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Recordando la urgencia de nuestro llamado

Recordando nuestro quehacer pastoral: En la serie de artículos que comienza hoy, me dedicaré a tratar un tema que originalmente compartí con un grupo

REORIENTANDO NUESTRAS VERDADERAS RESPONSABILIDADES COMO PASTORES

Recordando nuestro quehacer pastoral

En la serie de artículos que comienza hoy, me dedicaré a tratar un tema que originalmente compartí con un grupo de estudiantes de un seminario teológico ubicado en la bella ciudad de Monterrey, México. Es muy probable que mis exalumnos, con el paso del tiempo y las nuevas responsabilidades, ya habrán olvidado el mensaje, pero de vez en cuando me gusta recordarme a mí mismo de mi deber como pastor y predicador en la iglesia.

El apóstol Pablo escribió las siguientes palabras hace dos mil años, pero a pesar de la distancia temporal siguen siendo tan importantes hoy como lo fueron para su joven discípulo Timoteo en el primer siglo:
«En la presencia de Dios y de Cristo Jesús, que ha de juzgar a los vivos y a los muertos, por Su manifestación y por Su reino te encargo solemnemente: Predica la palabra. Insiste a tiempo y fuera de tiempo. Amonesta, reprende, exhorta con mucha (toda) paciencia e instrucción. Porque vendrá tiempo cuando no soportarán la sana doctrina, sino que teniendo comezón de oídos, conforme a sus propios deseos, acumularán para sí maestros, y apartarán sus oídos de la verdad, y se volverán a los mitos (a las fábulas). Pero tú, sé sobrio en todas las cosas, sufre penalidades, haz el trabajo de un evangelista, cumple tu ministerio» (2 Tim. 4:1-5 NBLH).
En esta segunda carta a Timoteo, Pablo la escribió a su «hijo», un joven pastor sirviendo en la enorme ciudad de Éfeso, para animarlo a perseverar en el camino de la fe y cumplir su llamado. A veces, en medio de los miles de asuntos pastorales que reclaman nuestra atención, tendemos a olvidar nuestras verdaderas y más importantes responsabilidades. Por eso, periódicamente necesitamos tomar un momento para reorientarnos en nuestro llamado.

1. Proclamar a Cristo

La instrucción inicial es categórica: «Predica la palabra». Hoy en día, asociamos automáticamente ‘la Palabra’ como ‘la Biblia’. Sin embargo, Pablo se refiere a algo mucho más profundo, porque en el momento en que el apóstol escribió esta carta, la Biblia no existía como tal, ni siquiera el Antiguo Testamento. En el Nuevo Testamento, la expresión la Palabra se refiere la mayoría de las veces a la misma Palabra que encontramos en el prólogo del Evangelio de Juan (Jn. 1:1-18), donde es traducida en español como el Verbo. Esa Palabra, el Logos, es ni más ni menos que Jesucristo mismo.

Por lo tanto, el primer y más esencial consejo de Pablo a su hijo —y a nosotros— es: «¡Proclama a Cristo!». El mundo que nos rodea, especialmente las nuevas generaciones, anhela un ejemplo a seguir. Muchos jóvenes, en su búsqueda, encuentran sus ejemplos en artistas musicales, celebridades, influenciadores de redes sociales, políticos o multimillonarios. Nuestro deber es mostrarles, de forma viva y convincente, a Jesús, quien nos enseña cómo vivir, reaccionar y responder en este mundo complejo y lleno de desafíos.

Durante mi tiempo como estudiante en el seminario, recuerdo muy bien la sabiduría e instrucción de mi profesor de predicación:
«No predicamos solamente acerca de ‘Dios’. Los rabinos, los imanes y los pastores cristianos, todos hablan de Dios. La única diferencia entre sus sermones y los nuestros es Cristo. Nuestros sermones siempre deben llegar a Cristo Jesús».
Y es cierto: Jesucristo es nuestro ejemplo, nuestro modelo y nuestro maestro. Siempre debemos llamar a nuestra gente a mirar y a conocer a Jesús.

2. Persistir en el llamado

La segunda instrucción que nos ofrece el apóstol es un llamado a la perseverancia: «Insiste a tiempo y fuera de tiempo». Es un llamado a permanecer firmes en nuestro propósito. Debemos ser persistentemente fieles al llamado que hemos recibido, sin importar si el momento es conveniente o no, si es oportuno o no, a los ojos humanos.

