La organización necesaria para la ayuda económica En el primer artículo de esta serie, vimos las bases bíblicas y teológicas que fundame...
La organización necesaria para la ayuda económica
En el primer artículo de esta serie, vimos las bases bíblicas y teológicas que fundamentan el ministerio de ayuda a los hermanos necesitados. En este artículo veremos cómo debe organizarse la ayuda.
Lo primero que debemos entender es que quien da la ayuda es el Señor mismo. Es Jesús el Mesías que fue ungido para dar buenas nuevas a los pobres y abatidos, tal como Isaías lo profetizara (Lucas 4:17-21; Isaías 61:1-3). Este ministerio de Jesús, muestra clara de su triple oficio de Rey, Sacerdote y Profeta, se hace a través de la Iglesia, su cuerpo (1 Corintios 12:27; Efesios 4:12). Entonces, es el mismo Señor Jesucristo
quien bendice a los hermanos necesitados mediante la Iglesia como canal de su misericordia.
Un oficio sagrado
El libro de los Hechos relata que la Iglesia en Jerusalén repartía bienes a cada uno “según su necesidad” (Hechos 4:35). El rápido crecimiento experimentado creó una carga en los apóstoles, quienes vieron la necesidad de contar con hermanos que se dediquen exclusivamente a esta tarea.
Así nació el oficio ministerial del diácono (Hechos 6:1-7), el cual, junto con el oficio de pastor, anciano u obispo, es uno de los dos oficios neotestamentarios por excelencia.
En otras palabras, la Biblia nos dice que la importancia del ministerio de la ayuda a los hermanos es tan grande que la Iglesia debe confiar la ejecución del mismo a personas competentes y de buen testimonio. La Epístola a los Hebreos confirma esta importancia cuando nos indica que la ayuda mutua es un sacrificio (es decir, un acto de culto) agradable a Dios (Hebreos 13:16). Si es un sacrificio agradable, elegir a las personas (ministros) idóneos es una tarea sumamente importante.
Pablo, escribiendo a Timoteo, establece el perfil de estos ministros tan importantes (1 Timoteo 3:8- 13), y al mismo tiempo orienta acerca de cómo ejecutar este ministerio. Primeramente, está abierto tanto a varones como a mujeres (1 Timoteo 3:11; véase Romanos 16:11). Es un puesto de muchísima confianza, y por ello exige que los candidatos trabajen un tiempo prudencial a prueba antes de ser confirmados. Deben tener la conciencia limpia, de honestidad a toda prueba, sobrios y sin avaricia, con una fe bien clara. Por último, se debe tener una vida familiar sobre bases sólidas; “que gobiernen bien sus hijos y sus casas”, es decir, que no solamente sean buenos padres, sino además buenos administradores del patrimonio propio.
Un ministerio compartido
Otra importante conclusión de la orientación de Pablo sobre los diáconos está en su uso del plural; esto nos indica que el diaconado se ejerce en equipo, de manera colegiada. No es posible que uno solo ejerza el ministerio del servicio, sino que la responsabilidad y el privilegio deben ser compartidos. Por tanto, la Iglesia debe buscar de entre sus miembros a hermanos y hermanas con fe a toda prueba, y que cumplan con este perfil ministerial, para formar un equipo que se dedique a poner en práctica la ayuda misericordiosa.
Este equipo de hermanos debe contar con recursos suficientes para realizar la tarea. Ya sea en dinero o en especie, la Iglesia debe confiar a este equipo la administración de bienes suficientes para que esta tarea pueda cumplirse de manera eficaz. Para ello la Iglesia necesita contar con un presupuesto bien planificado, en donde estén previstos rubros para la ayuda a los hermanos necesitados. Los recursos deben provenir, naturalmente, de la ofrenda de los mismos hermanos, quienes pueden ofrendar en general para el presupuesto de la Iglesia —de lo cual ésta realizará las previsiones necesarias—, o bien podrán ofrendar de manera específica para este ministerio (por ejemplo véase Romanos 15:26; 2 Corintios 8:1-4). La provisión de estos recursos será una demostración de la fe y el amor de esta Iglesia para con sus santos más necesitados. Una Iglesia sana y generosa no tendrá problemas en equipar correctamente este ministerio, en la medida de sus posibilidades.
Una tarea supervisada
Las exigencias de sobriedad, honestidad y fidelidad que Pablo hace a los diáconos indican además que la Iglesia debe supervisar constantemente la tarea. Esta labor supervisora descansa en primer lugar sobre los pastores y ancianos de la Iglesia, a quienes se les llama “obispos”; es decir, supervisores (1 Timoteo 3:2). Idealmente, la supervisión no solo debe ser personal por parte de los pastores, sino además debe tener sustento institucional en la Iglesia. No se puede implementar un ministerio diaconal sin mecanismos sólidos de control y auditoría de los recursos invertidos. El patrimonio de la Iglesia es de propiedad del Señor, y es cosa santa y consagrada a Él; por lo tanto debemos tener mecanismos de transparencia sólidos, en donde la rendición de cuentas al pastor y a la congregación deben ser herramientas centrales. Para ello el ministerio debe realizar buenas prácticas esenciales a toda buena administración: documentar cada egreso con comprobantes adecuados, e informar sobre lo realizado como parte del balance anual y estados contables de la Iglesia.
En conclusión, podemos decir que la ayuda a los hermanos es un ministerio que el Señor mismo ejerce mediante su Iglesia, que al hacerlo da culto agradable a Dios mediante ministros idóneos, los diáconos. A tal efecto, éstos deben contar con recursos suficientes, y su labor debe realizarse bajo la prudente supervisión de los pastores y ancianos, y la Iglesia en general, con sólidos mecanismos de rendición de cuentas.
En la próxima entrega concluiremos con algunos aspectos prácticos de cuidado que deben tenerse en cuenta al realizar este ministerio. Que el Señor Jesucristo nos permita ser canales de su misericordia mediante este ministerio tan bendecido.
Por Eduardo Sánchez sombragris@sombragris.org
Traductor, abogado y teólogo. Abogado por la Universidad Columbia del Paraguay. Máster en Teología (Th.M.) por el Calvin Theological Seminary. Profesor de Ética Cristiana y Biblia en el Seminario Presbiteriano del Paraguay; profesor de Teología y Biblia en la Facultad Evangélica de Teología. Miembro de la Iglesia Cristiana de la Gracia. Reside en Asunción con su esposa.