El término burnout fue introducido por el psicólogo germano-estadounidense Herbert Freudenberger (1926-1999). Tras de haber realizado múltiples est
Definición y características de este síndrome
El término burnout fue introducido por el psicólogo germano-estadounidense Herbert Freudenberger (1926-1999). Tras de haber realizado múltiples estudios empíricos, en 1974 publicó su primer artículo, haciendo una descripción del síndrome de burnout. El término burnout proviene del inglés y significa «estar quemado», «consumido». Freudenberger lo definía como «sensación de fracaso y una existencia agotada o gastada que resultaba de una sobrecarga por exigencias de energías, recursos personales o fuerza espiritual del trabajador». En 1980, en su libro Burnout: The High Cost of High Achievement, describe al burnout como «un estado de fatiga o
frustración dado por una causa, modo de vida o relación que no produce la recompensa deseada».
Burnout y «ciertos» trabajos
Según Schaufeli y Enzmann (1998), el burnout ha sido asociado con varias formas negativas de respuestas al trabajo, incluyendo insatisfacción laboral, bajo compromiso con la organización, absentismo, intención de dejar el trabajo, y rotación de trabajo.
Más recientemente, el burnout se ha descrito como un síndrome defensivo (mecanismo de defensa) que se manifiesta en las profesiones de ayuda. Harold Segura (2010, pág. 20) define al burnout «como una respuesta a la tensión laboral crónica ocasionada por el cuidado de las necesidades de otras personas y el contacto directo con la enfermedad, la desintegración familiar, las adicciones, la pobreza y el dolor humano en sus múltiples formas». Síntomas pueden ser cefalea (dolores de cabeza), dolores musculares, trastornos gastrointestinales, insomnio, hipertensión, taquicardia, irritabilidad, ansiedad, frustración, problemas de concentración, pérdida de interés, aislamiento y/o negación, que se expresa en el aumento de la actividad laboral. (Segura, 2010, pág. 21; Thomaé, Ayala, Sphan, & Stortti, 2006)
¿Una enfermedad?
Desde el punto de vista médico, el burnout fue reconocido en el año 2000 por la Organización Mundial de Salud como un factor de riesgo laboral. El 1 de enero de 2022 entró en vigor la última revisión de la Clasificación Internacional de Enfermedades (CIE-11) de la OMS, que supone la consideración del síndrome de desgaste profesional como un problema relacionado con el trabajo. El burnout se define en la CIE-11 como «un síndrome conceptualizado resultado del estrés crónico en el lugar de trabajo que no se ha manejado correctamente». El trastorno se caracteriza por tres dimensiones: sensación de cansancio extremo o agotamiento físico y emocional; sentimientos negativos o cinismo con respecto al trabajo; y reducción de la eficacia profesional. «El desgaste profesional no surge súbitamente, sino que, por lo general se gesta en un periodo que varía entre cinco y ocho años de desgaste continuo y estrés crónico en el contexto laboral. Suele afectar más a las personas muy comprometidas con su trabajo», argumentan los representantes. La crítica a esta definición es que se relaciona solamente con el mundo laboral y no relacionado en cuanto a experiencias desgastantes en otras áreas de la vida. Además, hay que saber diferenciarlo también de otros cuadros como la depresión, la ansiedad generalizada, el estrés, etc.
Lo que sí, el burnout disfruta de un cierto estado especial entre los cuadros patológicos porque es usado por muchos como un «término legítimo» para hablar de sus asuntos emocionales, pues la persona afectada «se quemó» por una buena causa. Pasó sus propios límites por la sociedad o por la iglesia, sufriendo ahora las consecuencias.
Burnout y el ministerio
Y, ¿qué de los pastores? Según Daniel Schipani (2016), el burnout es «una verdadera pandemia» entre los líderes pastorales. Curiosamente, entre los factores de riesgo se incluyen numerosos valores, virtudes, y expectativas las cuales, bajo ciertas circunstancias, se pueden convertir en elementos francamente enfermizos. Menciona los siguientes dos:
• Preocupación exagerada por servir al prójimo y llevar sus cargas como si fueran las suyas, lo cual fácilmente generan un sentimiento de culpa o angustia al no poder responder a tal expectativa interna y externa.
• Exceso de trabajo sin un ritmoadecuado de descanso, alimentación, y ejercicio físico y espiritual.
Claro, hay muchos factores externos que tienden a generar estrés y desánimo, como:
• Inseguridad y violencia en el contexto social en que vive y ministra la iglesia.
• Desempleo de los feligreses.
• Desastres naturales masivos.
• Falta de sostén y apoyo en diferentes niveles (local, denominacional, etc.).
«El cuadro de agotamiento suele incluir no sólo desaliento y una especie de angustia depresiva sino también una medida de agresividad, generalmente subconsciente, que puede volverse contra uno mismo y contra otras personas en el hogar o en la iglesia» (Schipani, 2016).
Resumiendo y concluyendo: El burnout es un estado patológico donde el afectado sufre un agotamiento físico, emocional, mental, social y espiritual. Su rendimiento y su calidad de vida están significativamente reducidas. Aunque el burnout ha sido relacionado frecuentemente con el mundo laboral (o pastoral), ¿será que el trabajo y/o el ministerio realmente tienen la culpa? Se podría decir, quizás, que personas vulnerables a sufrir un burnout son víctimas, no de las exigencias o circunstancias laborales, sino de sí mismas, poniendo a su propia persona sobre el altar del sacrificio. Pero, ¿por qué?
De eso hablaremos en el siguiente artículo.
POR SABINE WIEBE
Sabine es terapeuta en el Sanatorio Eirene de Filadelfia. Ha realizado estudios en Formación Docente (Filadelfia, Chaco), Teología (IBA) y Psicología Clínica (Universidad Católica de Asunción). Es miembro de la Iglesia Menonita de Filadelfia.