Nuestra vocación —nuestro «trabajo»— no termina cuando bajamos del púlpito. Somos pastores y ministros del evangelio en todo lugar y en todo momento: en el templo, en los negocios, en las calles, y fundamentalmente, en nuestros hogares. Estamos llamados a vivir y practicar el amor ágape, una vida marcada por la bondad amorosa y el servicio desinteresado, tanto en medio de la congregación como en nuestras familias y en el contacto diario con la comunidad.

En mi día de descanso suelo vestirme de una manera mucho más informal: con playera, jeans y sandalias. Por fuera quizá mi apariencia no proyecte la imagen de un pastor de una iglesia grande en la ciudad, pero por dentro, en mi corazón, sigo siendo quien soy: un siervo de Jesucristo. Por ello, es mi deber y meta siempre actuar con el mismo amor hacia quienes me rodean en cualquier contexto, porque al final, mis acciones, mi carácter y la forma en que trato a los demás hablan mucho más fuerte que mi ropa.

3. Vivir con equilibrio

El tercer aspecto en la instrucción de Pablo es una invitación a la moderación y la templanza: «Amonesta, reprende, exhorta con mucha (toda) paciencia e instrucción». Aquí Pablo nos llama a vivir una vida ministerial caracterizada por el equilibrio. Debemos llevar a cabo nuestros quehaceres pastorales y ministeriales con una inagotable paciencia y, al mismo tiempo, con una sabia y constante instrucción.

Interesantemente, la palabra griega original que ha sido traducida a nuestro idioma como «instrucción» no se refiere únicamente a las palabras, es decir, la enseñanza verbal que impartimos, sino que abarca de manera integral nuestras acciones. Enseñamos con nuestro estilo de vida. Tanto en palabra como en hechos, debemos esforzarnos por vivir como ejemplos de la fe. Hay que sonreír a las cajeras en las tiendas, saludar a los desconocidos en la puerta, e incluso saludar pasando la mano a nuestros «enemigos» en la calle.

En mi país hay actualmente una gran división entre los partidos políticos. Durante mis paseos por la mañana, suelo encontrarme con vecinos que están del «otro lado» políticamente. Pero yo soy cristiano, soy pastor, y hago lo que es correcto: los saludo cada mañana. No podemos permitir que las diferencias temporales y terrenales nos roben la fe ni nos desvíen de los quehaceres de nuestro llamado. 

Realmente, la vida de fe y el llamado que tenemos como pastores, predicadores y maestros en la iglesia deben convertirse en un hábito. Después de años pastoreando y enseñando en la iglesia, se vuelve más natural vivir la fe en lo cotidiano, aunque haya momentos de debilidad.

Una confesión para reflexionar

Recientemente tuve que pasar por la oficina de mi doctor para recoger algunos papeles. Sabía que, debido al contratiempo, iba a llegar tarde a mi oficina. Salí del consultorio caminando rápido hacia mi carro, cuando escuché una voz: «Señor… señor…». Enfocado en mi prisa, no miré atrás para ver quién llamaba. Subí a mi carro, lo puse en reversa y salí del estacionamiento. Entonces lo vi: un hombre con pocos recursos, quizás viviendo en la calle. En ese mismo momento, una mujer profesional, al subir a su vehículo grande y nuevo, lo vio. Ella, sin dudarlo, bajó la ventanilla y extendió la mano para darle algunas monedas.

¿Y yo? ¿Yo, el pastor, el cristiano, el seguidor de Cristo, con una cruz colgando en mi pecho? Fallé estrepitosamente. En mi egoísmo y mi prisa, cerré mis oídos al clamor del necesitado. Y mientras me alejaba, el hombre me miró… y en esa mirada sentí que era Jesús mismo quien me miraba. Sí, necesitamos estos recordatorios de nuestros quehaceres pastorales.

Siempre hay algo nuevo que aprender de nuestro Señor y de su Palabra. Que podamos aprender, recordar y vivir cada día con mayor fidelidad nuestro llamado.

Por Jon A. Herrin (jonherrinwriter@gmail.com)
El Rvdo. Dr. Jon A. Herrin es pastor, teólogo y autor. Después de servir por siete años en Venezuela y México con su esposa, Jeanne, Jon ahora sirve como pastor en los Estados Unidos en la frontera de Texas con México. Sus publicaciones incluyen tres libros (el más reciente, Génesis para hoy, 2023) y varios artículos. Él y su esposa tienen tres hijos grandes y cuatro nietos. Sus intereses incluyen la teología práctica, el senderismo y el café expreso.

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