato nos lo proporciona él mismo en las cartas que escribió a las comunidades cristianas mientras se encontraba de camino hacia Roma, hacia su martirio. Gracias a su intensa vida interior, intenta hacer el mayor bien posible en los lugares por donde pasa, abriendo a los demás el tesoro de los dones que el Espíritu Santo le ha concedido. Con una gran humildad afirma: «No os doy órdenes como Pedro y Pablo. Ellos eran apóstoles. Yo, un condenado a muerte.», pero sabía usar tonos enérgicos cuando era necesario: no esquivaba corregir y disciplinar aunque dolía. Las cartas de Ignacio constituyen una importante fuente de información para conocer las creencias y organización de la Iglesia cristiana primitiva. Ignacio es primer escritor cristiano conocido en acentuar un clara organización en la iglesia, con la lealtad a un único obispo en cada ciudad, el cual es asistido por presbíteros y diáconos.
Para Ignacio, la vida del cristiano consiste en imitar a Cristo, como Él imitó al Padre. Esa imitación ha de ir más allá de seguir sus enseñanzas, ha de llegar a imitarle especialmente en su pasión y muerte; es de ahí de donde nace su ansia por el martirio: «soy trigo de Dios, y he de ser molido por los dientes de las fieras, para poder ser presentado como pan limpio de Cristo». El Emperador Trajano al principio respetó a los cristianos, pero por gratitud a sus dioses tras su victoria sobre los dacios y escitas, comenzó a perseguir a quienes no los adoraban. Hay una relación legendaria sobre el arresto de Ignacio y su entrevista personal con el emperador:
-"¿Quién eres tú, espíritu malvado, que osas desobedecer mis órdenes e incitas a otros a su perdición?" -"Nadie llama a Teóforo espíritu malvado", respondió el santo.
-"¿Quién es Teóforo?.
-"El que lleva a Cristo dentro de sí".
-"¿Quiere eso decir que nosotros no llevamos dentro a los dioses que nos ayudan contra nuestros enemigos?", preguntó el emperador.
-"Te equivocas cuando llamas dioses a los que no son sino diablos", replicó Ignacio. "Hay un solo Dios que hizo el cielo y la tierra y todas las cosas; y un solo Jesucristo, en cuyo reino deseo ardientemente ser admitido".
-"¿Te refieres al que fue crucificado bajo Poncio Pilato?".
-"Sí, a Aquél que con su muerte crucificó el pecado y a su autor, y que proclamó que toda malicia diabólica ha de ser hollada por quienes lo llevan en el corazón".
-"¿Entonces tú llevas a Cristo dentro de ti? -"Sí, porque está escrito, viviré con ellos y caminaré con ellos". Cuando lo mandaron a encadenar para llevarlo a morir en Roma, San Ignacio exclamó: "te doy gracias, Señor, por haberme permitido darte esta prueba de amor perfecto y por dejar que me encadenen por Tí, como tu apóstol Pablo".